Un corte por cada día concluido sin ella, una nueva quemadura para recordar que ella se había marchado.
Puso el marco de su fotografía delante y mirando a los ojos de la retratada hundió la cuchilla en la carne. La sangre brotó de inmediato, corriéndole por el brazo y cayendo finalmente sobre las baldosas del suelo del cuarto de baño. La herida era más profunda que la del día anterior, aun así no se sintió satisfecho. Se miró en el espejo, tenía cicatrices por todo el cuerpo. Muescas en la piel por cada día sobrevivido sin ella. La sangre seguía brotando. Se pasó la palma de la mano por el rostro, tiñéndolo de rojo. Pinturas de guerra para luchar contra el dolor. Sí, estaba preparado para batallar, combatiría el dolor con dolor, como lo llevaba haciendo desde que ella se marchó. Encendió el mechero, aplicó la llama a su escroto y mientras la habitación se llenaba de un desagradable olor a carne quemada, él siguió contemplando su fotografía, la de ella.
Puso el marco de su fotografía delante y mirando a los ojos de la retratada hundió la cuchilla en la carne. La sangre brotó de inmediato, corriéndole por el brazo y cayendo finalmente sobre las baldosas del suelo del cuarto de baño. La herida era más profunda que la del día anterior, aun así no se sintió satisfecho. Se miró en el espejo, tenía cicatrices por todo el cuerpo. Muescas en la piel por cada día sobrevivido sin ella. La sangre seguía brotando. Se pasó la palma de la mano por el rostro, tiñéndolo de rojo. Pinturas de guerra para luchar contra el dolor. Sí, estaba preparado para batallar, combatiría el dolor con dolor, como lo llevaba haciendo desde que ella se marchó. Encendió el mechero, aplicó la llama a su escroto y mientras la habitación se llenaba de un desagradable olor a carne quemada, él siguió contemplando su fotografía, la de ella.
Pepe Pereza, de Momentos Extraños (Groenlandia, 2011).
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