En Hank over hemos acogido a este bicho como mascota. La dejamos sin correa, porque aquí no tenemos dueño, ni bandera, ni ley, ni dogma, para que salga a mear y a oler el culo a otros perros cuando quiera, y sin bozal, para que ladre lo que le venga en gana y les muerda entre las piernas a los que se lo busquen o nos busquen a nosotros.
Nos lo encontramos tirado en un callejón, al que da la trasera de un bar-tugurio de mala muerte, entre varias cajas con botellas de cerveza vacías, meando sobre unos cuantos suplementos de cultura de periódicos y un libro de Alfonso Ussía y pasando con los dientes un libro de poemas de Bukowski titulado El amor es un perro infernal. Bienvenido a casa, compañero. P.
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