viernes, 30 de abril de 2010
LÁGRIMAS EN LA LLUVIA. Antonio Orihuela
Por los caminos de la muerte
del ovejuno mundo, vamos hoy
sin saber cómo ni a dónde,
satisfechos y voraces aquí,
hambrientos más allá de las alambradas
los que podrán ser depredadores ocasionales mañana
pero jamás serán revolucionarios.
Sin embargo, en los años veinte y treinta
los obreros y los analfabetos,
hurtándose el pan y las calorías,
compraban panfletos anarquistas
para hacérselos leer,
aprenderlos de memoria
y repetirlos como una obsesión
recorriendo campos y cortijos, pero hoy,
¿qué debemos hacer?
Arte no, también en estos tiempos sería inmoral, una canallada.
Hoy los obreros sólo escuchan con gran atención
la voz del amo, sólo repiten y recorren como obsesión
los mensajes del amo
y entienden que la justicia social se cumplió,
en el horizonte deshumanizado del capitalismo,
trabajando para una hipoteca
y un crédito personal.
Que la poesía, puesta a ser algo,
mejor pura y de espaldas a la realidad
que no otra que termine con el poeta en la cárcel
a cuenta de su conciencia vigilante,
a cuenta del retrato de la modistilla
que habló de revolución con palabras dulces,
o en olvido
por decir que la LIBREEMPRESA,
durante los últimos tres años,
recibió de las arcas públicas 8.700 millones de euros
o que las fuerzas de orden de la IIª República
habían matado entre abril de 1931 y diciembre de 1932
a 224 obreros.
No, como poetas lo único que se nos sigue pidiendo
es que nos entreguemos desarmados y cautivos,
que continuemos la tradición subvencionada,
que seamos, sin cerebro ni corazón, agradecidos
mientras Aida Lafuente,
en la Iglesia de San Pedro de los Arcos de Oviedo,
continúa defendiendo la retirada de sus compañeros
y antes de caer en manos de los fascistas
se pega un tiro
y un legionario se acerca curioso ante la tenaz resistente y dice:
—Mira, tú, si es un guayabito.
Al tiempo que otro le manosea su pecho muerto.
Ocultar que Manuel, en el casino de Villarobledo,
cuando ve que todo está perdido para la revolución, abandona su fusil
y se pone a trastear sobre unas teclas de marfil porque,
rudo e inhábil campesino, no quería morirse
sin haber tocado el piano al menos una vez en su vida.
También podría pasar de una vez de la poesía
y hacer anuncios que festejaran el que hoy, en el Nalón y el Caudal
se den cursillos para buscar oro y combatir al estrés,
pero es que, al menos para mí,
la sangre de los parias sigue sin disolverse en sus aguas
y continúa, erguido e impertérrito, el viejo orden del ayer.
Entonces, ¿en qué lógica refractarnos?
A las puertas de Oviedo un anuncio recuerda a los replicantes
que el pasado no existe,
mi memoria,
en cambio,
aún identifica la ilusión y denuncia la realidad.
Mi conciencia también sabe que el cese aún es posible,
porque donde todo ha sido pérdida
también todo ha sido nuestro, menos la desolación.
No pasarán, pues, al menos sobre este poema.
No pasarán.
Antonio Orihuela. La ciudad de las croquetas congeladas. Editorial Baile del Sol, 2007.
Foto: Aida Lafuente
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2 comentarios:
Me quito el sombrero que no tengo y me sirvo un whisky a tu salud. A buen entendedor pocas palabras bastan. Un saludo desde Luces Clandestinas.
Reitero el saludo, que se me ha ido el dedo (coño con el whisky). Salud.
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