Cuentan, a modo de anécdota que casi es leyenda, que cierto día el escritor Charles Bukowski se encontró mal, con problemas de salud, quiero decir. Acudió al médico, no sin antes meditarlo muy detenidamente, y tras una revisión minuciosa, el doctor acordó recomendarle que dejase la bebida, un vicio diario en el escritor, y que de no ser así, aseguró el doctor, su hígado “reventaría en mil pedazos con tan sólo tomarse una única copa de vodka más”. Después de esto, la disposición del siempre pesimista Charles fue asombrosa, a la vez que sumamente decadente, pues se dijo a sí mismo: “Me tomaré varias copas, y dejaré este mundo desalmado que tanto nos envenena”. Y fue lo que hizo nada más llegar a su pensión de mala muerte: bebió y bebió, copa tras copa, día tras día, hasta el punto en que esto continuó así durante más de treinta años desde el encargo médico, que fue cuando finalmente murió el decepcionado y sorprendido poeta maldito, no sin antes convertirse en un mito, en uno de los poeta norteamericanos más acreditados e imitados de todos los tiempos. Paradojas de la vida, me dije yo al conocer esta historieta, extravagancias de la vida que se ríe de nosotros, a veces, de una manera tan prodigiosa, que hasta produce aversión y risas. Presumo que este acontecimiento también fue hondamente decisivo para la extensa obra del poeta y novelista, una obra decrépita, singular, borrachina y, a su vez, no carente de contradicciones y realismo trascendente. Viene a cuento esta historia que realmente no sé cuánto posee de aautenticidad, pero que bien sabemos que podría ser irreprochablemente cierta, a las vueltas, los giros y los contrasentidos rotundos que en ocasiones da la vida que nos ha tocado vivir; a veces estás ahí, paralizado como un pato-momia, en el estanque, sin esperanza y sin ganas de nada, y es entonces cuando sucede algo que rompe de manera absoluta esa quietud, esa desidia. Tal vez eso lo más asombroso de la existencia: el saber que el que resiste, vence. La vida complaciente que nos otorga la actual sociedad en la que sobrevivimos nos dice lo contrario, nos hace pensar, de manera directa o indirecta, que hay que vivir el momento a base de disfrute constante, sin decirnos que las cosas buenas, las que sí valen la pena, suelen venir de manera pausada, con tiempo, también con angustia, y que incluso, para conseguirlas, tenemos que mostrarnos invariables, y ceder cosas de nosotros mismos que jamás hubiéramos deseado ceder: “El que algo quiere, algo le cuesta”, que se suele decir prosaicamente para explicar este tema. Porque, si se lo preguntan detenidamente, ¿qué hubiera sido de la hegemonía literaria de Charles si su médico hubiera estado en lo cierto?
Artículo aparecido en Diario de Pontevedra
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