martes, 20 de abril de 2010

UN CUENTO DE FRANCO DIMERDA


Infestado De Gusano¹


Hace tres días que como solo pan. No tengo pasta, como siempre. Para pasar el hambre escucho a Cannibal Corpse² en mi MP3. Esas voces guturales propias del rock extremo son las que hacen que la vida sea más llevadera. Por lo menos la mía. Riffs de guitarras que suenan como el murmullo de las abejas; baterías que retumban como una estampida de elefantes; coros que se oyen como el rugido de los leones… En suma, la naturaleza misma, joder. Estoy seguro que en la jungla no pasaría hambre. Bastaría con treparme a un árbol y coger un plátano, como los monos. Y si quisiera follar, no necesitaría condón. Ese es el problema del ser humano. Se ha hecho la vida complicada en nombre del progreso. Y a la gente que somos simples, que solo nos contentamos con lo básico, que nos den por el culo porque ni lo básico nos permiten. Por eso este tipo de música me pone. Porque me transporta a las raíces, a lo primitivo, a aquello que se ha perdido. ¡Hostias! Qué belleza. Ahora mismo escucho a George “Corpsegrinder” Fisher³ gritar como un gorila en celo. Y ahora suena una guitarra. Es un efecto extraño el que hace esta guitarra porque suena muy mal. Como una caja musical desafinada. ¡Joder! Es el puto timbre de mi móvil.
—¿Hola?
—¿Franco DiMerda? —me responde una voz femenina al otro lado de la línea.
De inmediato intuyo quién es, qué es lo que quiere y qué es lo que va a suceder en las próximas horas. Su putamadre. La misma rutina de siempre.
—Puede ser —respondo desganado.
—Tienes un trabajo en una tienda de muebles en la Moncloa a las diez en punto. Pagan ocho euros la hora y son cuatro, hasta las dos. Pero antes, ya lo sabes, tienes que pasarte por aquí a firmar el contrato y a recoger las boletas.
—¡Pero si son las nueve y media! No voy a llegar a tiempo —digo, a pesar de saber de antemano la respuesta.
—Entonces llamaré a otro.
—¡No! ¡No! Vale. Iré. Necesito el dinero.
Putas ETT. Siempre me llaman para curros urgentes. Y si les fallas, nunca vuelven a llamarte. Yo nunca he fallado. A todas sus mierdas siempre les he dicho que sí. Saben que no tengo empleo, pero lo peor, saben que nunca les digo que no. Soy una zorra.
Quince minutos más tarde estoy en la ETT. Queda en el centro.
—Hola, María —saludo nomás entrar. María (en Madrid el ochenta por ciento de las mujeres se llaman María) es consultora de la ETT y también anoréxica (como el noventa por ciento de las madrileñas). Ella, por supuesto, cree que así está más atractiva.
—¿Otra vez vienes vestido así? —me dice.
A María no le gusta mi aspecto. Como tampoco al cien por ciento de la capital.
—Es que el vestido de mi madre me quedaba un poco chico —respondo.
—La semana pasada una empresa de telefonía muy importante me llamó pidiéndome un joven para cubrir un puesto de conserje. Ofrecían contrato fijo, Seguridad Social, tres pagas extras al año y un bonito uniforme color rojo. Era un buen trabajo ¿sabes? Pensaba llamarte, pero cuando recordé tu cabeza pelada, tu barba mugrienta y tus harapos negros como un zombi roñoso, decidí llamar a otro.
—¿Dónde dices que queda la tienda de muebles?
María me alcanza el contrato. Cojo un boli y firmo. María me da las boletas y dice:
—Veintiséis de Alberto Aguilera. Tienes que llegar en diez minutos.
—¿Sabías que esa pequeña costra que tienes sobre la ceja izquierda te queda muy sexy?
—Te quedan nueve minutos.
Salgo corriendo de la ETT. Volteo y, antes de perderla de vista, logro ver a María examinándose la ceja en un espejito de mano. Después de eso, lo más probable es que no me llame en un mes.
A los ocho minutos estoy en la tienda de muebles. El metro vuela, dicen. Eso es falso. Cuando uno está hambriento, las piernas se convierten en las llantas de un Porsche y el culo en el tubo de escape de un Ferrari.
—Hola —les digo a dos tíos de mono azul que están descargando muebles de un camión. El vehículo está aparcado justo delante de la tienda.
—No me digas que tú eres el chico que envía la ETT —me dice uno de los cargadores. Es bajito y cabezón. Y con el mono azul parece Doraemon.
—Sí —respondo.
—Jodeeer, jodeeer… —dice Doraemon negando con la cabeza— El jefe no te va dejar ni que toques los muebles.
—¿Y eso, por qué?
—Mejor sería que te fueras —me dice su otro compañero que es más alto y tiene la cabeza en forma de pepino.
—Ni hablar. Antes me tiene que firmar las boletas. ¿Dónde está?
—Dentro de la tienda —responde pepino.
Entro a la tienda y me encuentro con un tío de unos cincuenta años, bien conservado, cachetes de nalgas y colorado como la punta de una polla erecta. Tiene un parecido a Bill Clinton. Está moviendo un sillón y no me ha visto.
—Bill. O que diga… ¡Hola!
Bill alza la vista y me ve. Yo continúo hablando.
—Me llamaron de la ETT. Me dijeron que necesitaban un ayudante en esta dirección. Así que… aquí estoy.
Bill abre la boca y se queda petrificado. Con la boca así, totalmente abierta, el tío ya no parece Clinton si no Mónica Lewinski.
—¿Qué es lo que tengo que hacer? —pregunto— ¿Ayudar a esos tíos a descargar el camión? ¿O quizás echarte un cable con ese sillón?
Me acerco a Bill e intento mover el sillón que antes estaba moviendo.
—¡Déjalo! —me grita Clinton saliendo de su letargo— ¡No toques nada! ¡Vete!
—¿Irme? Pero si recién llego.
—¡Me da igual! ¡Yo puedo solo! ¡Vete!
—¿Y mis boletas? Necesito que me las firme. Cuatro horas fue lo que me dijeron.
—¡Dámelas!
Le doy las boletas. Clinton las coge, se sienta en el sillón que antes movía y las firma con mano temblorosa.
—Y toma diez euros más —me dice sacando el dinero de su billetera—. Ahora, por favor, vete.
Mientras salgo de la tienda, escucho claramente tras de mí sus sollozos.
—¿Qué le pasa a ese tío? ¿Está loco? ¿Por qué está llorando? —pregunto a los cargadores del camión nomás salir.
—Es una larga historia —me dice Doraemon—. Hace como treinta años, el jefe se casó con una chica muy guapa y tuvieron un hijo. Fue en el tiempo en que inauguró su primera tienda. Una boutique de ropa muy elegante en la Calle Serrano. Bueno, resulta que un día el jefe jugaba con su hijo en la boutique y un asaltante entró y disparó, matando al niño…
—Y el asaltante se parecía a mí.
—No. Déjame continuar. Decía que el asaltante entró y mató al niño. Eso le dio al jefe la idea de poner también un negocio de servicios de seguridad. Todo iba muy bien, hasta que su mujer se fue con otro tío. Un gilipollas…
—Y ese gilipollas se parecía a mí.
—No. Era un viejo gilipollas. Pero tenía un gran coche. Así que al jefe se le ocurrió también incursionar en el negocio de la compra y venta de coches usados. Fue uno de los pioneros en España y le iba que te cagas. Hasta que un día, mientras transportaba a su madre en uno de esos coches, un imbécil se cruzó en su camino y el jefe se estrelló en el portal de un edificio. Su madre murió en el accidente.
—Y ese imbécil se parecía a mí.
—No. Para nada. Lo que ese imbécil hizo fue que el jefe se fijara mejor en los edificios. Así que decidió incursionar también en el negocio inmobiliario. Ahora el jefe es dueño de docenas de pisos y de otros tantos locales comerciales en todo Madrid. Como esta tienda de muebles, por ejemplo. También es suya.
—¿Y yo que pinto en todo esto?
—El jefe —me dice ahora acercándose y con voz muy baja el cabeza de pepino— siempre quiso ser, de joven, cantante de rock. Como los Black Sabbath o los Led Zeppelin. Ya sabes. Andar con esas barbas largas, todo guarro y apestoso. Pero nunca pudo. Se le pasó la edad. Y por eso ahora, cada vez que ve a alguien como tú, le haces recordar su desgracia.
Son las diez y cuarto y estoy otra vez en el metro rumbo a la ETT para entregar mis boletas firmadas. Y me siento pésimo. Habiendo gente como ese jefe con problemas tan graves, ¿cómo se me ocurre pensar en comida? Soy un puto egoísta insensible.
Hoy comeré bocadillo de tortilla.

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¹ “Worm Infested”, título de una de las canciones del álbum “Worm Infested” del grupo Cannibal Corpse.
² Grupo norteamericano de Death Metal.
³ Mote del vocalista de Cannibal Corpse.


De su libro de cuentos Un Demonio en el país de Dios (grandes cuentos, los de Franco, rebosantes de heavy metal, precariedad laboral, sexo explícito... Puedes leerlos en http://francodimerda.blogspot.com)

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