Aquí va un comentario anónimo recibido en un viejo post (este) de este blog que no merece la pena que pase desapercibido. Un comentario, pues, con galones (ascendido de comentario a post) y con historia:
Conseguí ese libro como regalo de un colega alcohólico, que me recomendó que lo leyera entre trago y trago de vino guarro, y además, escribía también, sí le invitabas a un tubo, te regalaba un poema. Leí el libro y me encantó, lo tuve como un tesoro. Con el paso del tiempo conocí por medio de una yonqui que curraba conmigo en una fábrica de congelados, a otra yonqui amiga suya. Cuando le hablé a las dos de la existencia del libro con el único propósito de follármelas, se mostraron muy atentas, y me rogaron que les dejara tal ejemplar para disfrutarlo, qué no tardarían en devolverlo. Conociendo el tema, le pase la joya a la que veía con más frecuencia, y a la que más me moría por tirármela. El maestro siempre dijo en sus libros, que los polvos estaban por encima de la literatura; o por lo menos, deberían estarlo.
Para dar un final a todo este acontecimiento, les diré que ni volví a recuperar el libro, ni me tiré a ninguna de las dos. Una de ellas se juntó con un jeringa y tuvieron un crio en buena o mala hora... a saberse. Y la otra no volví a saber ni una sola palabra de su ruina existencia.
Yo perdí la virginidad a los ventitantos, y siempre me acordaré de ese libro, y por las míseras manos que fue pasando. Las más miserables las mias.
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