Conozco mujeres que apenas me conocen. Por eso nos llevamos tan bien. Me dicen que soy un buen tipo, que soy simpático, amable, gracioso. Esas cosas. Me tratan con cariño. Siempre intento mantenerme alejado de ellas, porque podría acabar liándome con alguna. No hay más. Una vez me pasó. Así de simple.
Deberías de hablar con todas las mujeres de este planeta, para decirles todo eso que los dos pensamos, no sé bien en qué proporción. Eso de que soy egoísta, frío y espantoso. Que soy un insensible, un sarcástico y que con el tiempo pierdo todas las atenciones posibles. Que soy incapaz de esforzarme por algo, que al levantarme tengo cara de mala ostia y me meo en cualquier lado. Que a veces paso días frente a esta pantalla sin importarme apenas la parte del mundo que no es esta pantalla. Que no muestro interés por nada, ni nadie. Ni familia, ni visitas, ni eso que llaman compromisos de pareja o algo así. Y no olvidar que me matan los domingos porque me recuerdan al puto cristianismo, y porque no pasa el cartero, y que puedo ser muy mal hablado a cualquier hora, y muy intolerable, cagándome en todo sin ofrecer una idea a cambio, u ofreciendo sólo destrucción. Ni olvidar mi mal humor, y que ronco como un tractor en marcha subiendo una colina.
Seguro que a mí se me escapa algo. A ti se te da tan bien, niña, hablar así de mí casi a diario. Deberías haber sido escritora, tendrías gancho, hubieras sido una jodida escritora más que aceptable. O quizás no, no me refiero a ti, me refiero a que realmente ningún escritor debería haber sido escritor. En mi caso no me queda otra alternativa. Es algo así como tú y el arte, o como tu feminidad. Naciste para ello y con ello, y sabes aprovecharlo porque te encargas de instruirte para que tus armas sean más completas. Yo no me instruyo, o utilizo otros métodos, pero tú esculpes, y tallas, y visionas, y dibujas, y moldeas la tierra con agua como si fuera hachís con tabaco, inequívocamente bien. Tus manos son tu edén y te pertenecen. No fallan, aunque a veces actúan con miedo o desdén, como cuando cocinas o acaricias mi sexo. No renuncies nunca a tus manos y tu sangre. Sabes a que me refiero: en tu sangre hay artesanía y en la mía tinta agria. La sangre es a veces nuestro único punto en común. No exactamente la sangre, sino que ambos tenemos algo en ella, cada uno una cosa diferente, pero lo tenemos. Hay mucha gente que sólo tiene sangre en las venas, y la mayoría son unos acabados aunque tengan grandes empleos y oportunidades. Aunque también es verdad que incluso para tu propia sangre y su poder eres más aplicada, eso tampoco deberías olvidarlo en tus declaraciones. Eres como una arquera subida a una atalaya, disparando, concentrada, creando poco a poco, certera y correctamente. En un orden. Yo soy una perra de monte que menstrua renglones y mis periodos no avisan ni se atienen a las lunas. Meto cuello en los combates y lo mismo de un bocado mato a uno que lo mismo me quitan de en medio con sólo un bocado. Lo importante es que me siento bien siendo una perra de monte, porque me mantiene y me hace sentir vivo.
No debería hablar de estas cosas. No es verdad que se pueda hablar de todo. Como anoche cuando me dijiste que te importaba un carajo la camarera de aquel chiringuito, o como cuando estaba jodido por lo de Demelza y lloraba día tras día. Esas cosas que deben tragarse y guardarse para uno mismo. Esas cosas que según el mundo no pueden suceder, ni pensarse, ni decirse, ni desearse; como en el puto cristianismo.
Todo es tan relativo, incluido el todo. La escritura es la salida pero la salida es interminable, no me lleva ni nos lleva a nada, nunca. Pero alivia, es el acto más egoísta y más placentero y trascendental, aunque dura muy poco. Más egoísta que amar, créeme, estoy casi seguro, como casi seguro estoy de que los jueves apenas me amas, o quizás los lunes, o los martes. Ojalá sólo fuésemos amantes, lo pienso a menudo. No quiero decir que sólo debiéramos follar, ya me entiendes, o no sé si me entiendes. Quiero decir que ojalá fuéramos-volviéramos-empezáramos-pasáramos a ser amantes. Sólo eso.
Por mucho que escribiera, bien o mal, nada podría explicarse. Lo inexplicable es lo que abunda. Ahora mismo, silencio un cigarrillo contra el cenicero, el perro me lame un pie, el gato corretea por los muebles, y allá a lo lejos, al otro lado de la habitación, pasan fotos tuyas desnuda a modo de salvapantallas; sin explicación. Nada la tiene, y se acaba otro día sin un poema.
Y si la tuviera no me serviría.
Deberías de hablar con todas las mujeres de este planeta, para decirles todo eso que los dos pensamos, no sé bien en qué proporción. Eso de que soy egoísta, frío y espantoso. Que soy un insensible, un sarcástico y que con el tiempo pierdo todas las atenciones posibles. Que soy incapaz de esforzarme por algo, que al levantarme tengo cara de mala ostia y me meo en cualquier lado. Que a veces paso días frente a esta pantalla sin importarme apenas la parte del mundo que no es esta pantalla. Que no muestro interés por nada, ni nadie. Ni familia, ni visitas, ni eso que llaman compromisos de pareja o algo así. Y no olvidar que me matan los domingos porque me recuerdan al puto cristianismo, y porque no pasa el cartero, y que puedo ser muy mal hablado a cualquier hora, y muy intolerable, cagándome en todo sin ofrecer una idea a cambio, u ofreciendo sólo destrucción. Ni olvidar mi mal humor, y que ronco como un tractor en marcha subiendo una colina.
Seguro que a mí se me escapa algo. A ti se te da tan bien, niña, hablar así de mí casi a diario. Deberías haber sido escritora, tendrías gancho, hubieras sido una jodida escritora más que aceptable. O quizás no, no me refiero a ti, me refiero a que realmente ningún escritor debería haber sido escritor. En mi caso no me queda otra alternativa. Es algo así como tú y el arte, o como tu feminidad. Naciste para ello y con ello, y sabes aprovecharlo porque te encargas de instruirte para que tus armas sean más completas. Yo no me instruyo, o utilizo otros métodos, pero tú esculpes, y tallas, y visionas, y dibujas, y moldeas la tierra con agua como si fuera hachís con tabaco, inequívocamente bien. Tus manos son tu edén y te pertenecen. No fallan, aunque a veces actúan con miedo o desdén, como cuando cocinas o acaricias mi sexo. No renuncies nunca a tus manos y tu sangre. Sabes a que me refiero: en tu sangre hay artesanía y en la mía tinta agria. La sangre es a veces nuestro único punto en común. No exactamente la sangre, sino que ambos tenemos algo en ella, cada uno una cosa diferente, pero lo tenemos. Hay mucha gente que sólo tiene sangre en las venas, y la mayoría son unos acabados aunque tengan grandes empleos y oportunidades. Aunque también es verdad que incluso para tu propia sangre y su poder eres más aplicada, eso tampoco deberías olvidarlo en tus declaraciones. Eres como una arquera subida a una atalaya, disparando, concentrada, creando poco a poco, certera y correctamente. En un orden. Yo soy una perra de monte que menstrua renglones y mis periodos no avisan ni se atienen a las lunas. Meto cuello en los combates y lo mismo de un bocado mato a uno que lo mismo me quitan de en medio con sólo un bocado. Lo importante es que me siento bien siendo una perra de monte, porque me mantiene y me hace sentir vivo.
No debería hablar de estas cosas. No es verdad que se pueda hablar de todo. Como anoche cuando me dijiste que te importaba un carajo la camarera de aquel chiringuito, o como cuando estaba jodido por lo de Demelza y lloraba día tras día. Esas cosas que deben tragarse y guardarse para uno mismo. Esas cosas que según el mundo no pueden suceder, ni pensarse, ni decirse, ni desearse; como en el puto cristianismo.
Todo es tan relativo, incluido el todo. La escritura es la salida pero la salida es interminable, no me lleva ni nos lleva a nada, nunca. Pero alivia, es el acto más egoísta y más placentero y trascendental, aunque dura muy poco. Más egoísta que amar, créeme, estoy casi seguro, como casi seguro estoy de que los jueves apenas me amas, o quizás los lunes, o los martes. Ojalá sólo fuésemos amantes, lo pienso a menudo. No quiero decir que sólo debiéramos follar, ya me entiendes, o no sé si me entiendes. Quiero decir que ojalá fuéramos-volviéramos-empezáramos-pasáramos a ser amantes. Sólo eso.
Por mucho que escribiera, bien o mal, nada podría explicarse. Lo inexplicable es lo que abunda. Ahora mismo, silencio un cigarrillo contra el cenicero, el perro me lame un pie, el gato corretea por los muebles, y allá a lo lejos, al otro lado de la habitación, pasan fotos tuyas desnuda a modo de salvapantallas; sin explicación. Nada la tiene, y se acaba otro día sin un poema.
Y si la tuviera no me serviría.
Lluis Pons Mora, relato inédito. Ilustración de Robert Crumb.
Toda una delicatessen de nuestro drugo Lluis Pons Mora que, estoy seguro, os sentará mejor que los langostinos y el turrón en estas fechas frívolas... Que lo disfrutéis !!! v.
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