a Albert Sánchez–Piñol
Estaba a punto de decir que supongo que la babosa habría estado creciendo aletargada, alimentándose de las capas de pintura vieja y de la atmósfera viciada del falso techo durante los diez meses largos que siguieron a mi mudanza, pero me he dado cuenta de que lo ignoro casi todo del ciclo vital de esa especie de moluscos sin concha visible y, ya que no quiero cometer una flagrante inverosimilitud, añadiré tan solo que en el momento en el que el yeso cedió por fin y aquella mole se precipitó contra el suelo del pasillo con un ruido sordo como un plof –y a la vez húmedo, como un chof– delante de mi atónita presencia, supe que yo nunca sería un buen escritor, que me faltaba la chispa de genio necesaria para ser capaz de tomar una sutil distancia de las cosas, que eso ya no iba a cambiar y lo seguí pensando incluso cuando el ser se incorporó sobre su cola y con los cuernos prensiles de los que emanaban sus ojos trenzó la forma de un corazoncito oscuro y viscoso.
Javier Esteban, relato inédito.
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