Los ojos de la cajera tenían el color de los caramelos de café “7 de julio”. Su mirada era, en aquel súper superdesangelado, un tropezón entre los dientes, el único con sabor a algo dulce y humano. Fuera de eso, solo quedaban el frío del pasillo de los congelados, de las voces metálicas (“Vanessa acuda a caja”) y de las sonrisas cicatrizadas por los sueldos miserables de otras chicas, que ofrecían sus bandejas de promoción con croquetas de la abuela amasadas por máquinas industriales, batidos con bichos, hamburguesas vegetarianas de soja transgénica…
—54 con cinco
—dijo después ella, señalando la máquina registradora, y fue como si escupiera
los caramelos de sus ojos en un cenicero.
Solo había sido
un espejismo y cuando se desvaneció la realidad se impuso, me vi, como tantas
otras veces, sacando la cartera, mientras se amontonaba la compra sin recoger y
en la cola las miradas de los clientes que venían detrás me encañonaban,
amenazaban con fusilarme si no me daba prisa, si no mantenía el ritmo, si no me
comportaba como un consumidor diligente, como un pizpireto despegabolsas.
Las
cajas de los
supermercados son el resumen perfecto del capitalismo, nosotros
haciendo cola en ellas, colocando sobre
la cinta las pechugas de pollo, los preservativos, las latas de
cerveza, no hay tiempo que
perder, nosotros sacando las tarjetas de crédito, el DNI, el carnet de
cliente fidelizado, y la máquina registradora haciendo clin,
clin, que pase el siguiente, que no pare la fiesta, el blues de los
códigos de
barras, ey, chica, vamos, mírame otra vez, déjame otra vez morder tu
mirada con
olor a cafetera, ey, chica, dime al menos que tengo más de dos minutos
para
despegar estas puñeteras bolsas y poner los congelados donde no abollen
el pan
de molde…
—Póngase a un
lado caballero, por favor…
Bueno, buen
intento, pero no me voy a conformar con eso, chica, esta vez no, estoy más que harto
y no pienso seguir soportándolo, yo ya no soy un hombre con prisas, yo ahora
soy un peatón, el corazón de mi coche ha reventado y ahora el mío late más
despacio, más tranquilo, más dulce, más humano, así que, chica, recogeré mis bolsas sin prisa, me tomaré el
tiempo que haga falta, no el que decidan con un cronómetro en un consejo de
administración los dueños de este garito y del mundo, ni el que me impongáis
vosotros, los que esperáis detrás, en la cola, y sentís ganas de cortarme el
cuello con el tíquet del parking, no os preocupéis, por ahí viene Vanessa,
moved los carritos, corred, a ver quién llega antes a la otra caja, vended
vuestras almas al diablo en un cruce de caminos, todos ellos llevan al mismo
lugar, todos acaban haciéndoos volver al súper, y solo yo, el último peatón,
conozco la salida a este matadero, eso fue lo que pensé, ya en la calle, con mis bolsas de la compra
en las manos, los congelados juntos, el pan de molde intacto, mientras los
monovolúmenes pasaban ante mis ojos, y los conductores volvían a encañonarme
con sus miradas, y ante mí se extendían las aceras vacías, y las grúas paradas,
y un sol con hambre de sangre y vino pastando y engordando entre los
descampados, entre los esqueletos de las VPO, entre los escombros del
capitalismo, un sol enorme y rojo hacia el que yo, el último peatón, o puede
que el primero, eché a andar,
deshaciendo entre los dientes miradas con sabor a café, masticando espejismos,
tarareando para espantar la madre de todas las resacas, la del 7 de julio, este
blues, el blues de los códigos de barras, oh yeah!
Colaboración en 'El último peatón' de Udate (Gara). 8 de julio de 2012
http://gara.net/paperezkoa/20120708/350935/es/El-blues-codigos-barras
http://gara.net/paperezkoa/20120708/350935/es/El-blues-codigos-barras
No hay comentarios:
Publicar un comentario