Libre de toda esperanza, el policía —a quien no podríamos llamar sino Tom— alzó el reglamentario rifle de repetición hacia la gigantesca hormiga, sabiendo que de nada iba a servirle su leve eficacia contrastada contra el irremisible avance de ese absurdo que ya había machacado cuatro batallones del Ejército con sus respectivos tanques y que no descansaría hasta convertir en tumbas de hostiles cerámicas atómicas a todas y cada una de las pálidas ciudades de Nebraska.
Javier Esteban, inédito.
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