Ahí estaba él.
Y ahí estaba ella.
Tumbados en la cama, a lo largo, como dos sardinas en una lata. Pero sólo él se debatía en el espeso aceite de la desesperación.
Ella estaba dormida. Él puesto hasta las cejas.
La fiesta de cumpleaños había sido un completo desparrame, la gente empezó a sacar drogas y parecía que éstas crecían en sus bolsillos de manera infinita, estaban por todas partes. Los baños hervían de actividad, la gente merodeaba en el exterior esperando su turno y en el interior se oían voces extrañas que salían del fondo de los retretes. Un tío se había ido a la calle y había roto a llorar, otros se retorcían al ritmo de la música electrónica que servía hábilmente el dj, giraban como alocadas peonzas dementes. Sí, eran una generación de seres perdidos de pupilas dilatadas intentando encontrar respuestas o, por lo menos, olvidarse de las preguntas. Él se mordía los labios en la barra observando el panorama. Poco antes un moro que no conocía de nada le había invitado a coca a cambio de que fuese él quien pintase las rayas ya que por lo visto el moro se veía incapaz de tamaña tarea, ofreció gustoso su ayuda al moro y no escatimó en la cantidad. Ahora sorbía inquieto una copa de absenta con agua, era una absenta flojita, de 50 grados. Entonces un tipo se acodó en la barra a su lado y sacó una bolsita, vació su contenido sobre la barra con una mueca de desprecio y hastío, una enorme montaña de polvo blanco surgió ante ellos. El tipo se giró hacia él y le dijo algo totalmente incomprensible. Vista la poca fluidez de la conversación probó con el lenguaje de signos, entonces sí le entendió, el tipo necesitaba una tarjeta, él le acercó una de su cartera y el tipo comenzó a dar forma a la montaña de polvo blanco con ella de manera espasmódica, como un pintor loco que da brochazos violentos a un lienzo magistral, en un determinado momento salió de su ensimismamiento para girarse en dirección al dj, alzó la tarjeta en el aire y comenzó a mover los brazos como si quisiese atraer hacia sí algún objeto invisible mientras daba patadas al suelo, luego regresó a su tarea y acabó formando tres gruesas líneas de unos 30 centímetros de largo, lió un turulo y sorbió una de ellas que desapareció en un santiamén dentro de su cabeza, el tipo tenía una nariz aguileña de impresionantes proporciones, estaba claro que estaba diseñado para drogarse vía nasal, llamó al camarero y le tendió el turulo, el camarero tardó más en metérsela, luego el tipo se giró hacia él y le hizo un gesto para que se metiese la que quedaba, él no dudó y se acercó, cogió el turulo y miró la raya, le pareció exageradamente grande, pero por alguna razón esa noche todo el mundo estaba empeñado en invitarle y no había que ser descortés, así que agachó el lomo y aspiró, solo pudo meterse una mitad, el sabor a manzana era inconfundible, se trataba de speed, él no era muy amigo del speed, pero ya puestos (nunca mejor dicho) se inclinó, dio buena cuenta del resto y devolvió el turulo al tipo, este le dio un beso en la frente y desapareció en medio de la multitud. Él estaba ya bastante puesto y aún conservaba los 20 míseros euros con los que había salido (sí, a la absenta también le había invitado), pidió cambio y sacó tabaco de la máquina, el tabaco se cotizaba y él, para ser consecuente con las leyes del karma, dio cigarros a cualquiera que se lo pidiese, lo que le valió otro par de invitaciones a coca.
Llevaba un buen rato recorriendo su cuerpo con la mirada. Su pequeño y estilizado cuerpo de niñita. Intentando sorber por completo su esencia, intentando comprobar si verdaderamente estaban ahí en ese momento, si existía todo esto. Ella dormía profundamente, ajena a todo ese sufrimiento. Él le pasó la mano delicadamente por el pelo, luego recorrió sus hombros. Ella emitió un pequeño gemido, era tan excitante, tan hermosa, ahí inerte. Apartó con delicadeza la sábana para poder ver el resto de su cuerpo. Lo único que llevaba puesto eran unas braguitas blancas, inmaculadas, virginales. Dentro de ellas estaba su coño, su coño cálido que tantas horas de placer le había proporcionado, estaba ahí, tras esa débil pared de tela. Se tocó la polla, estaba dura como un puto garrote, la dejó en libertad y comenzó a restregarla suavemente contra sus braguitas, un puñado de informes venas la recorrían de arriba a abajo, estaba a punto de explotar. Se tumbó a su lado y redujo la distancia de sus cuerpos, un poco más. Apartó un mechón de su pelo que le impedía acceder a su cuello y comenzó a besarla suavemente, besos calmados, concentrándose en cada centímetro de su piel, en el torrente sensorial que provocaba esta al rozarle el labio. A la vez frotaba tímidamente su demencial apéndice contra sus bragas, estaba ahí, tras esa débil pared de tela, esperándole, quería formar parte de ella, penetrarla y enterrar su vacío en su interior, fundirse en la demencia del éxtasis, follarla y morir dentro de ella para siempre, largarse de aquí al único lugar seguro que aún no le había arrebatado el devenir de la vida. Se acercó a su oreja y susurró.
-Cariño... Cariño, ¿estás dormida?
No obtuvo respuesta. Lo intentó nuevamente.
-Hey, despierta... Despierta por favor.
Ella emitió un sonido y se giró hacia el lado contrario tapándose con la manta, alejándose aún más, tanto física como espiritualmente, del lugar en el que él se debatía contra sus irrefrenables instintos. Se quedó ahí, en la misma posición, despreciado, con la polla al aire, sin siquiera rozarse ya con ella, con una nueva pared de tela entre ambos.
No sabía qué hacer, su mente corría drogada en todas las direcciones, sólo podía anclar su locura a través del sexo, estaba cegado a todo lo demás, era su única tabla de salvación. Necesitaba follar, follar ahora, o se precipitaría en la demencia. Su polla, enfermamente hinchada, le miraba con desprecio, exigiendo su alimento. Todo dependía de un polvo más, el enfermizo pensamiento comenzó a roerle, a obsesionarle.
Lo intentó nuevamente. Volvió a apartar las sábanas. Besó su cuello y bajó su mano derecha recorriendo su vientre e intentando acceder a su entrepierna. El coño seguía ahí, inerte, dormido. Intentó separar sus piernas. Ella se resistió débilmente en medio de su sueño. Él lo intentó con más fuerza y consiguió separarlas. Ahora podía tocar su coño. Aventuró su mano al interior de las bragas, podía tocarlo, ahí estaba, dormido. Comenzó a pasar suavemente los dedos por la abertura, acariciando los pliegues de carne, estaba seco. Sacó la mano y la impregnó de saliva. Volvió a introducir la mano en las bragas y humedeció el entorno con movimientos circulares, ella comenzó a gemir en sueños, eran unos gemidos débiles y tímidos, pero era un comienzo. Con la otra mano comenzó a masturbarse, su polla estaba dura, al borde del colapso. Notaba su nariz humedecida, se sorbió los mocos, el sabor era extraño. Continuó acariciando su coño, buscando el clítoris. Se arriesgó a intentar introducirle el dedo, lo hizo poco a poco. La respiración de ella se aceleró ligeramente, pero continuaba dormida. Introdujo el dedo un poco más mientras aspiraba el aroma de su cuello. De repente ella se despertó. Él instintivamente sacó la mano de sus bragas.
-¿Qué haces cariño?
-Nada.
-Duérmete.
-No puedo.
-¿Qué te pasa?
-Estoy algo pedo aún, y un poco rayado.
-Venga intenta dormir.
-No tengo nada de sueño.
-Mmmm...
-Oye.
-Dime.
-Estoy muy cachondo.
-Anda, cierra los ojos e intenta descansar.
Sin esperar su respuesta ella volvió a girarse, cerrando sus piernas y cubriendo su cuerpo con la sábana, y volvió a dormirse. El silencio era absoluto, pero podía oír el grito de su desesperación saliendo de su glande y embotándole el cerebro. Pensamientos obsesivos llamaban insistentemente, golpeando su polla contra el cerebro como si fuese un enorme aldaba de bronce, golpeando, golpeando, golpeando... Sorbió sus mocos, otra vez el desagradable sabor metálico, su nariz humedecida goteaba, se pasó la mano y, al mirarla, la vio llena de sangre. Estaba sangrando. Cogió un trozo de papel higiénico, se sonó y se limpió la nariz, miró el papel, este estaba impregnado de una sangre roja y espesa.
Lo peor había sido la puta ketamina, esa jodida droga disociativa. Estaba en un reservado junto a otros cinco tipos dementes y alguien la sacó de algún lugar. Le tocó a él dibujar las rayas y nuevamente no escatimó, a estas alturas, con el pedo y la mezcla de sustancias que llevaba encima ya daba todo igual. Pero daba igual en su mente hastiada, en la realidad las cosas funcionan de otra manera y una raya de keta no es lo mismo que una de coca, es una droga con la que hay que tener más cuidado a la hora de racionarla por su potencia inmediata. Pero claro, él no pensaba ni en esto ni en nada así que volcó despreocupadamente todo el pollo y lo repartió en cinco partes iguales que cada uno procedió a ingerir. Luego vino el caos y la locura. Tres de los tipos desaparecieron buscándose a sí mismos, o a alguien, o algo, y él se quedó en el reservado con uno que no paraba de hablar. No entendía nada de lo que le estaban diciendo, suponiendo que hubiese algo que entender de una conversación en ese estado, estaba demasiado ocupado viendo como el tipo se fundía con el entorno de una manera perfecta. Se miró la mano y era como un extraño apéndice gelatinoso, era fascinante, en un par de segundos todo había cambiado. Ciertas drogas pueden enseñarte cosas, a menudo cosas horribles, algo que siempre ha existido en el chamanismo y se ha despreciado socialmente gracias al consumo popular y recreativo, pero las visiones están ahí y pueden asaltar a los incautos. Tuvo una de esas visiones mientras el parloteo incoherente de su interlocutor se fundía con las paredes y su mano de goma y todo ello se alejaba de su Ahora como tragado por un desagüe temporal. Entendió el mundo. Por un momento lo entendió todo, todos los sutiles mecanismos de la realidad, y llegó a la gran verdad, nada tenía sentido, todo era un gran juego en un tablero totalmente inestable, todo lo que se daba por hecho, el fundamento de la realidad, los procesos y costumbres sociales, todo se iba por el desagüe con un golpe químico bien asestado, ¿de qué podía fiarse? ¿Dónde estaba la realidad? No estaba jugando a ser Descartes, estaba probando todo el sabor de la locura, todo se desmoronaba a su alrededor. Sabía que estaba drogado y que se le pasaría, conservaba un pequeño resquicio de cordura en lo más recóndito de su ser que le decía que estuviese tranquilo, y se aferraba a él, pero, ¿y si un día se despertase así sin haberse tomado nada y nunca volviese? Era algo perfectamente posible. La humanidad se había creado un soporte mental cómodo de explicaciones con las que sentirse seguro, pero ahora veía claramente que la humanidad entera estaba construyendo edificios sobre un pantano. Llegó la angustia. Llegó el pánico. Intentó dominar a su mano de goma y guiarla para coger su teléfono móvil, necesitaba un asidero con la realidad que no le proporcionaba ni él mismo ni el tío al otro lado de la mesa que cada vez se alejaba más y más junto a su soliloquio. Nada se arregló al coger el móvil. Era un artefacto completamente absurdo, tosco e inútil, con teclas, joder, TECLAS. Se aferró a su miniparcela de cordura cada vez más imbuida en la niebla, no sabía si saldría de esta. Pánico. Intentó escribir un mensaje de auxilio, a ella, necesitaba despedirse antes de que fuese tarde, decirle que la quería, que la necesitaba. La experiencia resultó un completo fracaso, las letras que, con esfuerzo sobrehumano, conseguía juntar no tenían sentido ninguno dentro de su nuevo estado mental, visto lo visto decidió llamarla. Ella no contestaba, probó varias veces con el mismo resultado. Ella no contestaba. Eso fue la estocada final, el saber que no había asidero posible, nadie que oyese sus gritos de auxilio, además, sin saber cómo, se había teletransportado y ahora estaba en la calle, en un aparcamiento. Hacía frío, se tumbó en la hierba a esperar el final.
Continuó mirando su cuerpo, tumbada, durmiendo, seguía cachondo pero su propia excitación le provocaba una gran tristeza. Recordaba cómo eran las cosas antes, al principio, no paraban de follar, ahora toda esa pasión se había diluido en el amor y el cariño. Hacía varios días que no follaban, siempre había alguna excusa, alguna discusión, algo que lo impedía. Recordaba historias de otras personas y no quería que eso le pasase a él, no quería tener que renunciar también a eso. ¿Por qué era tan importante? Si algo le había enseñado el pedo era que nada era importante, solo había vacío. Pero necesitaba sentirse deseado, no podía quitarse la idea de la mente. Todo había cambiado, todo había caído, todo cae, todo se funde en el fango, no somos más que eso, fango. Era preciosa, su cuerpo que ahora le daba la espalda, la silueta que se dibujaba borrosa bajo las sábanas. No tenía ánimos para volver a intentarlo, no soportaría ser rechazado de nuevo. Pero el pensamiento obsesivo continuaba golpeándole como un furioso martillo, era insoportable. Se levantó de la cama, su respiración se aceleraba, miró su cuerpo, tan ajena a todo. ¿Por qué ya no le deseaba? ¿Por qué todo tenía que marchitarse? La obsesión le golpeaba más y más fuerte, su nariz comenzó a sangrar, su cabeza estaba al borde del colapso. Quería golpearse contra la pared, machacar su cabeza contra ella, hasta que asomase la masa encefálica, abrir una brecha en su cabeza por la que poder escapar, abandonar este mundo de pasiones. Su cabeza vibraba, latía, lo aprisionaba, necesitaba golpearla hasta abrirla, como un viejo cascarón, para que, si existía un alma, ésta pudiera abandonarlo y escapar a otro plano, a un más allá, a un mundo tranquilo de almas asexuadas en el que el peso de sus testículos no le anclase con tanta fuerza a esta realidad despreciable.
Volvió a mirarla, era preciosa, él seguía deseándola y ese deseo le estaba matando. La sangre de su nariz ya llegaba al labio, la saboreó y supo lo que debía hacerse. Fue a la cocina. Cogió el cuchillo.
Ella se despertó al oír los horribles gritos y alcanzó a ver cómo con el último movimiento él serraba la última porción de carne que la unía a su cuerpo, pensó que seguía soñando, que era una horrible pesadilla, pero era demasiado real.
-¡Dios mío! ¿Qué haces? ¡Por favor para!
-Te quiero.
-¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude!
-Solo quería acostarme contigo, como antes, ¿por qué ya no me deseas?
-¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!
-¿Por qué ya no me deseas?
-Cariño, por favor, suelta el cuchillo, por favor.
El obedeció, el cuchillo cayó al suelo sobre una gran mancha de sangre.
-Nunca te haría daño, solo quería que me desearas como antes.
-¿Pero qué has hecho? Voy a llamar a una ambulancia.
-Solo quería que me desearas... como antes...
La realidad volvió a derretirse, todo a su alrededor se volvió negro, como cuando haces un fatality.
Se vió arrodillado
en medio de la oscuridad
sobre un charco de sangre
y se quedó ahí,
con su polla ensangrentada
aún palpitante
en la mano,
y algo en el interior de su cabeza
que había hecho
click.
Carlos Salcedo, del blog
La venganza de los malditos.