El merodeador
Vicente Muñoz Álvarez
(Editorial Baile del sol, 2007)
Ilustraciones de Toño Benavides
Un vaciamiento
por Esteban Gutiérrez Gómez
Un vaciamiento. Ese es el subtítulo de esta propuesta narrativa de Vicente Muñoz Álvarez. En El merodeador nos ofrece unas escenas de su propia experiencia vital, una angustia latente fruto de la soledad, ya que Vicente Muñoz vivió durante diez años en casas deshabitadas de distintos pueblos leoneses. La soledad más extrema, aún buscada, que le hizo luchar con los demonios pesimistas que le habitan.
Vicente Muñoz Álvarez nos muestra diversas escenas relacionadas con la trama central de la obra que fue su vida: un personaje enfrentado a sus pensamientos en plena soledad, en la soledad más extrema, querida y odiada a partes iguales, en la que cualquier sonido es un mundo, y los ladridos de los perros o el trinar de los pájaros, una absoluta distracción. Aparecerán por estos parajes diversos relatos que trasmiten inquietud, que sumergen al lector en baldes de angustia en los que se reconocerá.
Dedica Vicente Muñoz Álvarez el libro a los insomnes, como él, como su personaje, y también a los hipertensos, a los que viven en el pánico interior e inexplicable, se lo dedica a ellos y a Thomas Bernhard. Al Thomas Bernhard de La Calera, me atrevería a decir, con las mismas obsesiones, con el mismo deseo de soledad y las mismas dosis de pesimismo existencial.
Los pasos, el primero de los relatos del libro (perfectamente hilados de tal forma que podría ser una novela o, para expresarlo mejor, una película narrada) sumerge ya al lector en la atmósfera angustiosa que domina toda la narración. Como en los buenos cuentos, en este relato ya se contiene todo el libro: quizás los ruidos, los pasos, los merodeadores estén dentro de mí. El narrador se confiesa en un pensamiento último que le cuesta creer, que teme pronunciar porque huyendo de la ciudad y de el hombre social e hipócrita no ha encontrado más bálsamo en su soledad que al propio monstruo que le habita: un ser intelectual e incomprendido que no pertenece a este mundo.
En Las tarjetas, el siguiente relato, continúa la introspección, en la que una confusión siembra más temor sobre nuestro personaje y, por ello, sobre el lector. Más miedo, más angustia. El insomnio sigue latente. Opresión. Magistral el tono narrativo elegido, la tensión que provoca en el lector, la intensidad de su propuesta.
El cartero y su retraso en suficiente argumento para desolarlo, para impedir que se concentre en su trabajo. Su trabajo, algo indigno que cada vez le cuesta más llevar a cabo. Una condena. Y los estudios, las oposiciones, son como la fronteras imposibles de salvar.
Ante la perspectiva de no encontrarse, opta por El paseo, por la búsqueda de la paz, por intentar dejar la mente en blanco, pero los demonios interiores son tan poderosos...
Los relatos se suceden a modo de imágenes de una película de autor, de un film de culto que sólo pretende mostrar la humanidad de la persona, con sus defectos, con sus carencias, con sus obsesiones y con sus miedos.
Entonces El lunar, el primero de los quiebros del libro. Un relato en el que nuestro protagonista comparte escena con otro hombre en la consulta del médico y nos muestra su asombrosa (y convincente) visión de la realidad. Una metáfora, una explicación extrapolable a lo que en verdad es el mundo.
Y la angustia se mezcla con la agonía de Los gatos, y nuestro personaje no encuentra el final del abismo. Y no encuentra confort en La noche, porque el insomnio agranda su vacío. Se exige mucho Vicente Muñoz Álvarez, llegar a querer entender el mundo nada menos. Y eso le lleva a confundir la vida con Los sueños.
A estas alturas de la obra, el lector estará completamente desasosegado, empatizará con el protagonista y autor de la obra, porque los demonios son los mismos y alguna vez habrán llamado a su puerta. Sobre todo de aquellas personas sensibles, creativas, de aquellos que se proponen cambiar el mundo. De ellos es este libro.
En El relato, Vicente Muñoz Álvarez quiere cumplir el exorcismo del personaje-narrador-autor, dar de comer a la bestia para poder cerrar los ojos y dejar de pensar.
Pero pronto llegan Los malentendidos que buscan la herida, porque la incomprensión, el no entenderse con “otros”, es su condena. De ahí la búsqueda de la soledad. Una búsqueda incansable que en El artículo le coloca al borde de la locura. Es conciente de que no puede seguir así, pero es tan difícil reencontrar el camino adecuado que le haga salir de sí mismo. Y entonces aquel recuerdo, descrito en La playa, aquellas imágenes con su admirado padre, aquella soledad compartida por el silencio en una playa donde, recuerda, fue feliz por un instante y su alma reposaba en paz.
Inmediatamente después, como pegada a la felicidad, la desdicha. Felicidad y fatalidad, cara y cruz de la misma moneda: la vida. Los peces son la antesala de La carta, el relato más impactante, la imagen más desoladora, a la que el lector deberá haber llegado después de leer casi todo el libro para obtener de ella todas las sensaciones que ofrece, toda su desolación. Un relato magistral, equilibrado, trama y forma perfectamente medidas, intensidad creciente, tensión en el momento cumbre: una obra de arte narrativa.
La lluvia trae la realidad de la asfixia del personaje y El merodeador, relato final, cierra el libro de modo perfecto, porque el merodeador no existe, piensa el narrador encerrado en una casa vacía, donde el silencio de la soledad suena a crujir de vigas de madera, a repiqueteo de gotas de lluvia en el tejado, a pasos arrastrados sobre la tarima de madera, a cuchicheos extraños, a inquietantes susurros animales.
El merodeador no existe Vic, no existe, está dentro de ti, de nosotros, y estamos condenados a vivir con él, a entendernos, ya sea en la ciudad o en la soledad de unas montañas. Debemos aprender a dormirlo, a dejarlo descansar después de un empacho de sus obsesiones, para disfrutar de esos momentos únicos, de esos instantes que a lo largo de una vida seguro que sólo completan unas pocas horas y que llamamos, de modo iluso, felicidad.
Sí, debemos perseguir siempre esa "perla azul". Si no sería como estar muertos.
El merodeador, un libro grande, que permanecerá en la mente del lector. Una propuesta literaria que traspasará el tiempo, siempre de actualidad, que sobrevivirá otras épocas, porque en el fondo no es más que la confesión de una buena persona que intenta alejarse de la mezquindad del mundo y descubre que el mundo enemigo del que quiere alejarse también se encuentra dentro de él.
Vicente Muñoz Álvarez
(Editorial Baile del sol, 2007)
Ilustraciones de Toño Benavides
Un vaciamiento
por Esteban Gutiérrez Gómez
Un vaciamiento. Ese es el subtítulo de esta propuesta narrativa de Vicente Muñoz Álvarez. En El merodeador nos ofrece unas escenas de su propia experiencia vital, una angustia latente fruto de la soledad, ya que Vicente Muñoz vivió durante diez años en casas deshabitadas de distintos pueblos leoneses. La soledad más extrema, aún buscada, que le hizo luchar con los demonios pesimistas que le habitan.
Vicente Muñoz Álvarez nos muestra diversas escenas relacionadas con la trama central de la obra que fue su vida: un personaje enfrentado a sus pensamientos en plena soledad, en la soledad más extrema, querida y odiada a partes iguales, en la que cualquier sonido es un mundo, y los ladridos de los perros o el trinar de los pájaros, una absoluta distracción. Aparecerán por estos parajes diversos relatos que trasmiten inquietud, que sumergen al lector en baldes de angustia en los que se reconocerá.
Dedica Vicente Muñoz Álvarez el libro a los insomnes, como él, como su personaje, y también a los hipertensos, a los que viven en el pánico interior e inexplicable, se lo dedica a ellos y a Thomas Bernhard. Al Thomas Bernhard de La Calera, me atrevería a decir, con las mismas obsesiones, con el mismo deseo de soledad y las mismas dosis de pesimismo existencial.
Los pasos, el primero de los relatos del libro (perfectamente hilados de tal forma que podría ser una novela o, para expresarlo mejor, una película narrada) sumerge ya al lector en la atmósfera angustiosa que domina toda la narración. Como en los buenos cuentos, en este relato ya se contiene todo el libro: quizás los ruidos, los pasos, los merodeadores estén dentro de mí. El narrador se confiesa en un pensamiento último que le cuesta creer, que teme pronunciar porque huyendo de la ciudad y de el hombre social e hipócrita no ha encontrado más bálsamo en su soledad que al propio monstruo que le habita: un ser intelectual e incomprendido que no pertenece a este mundo.
En Las tarjetas, el siguiente relato, continúa la introspección, en la que una confusión siembra más temor sobre nuestro personaje y, por ello, sobre el lector. Más miedo, más angustia. El insomnio sigue latente. Opresión. Magistral el tono narrativo elegido, la tensión que provoca en el lector, la intensidad de su propuesta.
El cartero y su retraso en suficiente argumento para desolarlo, para impedir que se concentre en su trabajo. Su trabajo, algo indigno que cada vez le cuesta más llevar a cabo. Una condena. Y los estudios, las oposiciones, son como la fronteras imposibles de salvar.
Ante la perspectiva de no encontrarse, opta por El paseo, por la búsqueda de la paz, por intentar dejar la mente en blanco, pero los demonios interiores son tan poderosos...
Los relatos se suceden a modo de imágenes de una película de autor, de un film de culto que sólo pretende mostrar la humanidad de la persona, con sus defectos, con sus carencias, con sus obsesiones y con sus miedos.
Entonces El lunar, el primero de los quiebros del libro. Un relato en el que nuestro protagonista comparte escena con otro hombre en la consulta del médico y nos muestra su asombrosa (y convincente) visión de la realidad. Una metáfora, una explicación extrapolable a lo que en verdad es el mundo.
Y la angustia se mezcla con la agonía de Los gatos, y nuestro personaje no encuentra el final del abismo. Y no encuentra confort en La noche, porque el insomnio agranda su vacío. Se exige mucho Vicente Muñoz Álvarez, llegar a querer entender el mundo nada menos. Y eso le lleva a confundir la vida con Los sueños.
A estas alturas de la obra, el lector estará completamente desasosegado, empatizará con el protagonista y autor de la obra, porque los demonios son los mismos y alguna vez habrán llamado a su puerta. Sobre todo de aquellas personas sensibles, creativas, de aquellos que se proponen cambiar el mundo. De ellos es este libro.
En El relato, Vicente Muñoz Álvarez quiere cumplir el exorcismo del personaje-narrador-autor, dar de comer a la bestia para poder cerrar los ojos y dejar de pensar.
Pero pronto llegan Los malentendidos que buscan la herida, porque la incomprensión, el no entenderse con “otros”, es su condena. De ahí la búsqueda de la soledad. Una búsqueda incansable que en El artículo le coloca al borde de la locura. Es conciente de que no puede seguir así, pero es tan difícil reencontrar el camino adecuado que le haga salir de sí mismo. Y entonces aquel recuerdo, descrito en La playa, aquellas imágenes con su admirado padre, aquella soledad compartida por el silencio en una playa donde, recuerda, fue feliz por un instante y su alma reposaba en paz.
Inmediatamente después, como pegada a la felicidad, la desdicha. Felicidad y fatalidad, cara y cruz de la misma moneda: la vida. Los peces son la antesala de La carta, el relato más impactante, la imagen más desoladora, a la que el lector deberá haber llegado después de leer casi todo el libro para obtener de ella todas las sensaciones que ofrece, toda su desolación. Un relato magistral, equilibrado, trama y forma perfectamente medidas, intensidad creciente, tensión en el momento cumbre: una obra de arte narrativa.
La lluvia trae la realidad de la asfixia del personaje y El merodeador, relato final, cierra el libro de modo perfecto, porque el merodeador no existe, piensa el narrador encerrado en una casa vacía, donde el silencio de la soledad suena a crujir de vigas de madera, a repiqueteo de gotas de lluvia en el tejado, a pasos arrastrados sobre la tarima de madera, a cuchicheos extraños, a inquietantes susurros animales.
El merodeador no existe Vic, no existe, está dentro de ti, de nosotros, y estamos condenados a vivir con él, a entendernos, ya sea en la ciudad o en la soledad de unas montañas. Debemos aprender a dormirlo, a dejarlo descansar después de un empacho de sus obsesiones, para disfrutar de esos momentos únicos, de esos instantes que a lo largo de una vida seguro que sólo completan unas pocas horas y que llamamos, de modo iluso, felicidad.
Sí, debemos perseguir siempre esa "perla azul". Si no sería como estar muertos.
El merodeador, un libro grande, que permanecerá en la mente del lector. Una propuesta literaria que traspasará el tiempo, siempre de actualidad, que sobrevivirá otras épocas, porque en el fondo no es más que la confesión de una buena persona que intenta alejarse de la mezquindad del mundo y descubre que el mundo enemigo del que quiere alejarse también se encuentra dentro de él.
El botón de muestra:
LOS PASOS
Esteban Gutiérrez Gómez, Baco, de El Laberinto de Noé.
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