Ha llegado un punto en que me irrita absolutamente todo.
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Es evidente que el problema no soy yo, sino el todo irritante que me envuelve.
Sistema es una palabra en la que jamás creí cuando era joven. Siempre me pareció más difusa que abstracta.
Cuando esta mañana te he dicho que el problema es que odio, y luego que no es que odie sino que no acepto el Sistema, para mi sorpresa −debería recordar que siempre me sorprendes; es un problema que no lo recuerde−, no me has mandado a hacer gárgaras, sino que mi versión de la falla existencial de San David Murders and the Representatives of Evil ha sido comprendida y aceptada de inmediato.
Luego, como en un soplo de juventud serena y pura, desayunando en la cocina, me has hecho ver que tú también comprendes lo que es positivamente cierto, y sobre todo −lo que para mí es mucho más importante que toda verdad, error o problema−: que se puede hablar contigo sin que el miedo nos tape la boca.
Y que todos estamos en la misma situación teórica, digamos, has dicho tú en otras palabras; y que tú estás en la misma situación teórica, por llamarla de una manera.
Todo lo que tú hagas o seas es siempre crucial para mí. Unamos esta noche nuestras bocas si tapar. Te quiero. Te quiero… Pero…, un momento…
“Prejuicio” habías dicho tú al principio.
Y es cierto, reconozco yo ahora:
La visión de cada instante de la vida a través de la retícula del sistema es un prejuicio y un error.
Cuando salía esta mañana para ir a trabajar, ya casi en la escalera −el nudo quedaba deshecho sobre la mesa de la cocina− te he dado un beso y las gracias y te he preguntado que cómo es posible que seas tan… (no encontraba la palabra y al final me he rendido) inteligente (…en comparación conmigo, se entiende).
“No soy inteligente”, has dicho tú desde la puerta:
“Es que yo no tengo el problema.”
David Mardaras, del blog David Murders & The Representatives of Evil.Sistema es una palabra en la que jamás creí cuando era joven. Siempre me pareció más difusa que abstracta.
Cuando esta mañana te he dicho que el problema es que odio, y luego que no es que odie sino que no acepto el Sistema, para mi sorpresa −debería recordar que siempre me sorprendes; es un problema que no lo recuerde−, no me has mandado a hacer gárgaras, sino que mi versión de la falla existencial de San David Murders and the Representatives of Evil ha sido comprendida y aceptada de inmediato.
Luego, como en un soplo de juventud serena y pura, desayunando en la cocina, me has hecho ver que tú también comprendes lo que es positivamente cierto, y sobre todo −lo que para mí es mucho más importante que toda verdad, error o problema−: que se puede hablar contigo sin que el miedo nos tape la boca.
Y que todos estamos en la misma situación teórica, digamos, has dicho tú en otras palabras; y que tú estás en la misma situación teórica, por llamarla de una manera.
Todo lo que tú hagas o seas es siempre crucial para mí. Unamos esta noche nuestras bocas si tapar. Te quiero. Te quiero… Pero…, un momento…
“Prejuicio” habías dicho tú al principio.
Y es cierto, reconozco yo ahora:
La visión de cada instante de la vida a través de la retícula del sistema es un prejuicio y un error.
Cuando salía esta mañana para ir a trabajar, ya casi en la escalera −el nudo quedaba deshecho sobre la mesa de la cocina− te he dado un beso y las gracias y te he preguntado que cómo es posible que seas tan… (no encontraba la palabra y al final me he rendido) inteligente (…en comparación conmigo, se entiende).
“No soy inteligente”, has dicho tú desde la puerta:
“Es que yo no tengo el problema.”
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