sábado, 3 de mayo de 2008

EL BEBÉ LECHUZA. Patxi Irurzun


Hace unos días leí en este blog un texto de Kike Babas muy emocionante (al menos para los que somos padres), sobre las sensaciones que experimentó al ver una ecografía de su hijo. Y no puedo resistirme a subir este pequeño cuento que escribí el día que nació mi hijo Hugo (perdonarme que se me caiga un poco la baba, en un blog salvaje como este, estoy algo sensible, ahora que voy a ser aita por segunda vez). El texto, por lo demás, es la primera de las colaboraciones que hago mensualmente en la revista Guía del niño. Con su permiso:


EL BEBÉ LECHUZA


Mi hijo H es una lechuza. Nos lo dijo una pequeña indígena que vendía colgantes con los signos del zodiaco maya en las ruinas de Palenque, en México: —Lechuza. Le va gustar salir de noche. Será algo calavera.

Mi mujer, Malen, todavía ni siquiera había dado a luz, pero fue un vaticinio de lo más certero, pues efectivamente a H siempre le ha gustado hacer de madrugada inventario de sus chupetes desparramados por la cuna, o enemistarse con los vecinos que trabajan en el turno de mañana. Después de todo, es lógico: H nació con nocturnidad y alevosía, justo cuando, tras un retraso de dos semanas, todo hacía indicar que agotaría educadamente su plazo de llegada hasta la mañana siguiente, para venir al mundo como una personita formal, que madruga y recibe a la hora acordada al pediatra y que lo hace recién aseado en lugar de con una ojeras de noche toledana. Pues no. H hizo batir esa noche a su madre algún tipo de récord olímpico a la hora de dilatar. De 0 a 10 en un cuarto de hora.

Recuerdo todo aquello como si fuera un sueño; uno de esos sueños como montañas rusas, en los que se suceden las subidas que parecen que van a llevarte al cielo y bajadas de pesadilla.

Recuerdo, por ejemplo, los gritos de Malen mientras yo luchaba en la sala de dilatación con las calzas y esa bata verde que precisa de un máster en Suecia para atársela correctamente a la espalda. Nunca la había oído gritar así. Era como si se estuviera partiendo en dos —de hecho lo estaba haciendo—. Cuando entré al paritorio (demasiado tarde, porque todo fue tan rápido que no hubo tiempo ni para inyectarle la epidural) ella estaba tumbada sobre la camilla, temblando como una hoja, mientras le cosían los puntos. Pero a pesar de lo crudo de aquella imagen mi mujer me pareció la mujer más fuerte del mundo, y la más guapa, como si ella también naciera otra vez. Luego trajeron a mi hijo y yo hice un enroque de personalidades con él, pues lloré igual que un niño cuando me lo pusieron entre los brazos y H, por el contrario, se apareció como un pequeño hombre, tan serio, tan despierto, tan entero.... Más tarde, en la habitación, Malen amamantó a H y, al lado de ellos dos, tuve la molesta sensación de verme a mí mismo feo y torpe (más feo y más torpe, quiero decir). Todavía me sucede a veces, pero al mismo tiempo desde que soy papá, me siento más limpio y mejor. Me siento por primera vez en mi vida un hombre. Un hombre completo, feliz. Agradecido.

Recuerdo también que H estuvo jugando a los hipnotizadores durante el resto de la noche y que no pudimos dejar de mirarle hasta que amaneció. Después yo salí a llamar por teléfono a mi madre y cuando se lo conté volví a llorar, a moco tendido. Fue entonces cuando comprendí que, afortunadamente, nada de aquello había sido un sueño. Eran las siete de la mañana y en el pasillo sonaba el hilo musical: la sinfonía del nuevo mundo. Yo colgué el teléfono y volví a la habitación, al lugar donde debía estar. Junto a mi mujer y mi hijo. Nuestro hijo. H. El bebé lechuza.

2 comentarios:

Quique dijo...

Estaba sentado en una cafetería, mirando por la ventana preguntándome como un ser humano puede ser un recurso. Cuando se me acerca una muchacha con pinta de estar excesivamente preocupada por las ballenas y el karma. Me dijo: -
Leyendo en el País el artículo sobre vosotros. Me he acordado de cosas que escribí inspirado en Bukowski, o no, quizá sólo abrumado por él. Y quería compartirlas, que es la única manera de desenterrar viejos cuentos que uno mismo ya no se lee.

sintitulos.blogspot.com
"He leído ese papel que has tirado a la basura. Escribes tan bien, expresas tus sentimientos de forma única".
Lo primero que pensé fue que qué carajo hacía buscando en la basura, pero ese pensamiento lo obvié y articulé en palabra lo que pensé a continuación: - "Los sentimientos son como el culo. Todos tenemos uno. Y odio que me besen los sentimientos."

---

"Llevaba toda la mañana sentado en esa jodida cafetería. Olía a refrito y a rancio, ambos olores a la vez, integrados, adheridos, penetrando en su nariz y haciéndole sentir las nauseas de forma intermitente.
Era una cafetería de mierda para gente de mierda. Él se pasaba allí las mañanas, no trabajaba ni producía nada. Cuando era joven heredó una pequeña fortuna y planeó un gasto mensual para no tener que volver a trabajar en de su vida. No se podía permitir muchos lujos, pero se pasaba el día entre bares y prostíbulos baratos. De hecho era allí donde se encontraba a la gente más interesante. Alguna vez había acudido a sitios con más alcurnia pero se aburría como en aquellas misas del pueblo en las que el cura sólo decía gilipolleces al granel.

Y esa mañana era exáctamente como cualquier otra que recordara, que eran las menos. Tenía en la mano un periodico que ni se había molestado en abrir, ignoraba hasta la fecha de impresión. No le importaba lo que dijera. Más bien no le importaba nada que no afectara a su propia integridad física. Como disponía de ingentes cantidades de tiempo había tomado el irregular placer de la lectura, y se llevaba a la cafetería sus libros de filosofía. Voltaire, D'Alembert, Habermars, Engel,... No es que le interesara especialmente pero no tenía nada mejor que hacer, y además le daba cierta ventaja a la hora de callar la boca a algunos listos que le iban de intelectuales.

Otra mañana más, otra mañana menos. Le tocó el culo a la camarera y esta le respondió con un soberano revés. Contento de haber hecho todo lo que tenía planeado para ese día, se fue a casa a dormir un rato. Además le quedaba cerveza en la nevera."

Quique dijo...

boh... se rayó el comentario... lo de leyendo en el país... va antes...