Les concedo la puerta blanca,
no la transpongo nunca. Pero mi hogar
es mucho mayor que eso:
su horizonte sónico comprende
desde los semáforos de Gran Vía
hasta el pobre río con sus árboles
y esas flechas de pájaros
que cruzan de súbito el paisaje.
Porque no entienden la casa
me encuentran Misterio.
Porque me ajeno calculando
la trayectoria del mirlo
después de la ventana,
o en la medianoche alcanzo la polilla.
Porque sus ojos necesitan luz
me llaman Arcano.
Como si fuera uno de sus dioses
–el Divino Cazador del Insecto–
me alimentan.
Me dan
sueño. Y el sueño es también la casa,
sus medidas comprenden mis fauces,
la musculatura exacta y las vibrisas
por donde reverberan ellos
a través del asfalto y de los parques.
Porque tengo mi sueño en mis manos
me suponen Sensualidad.
no la transpongo nunca. Pero mi hogar
es mucho mayor que eso:
su horizonte sónico comprende
desde los semáforos de Gran Vía
hasta el pobre río con sus árboles
y esas flechas de pájaros
que cruzan de súbito el paisaje.
Porque no entienden la casa
me encuentran Misterio.
Porque me ajeno calculando
la trayectoria del mirlo
después de la ventana,
o en la medianoche alcanzo la polilla.
Porque sus ojos necesitan luz
me llaman Arcano.
Como si fuera uno de sus dioses
–el Divino Cazador del Insecto–
me alimentan.
Me dan
sueño. Y el sueño es también la casa,
sus medidas comprenden mis fauces,
la musculatura exacta y las vibrisas
por donde reverberan ellos
a través del asfalto y de los parques.
Porque tengo mi sueño en mis manos
me suponen Sensualidad.
Cristina Morano, de El ritual de lo habitual (Amargord Ediciones, 2011)
No hay comentarios:
Publicar un comentario