Adoro los contenedores
llenos de limpia
basura…
Cuando era pequeña
y vivía encerrada
dentro de este cuerpo
(aún sin amueblar),
tú me llevabas
de excursión,
a los contenedores
de la ciudad.
Hija,
seguro que hoy
encontramos
un tesoro…
Así tuvimos
mesa de pin-pong
(llegué a ser la mejor
en el colegio)
y una camarera
de servir,
cuando nadie la tenía
en el comedor.
Aún resiste
a la muerte,
la mesa gris
de televisión
y la lámpara
(de cristal teñido)
que alumbra
la nostalgia
del salón.
Y a mí me daba
¡tanta vergüenza!
que algún vecino
nos viera volver
con el coche lleno
de trastos viejos,
por renacer...
Anoche salíde copas.
Al volver
conducía Ana,
mi hermana mayor.
Y le dije,
suplicando,
que quería una ruta
por los misteriosos
contenedores
de la ciudad,
por favor.
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