-"Le enseñaré como lucha un oficial prusiano.
-Yo le enseñaré donde crecen las cruces de hierro.”
(Diálogo final de la película “La cruz de hierro”)
El primer film que vi de Sam Peckinpah fue “Pat Garrett and Billy the Kid”. Ni que decir tiene que yo no tenía ni la más mínima idea de quién era el tal. Pero, ante todo, recuerdo que me gustó. La película en sí era rezonglona, algo pesada de llevar, por el tono de voz de los personajes, por aquellos diálogos cortantes a lo tipo duro y aquella arena del desierto que parecía entrarle a uno, desde la pantalla del televisor, directamente a la boca. Pero tenía algo especial. Situación ridícula la que viví mientras la visionaba, y era que no tenía muy claro si la película era actual o más bien pertenecía al western clásico. Mi total ignorancia tanto del western de hoy como del de ayer, hizo que me hiciera la picha un lío. Y este efecto se producía en mí gracias a la buena mano del bueno de Sam, Bloody Sam (Sam el sanguinario), apodo con el que la crítica americana le apodó, para crear un efecto de absoluta modernidad que resiste el paso del tiempo. Hace no mucho, leyendo un poema que hacía referencia a una película, “Grupo Salvaje”, y debido a la admiración que profeso por dicho bate, busqué el título en Google por si la sinopsis decía algo interesante que invitara a bajarla ilegalmente. Y ¡bualaá!, ahí estaba otra vez Sam, y otra vez sus chicos malos. No lo dudé. La vi a la una del mediodía, con los ojos aún pegados y un tazón de Cola Cao. Me quedé maravillado. Leí que a este tipo le habían dado pomada en los 70 por lo explícito que se mostraba con la violencia, como si su pasión fuera la de ser apologeta de la ostia y el oro rojo. Y es que si se pretende clasificar a Sam como director de películas a lo Bud Spencer (que dime tu a mí a qué incitaban aquellas películas, sino a dar una leche al inocente que más cerca tuviésemos mientras la veíamos a las cuatro de la tarde en Canal Sur) digo, que si se pretende encasillar a Bloody Sam en esta categoría, es que no se tiene desarrollado lo bastante el nervio del gusto. Porque su violencia, y esto no es un eufemismo, es bella. Rezuma lirismo. Su ritmo cansino estalla al iniciarse una jarana, perfectamente contrarrestado con sus maravillosos ralentís, nada que ver con las mierdosas cámaras lentas de Matrix. Su excelente realismo (excepto alguna cantosa mancha de tomate en la camisa de los personajes en algún que otro primer plano) hacen de sus escenas de máxima violencia auténticos ejercicios catárquicos. Porque cuando ya no quedan balas uno se queda sosegado, vacío de ira y lleno de placer. Otro apartado son sus diálogos, escasos pero contundentes: “-Dio su palabra a un (/a compañía de) ferrocarril… -¡Era su palabra! – Eso no importa, lo que cuenta es a quién se le da”. Y lo que vino a confirmarse al ver días después, misma hora mismo ColaCao, “La cruz de hierro”, ambientada en la 2º Guerra Mundial, de la que dijera Orson Wells que era la mejor película antibélica que había visto, la cual mantenía el mismo estilo a la hora de abordar las escenas de acción, la misma parquedad en los diálogos y, cosa crucial y transversal en las tres películas, protagonistas bastante maduros y experimentados, que ven como los tiempos y el mundo que ellos conocieron va desapareciendo. Estos personajes tienen gran fuerza, determinación y capacidad de liderazgo, y, sobre todo, grandes sentimientos bajo una máscara endurecida, lo que denota la gran profundidad psicológica de la que dotaba a estos. Como curiosidad, he de decir que el prota de “La cruz de hierro”, el sargento Steiner, soldado alemán, perfectamente podría pasar por aquellos forajidos alcohólicos que cruzaban la fontera de USA con México en la mencionada “Grupo Salvaje”. Y no es casualidad, pues vemos al mismo actor, James Coburn, en la primera película mencionada haciendo de perseguidor de Billy el Niño. Estos personajes parecían reflejar una obsesión de Sam Peckinpah, aquellos hombres que ya no tienen nada que perder, que no saben hacer otra cosa más que luchar contra las adversidades sobre los lomos de un orgulloso código de honor, que hace que el hombre no parezca tan mezquino en medio de tanta barbarie. Quizás fuera una forma de redimirse, tal vez fuera un hombre lleno de ira pero bueno, víctima de su propia naturaleza primitiva e inteligente. No lo sé, la verdad. Me gustan sus películas y las seguiré viendo. Tengo en la recámara “Quiero la cabeza de Alfredo García” y “Duelo en la Alta Sierra”, que seguro que no me van a decepcionar. Sam murió a causa de graves problemas de salud que arrastraba por su adicción al alcohol y a la coca, a la temprana edad de 59 años. Más o menos la de sus legendarios personajes. Según dicen, sus últimas películas son más bien tirando a mediocres, en comparación con las que dirigió en sus años de mayor esplendor. Eso aún tampoco lo sé. Lo que sé es que el padre del western crepuscular me ha arrancado, con su característica violencia, el corazón.
Rubén Casado, del blog Cacagénesis.
1 comentario:
Tendria 9 años cuando vi La cruz de Hierro, y me cambio la vision de las peliculas belicas, porque no eran los clasicos soldados americanos que ganaban todas las batallas, de manera facil... Primero estos soldados eran alemanes, y no eran los tontos, roboticos y bien uniformados germanos de las peliculas de Hollywood.
Segundo, estos perdian las batallas y se mantenian heroicos, porque no luchaban por la patria o una bandera, luchaban por ellos mismos!!!
De verdad que es una pelicula antibelica...y la introduccion con la marcha infantil alemana es genial!!!!
Un abrazo hijos de Satanas!!!
Martin Roldan Ruiz
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