Franco Dimerda es el autor de los relatos que aparecen en la Heavy Rock y ha abierto un túnel desde el infierno para comunicarse con los Hijos de Satanás. Nos envía este relato, perteneciente a su libro inédito (de momento) Un demonio en El País de Dios. Bienvenido, hijo del rocanrol.P.
www.francodimerda.blogspot.comTE VAS A KAGAR¹
Domingo, diez de la mañana. Hace un frío del carajo y estoy sentado en el suelo de una de las muchas plazas con iglesia que supuran en el centro de Madrid. Este es uno de los pocos lugares en donde todavía te permiten sentarte gratis. Para pasar el frío escucho a A Palo Seko² en mi MP3 y leo un cómic, “Quotidianía Delirante”, de Miguelanxo Prado. Utilizo como espaldar una de las cuatro bancas de piedra que, me imagino, se construyeron hace por lo menos tres siglos. Patrimonio de la humanidad, les dicen ahora. Por el estado de los cuatro patrimonios, rotos y con pintas de graffiti, solo el término “humanidad” les sienta correctamente.
—¡Oye, tío! ¿Tienes papel? —me pregunta un vagabundo de unos sesenta años. Se parece a Harrison Ford, solo que más demacrado y con ropas más baratas. Apesta a mierda de perro. Harrison Ford con olor a culo de perro.
—No, tío. No fumo —respondo sabiendo que no me va a creer.
—¡Mientes! No me quieres dar papel porque crees que te voy a robar.
—No, tío. En serio que no fumo.
—¡Y una mierda! Todos los tíos como tú siempre llevan papel, chocolate y maría. ¡A mí no me engañas!
—¿“Todos los tíos como tú”? ¿Qué significa eso? —pregunto sabiendo también lo que me va a responder.
—¡Tu cabeza rapada, tu barba greñuda, tu ropa negra, tus botas con chapas de metal...! ¡Eres un yonki, coño! ¡A mí no me engañas! Seguro que tienes los bolsillos llenos de perico! Anda, invítame un poco. No seas tacaño.
—Tienes razón —le respondo intentando ser cortés—. Mi droga es el Metal y lo esnifo por las orejas. Venga, pruébalo. Yo invito.
Le alcanzo los cascos al vagabundo y éste se los coloca con cierto recelo. Aumento el volumen de mi MP3. Tanto que logro dos cosas:
Uno: escuchar claramente los gritos de J.R.³ desde donde estoy sentado.
Y dos: hacer que Harrison Ford pegue tal salto que sus zapatos agujereados salen volando hasta el portal de la iglesia cincuenta metros más allá.
—¡Me cago en dios! —grita Harrison cabreado— ¡Esto no es música! ¡Esto es una mierda! ¡Una puta mierda!
—¿Qué pasa, Popo? ¿Por qué gritas? —interviene otro vagabundo que, a diferencia de Harrison, apesta, sí, pero no a mierda de perro si no a meado de gato. Además es gordo y tiene la nariz como una patata de medio kilo. Se parece a Gerard Depardieu. Con olor a polla de gato.
—¡Este yonki de mierda dice que soy un ladrón y me ha sacado los zapatos y me los ha tirado! —Harrison señala sus pies descalzos y luego señala en dirección a la iglesia. En el portal del templo dos ancianas han recogido los zapatos del vagabundo y ahora los están examinando. Logro ver cómo ambas se tapan las narices y ponen cara de asco.
—¿Es cierto eso, yonki de mierda? —me interroga un Gerard amenazador. Ambos vagabundos se me acercan tanto que no solo me tapan la poca luz del sol, sigo sentado en el suelo, si no que el olor a mierda y a meado se vuelve aún más penetrante.
—No —respondo intentando mantener el tipo—. Topo, Copo o Loto, como le llamas, me pidió papel y yo solo le dije que no tenía.
—¿Te das cuenta? ¡Todavía me insulta! —grita Harrison cabreado.
—¿Te crees mejor que nosotros, no? —me dice Gerard cogiéndose la cremallera y apretándose el paquete— ¿Solo porque tienes un “emes” no sé cuántos...
—MP3— corrijo.
—Eso. ¿Solo porque tienes un “emes tres pies” te crees que puedes pasarnos por el forro, eh? ¿Sabes lo que Popo y yo les hacemos a los yonkis pijos como tú?
No estaba dispuesto a averiguarlo. Así que intento levantarme lo más rápido posible. Pero no puedo. Mis dos piernas se han entumecido y no las siento. Es lo que me suele pasar cuando estoy sentado en el suelo mucho tiempo. Me pongo de pie por breves segundos pero luego pierdo el equilibrio y caigo sobre Harrison Ford. Me tengo que coger de sus hombros para no besar el suelo.
—¡Me quiere ahorcar! —grita Harrison espantado— ¡El yonki de mierda me quiere ahorcar! ¡Ayúdame, Bollo!
Siento unas manos sobre mi calva que me jalan hacia atrás. Suelto los hombros de Harrison y caigo de espaldas al pie de la banca. De inmediato averiguo lo que ambos vagabundos le hacen a los yonkis pijos con “emes tres pies”. Primero siento una patada en la pierna, luego otra en la espalda, luego otra en el estómago, luego otra y otra y otra. Juegan fútbol conmigo. Todas las patadas duelen, pero confieso que la peor es la que sentí en el rostro. Y no por el dolor. Si no por lo guarra. Joder. Olí en primer plano la planta del pie de Harrison Ford.
—¡Oigan! ¡Qué pasa! ¡Dejaos de pelear! —grita una de las ancianas desde el portal de la iglesia. Se aproxima a nosotros y lleva colgado del cuello un rosario y en su mano derecha uno de los zapatos de Harrison.
—¡María! ¡Roberta! ¡Matilde! ¡Muchachas! ¡Unos mendigos se están peleando! —grita la otra anciana en dirección al interior de la iglesia. También lleva colgado del cuello un rosario y en la mano derecha el otro zapato del vagabundo.
De pronto, del interior del templo, sale otra anciana que también se dirige hacia nosotros. Luego sale otra y otra y otra y otra. En breves segundos los dos vagabundos y yo nos vemos rodeados por toda una congregación de viejas rezadoras. Calculo que unas treinta o algo así. Los vagabundos están inmóviles, aterrados. Yo sigo tirado en el suelo. Mis piernas todavía siguen entumecidas.
—¿Por qué os peleáis, indigentes? —pregunta la primera anciana, la del zapato, en un tono imponente. Parece ser la líder del grupo —¿No sabéis que estáis en lugar sagrado? —señala con la mano del zapato en dirección a la iglesia— ¿Qué falta de respeto es esa?
Y luego continúa:
—Es cierto que todos somos hijos de Dios. Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres, que de ellos será el reino de los cielos”. Los pobres, dijo, no los vagos ni pelagatos. Pero por eso Jesús murió en la cruz. Por vuestra culpa. Para salvaros a todos vosotros del pecado. Vagabundos, drogadictos, prostitutas… Jesús se sacrificó por los pecadores para que podáis tener acceso al reino de los cielos. Pero para poder entrar a su reino tenéis primero que arrepentiros de vuestras vidas libertinas y rezar mucho, pero mucho, mucho, mucho.
La anciana ahora se dirige a Harrison Ford. Se le acerca bastante, tanto que éste aparta hacia atrás su rostro espantado. Sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, la vieja levanta la mano que lleva el zapato y zarandeándolo todo lo alto que su corto brazo le permite pregunta:
—¿De quién es este zapato mugriento?
Nadie responde.
—He preguntado ¿de quién es este zapato mugriento?
—Mí… mí… mío —responde Harrison pálido de susto.
—¿Sabéis chicas dónde encontré este zapato mugriento y asqueroso? —la vieja continúa zarandeando el calzado en todo lo alto mostrándolo como si fuera una especie de trofeo.
—Noooooooo —responde en coro la congregación entera.
—¡En el portal de nuestra iglesia!
Un potente murmullo de desaprobación se escucha en toda la plaza.
Finalmente siento que mis piernas ya no están entumecidas y, para comprobarlo, estiro una lo más fuerte que puedo. Y sí, mi pierna responde, pero lo que no puedo evitar es la dirección hacia donde se estrella la punta de acero de mi bota: los huevos de Harrison Ford. Éste, en un movimiento reflejo, se agacha para cogerse los huevos y su rostro queda atrapado entre las dos tetas talla 46 de la vieja del zapato que tenía enfrente.
—¡Además de hereje, pervertido! —es lo último que grita la vieja.
Porque luego las que gritan son todas las abuelas que en un arranque de ira santa cogen a Harrison Ford y a Gerard Depardieu y los linchan hasta dejarlos en pelotas. Y suerte que quizás también habría sufrido yo de no ser porque todavía seguía tirado en el suelo. Aprovechando el jaleo, cojo el cómic de Miguelanxo Prado y me arrastro calle abajo. No sé cuántas calles llevo arrastrándome, muchas personas pasan por mi lado mirándome de reojo, pero no es si no hasta que veo una boca de metro que finalmente me pongo de pie. Y solo entonces me doy cuenta de la terrible desgracia que acaba de suceder.
Mis ropas están manchadas con caca de perro.
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¹ Título de una de las canciones del álbum “Kaña Burra del Henares” del grupo A Palo Seko.
² Grupo español de Trash Punk.
³ Mote del vocalista de A Palo Seko.
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