Cumplir 32 años sin haber logrado publicar más que un puñado de cuentos y poemas en unas pocas revistas y fanzines es lo que cualquiera con dos dedos de frente y un poco de sentido común ―y no voy yo a ser menos― calificaría de «fracaso». Me da igual porque, no nos vamos a engañar, por un lado me lo tengo bastante creído y por otro, me las he apañado para que el ránking de mi vida no dependa de mi valía o no como literato. O como publicista de mí mismo. Es muy simple, como todo yo: sé perfectamente ―intuyo, me huelo― a dónde me pueden llevar mis intentos para publicar, en el mejor de los casos, pero no tengo ni puta idea de dónde puede acabar lo que escribo, en qué se van a convertir mi prosa y mis versos, y el hecho es que cada año me gusta más hacerlo. Está el ego, claro. Pero también necesito publicar ― o intentarlo― porque necesito que me lean para no convertirme en el gañán hermético y autista que, admitámoslo, era hasta hace unos añitos. Y no me parece de buena educación bombardear a los colegas. Te puede parecer un argumento convincente o no, me la pela. Yo no escribo para que me lean, pero necesito que me lean para escribir ―ni siquiera feed back, con saber que hay alguien al otro lado me basta―. Para lo demás, tengo la vida, ese lugar en el que tienes la suerte de tener un curro ―en mi gremio, más― y tu novia te regala una Playstation 3 para tu cumpleaños que puede dejar este blog mudo, me temo, por una buena temporada.
.
.
Javier Esteban, de su blog El noble arte de hacer enemigos
No hay comentarios:
Publicar un comentario