Suelo encontrar muy pocos libros que, de verdad, me entusiasmen. Libros de esos hay pocos. Hace unas semanas me compre uno de ellos y tuve la suerte de que el autor me lo dedicara, convirtiéndolo así en un doble tesoro. El autor es Vicente Muñoz Álvarez. Ya le he dedicado muchas buenas palabras, pero, conforme pasa el tiempo, me veo obligado a seguir escribiéndolas. Vicente es uno de esos autores de raza que no gozan de toda la fama que deberían. Y ese detalle lo hace más interesante. Escribe poesía, relatos, ensayos, coordina antologías de una calidad increíble, edita fanzines. Pero la fama, definida como culto de masas, no le interesa. Mejor así. Vicente, un tío cercano, que, literariamente hablando, se ha construido a sí mismo, con esfuerzo, con la única ambición de crear. Un maestro, sin duda.
El libro con el que ha terminado de cautivarme es El merodeador (un vaciamiento) [Baile del sol, 2008]. Nos avisa en la contraportada lo que vamos a encontrarnos: la historia de “un narrador enfrentado en soledad a sus propios fantasmas”. Cualquier escritor puede sentirse identificado con estas páginas tenues, tensas en su quietud, algo oscuras, inquietantes. Un escritor ante sus miedos, con la única compañía de las palabras de Bernhard, Pavese, Céline, Sastre o Pessoa.
Pero el libro oculta otra joya: las ilustraciones de Toño Benavides, serenas, oscuras y perfectas en belleza. El merodeador (un vaciamiento) es una buena lectura, un buen momento para descubrir la prosa de Vicente Muñoz Álvarez y disfrutar de sus palabras. Uno de esos pocos libros que puedes releer infinitas veces sin cansarte nunca.
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