Lawrence de Arabia era motero
Recorrido por el desierto Jordania, solar mítico donde se cruzan las andanzas de Thomas E. Lawrence, el intrépido Indiana Jones y hasta una concentración de Harley Davidson, versión Oriente Medio
MIQUEL SILVESTRE 20/04/2011
La ciudad romana de Jerasa es gigantesca, apabullante, majestuosa sin paliativos. Impresiona el estado de conservación de los columnarios, las puertas, los templos. Una larguísima avenida empedrada lleva hasta la enorme plaza circular erizada de perfectos estiletes de piedra. En su interior, uno no puede evitar sentirse como un bárbaro ante tamaña grandiosidad. Esto sí es la obra de una gran civilización. De algún modo, y a pesar de la penicilina y la electricidad, aquí se acaba pensando que en cierta forma la humanidad ha caminado hacia atrás durante los últimos dos mil años.
El Monte Nebo, donde Moisés recibió las Tablas de la Ley; el lugar del bautismo de Jesús; el castillo de los cruzados de Al Karak. Hay tanto que ver y resulta tan apasionante esta historia hecha piedra que se necesitarían dos vidas para quedar ahíto.
El primer mapa de Oriente Medio
Arribo a Madaba casi de noche. La Iglesia de San Jorge, de rito griego ortodoxo, es famosa por un mosaico bizantino que representa el primer mapa completo de Oriente Medio. Durante la cena charlo con el sacerdote. Hombre de mediana edad, rasgos fuertes, pelo negro y ojos claros. Pregunta por mis viajes y la situación del mundo. Parece llevar siglos sin noticias del exterior. Me mira fijamente mientras hablamos, como si quisiera desentrañar las razones por las que recorro el planeta con la única compañía de una moto. Cuando nos despedimos, guarda en mi mano una pequeña reliquia traída de Jerusalén.
Al día siguiente, Petra. Quizá la más famosa joya arqueológica de cualquier desierto. La capital del reino nabateo en el valle del Arabah. Envuelta entre las brumas de la Historia hasta que el suizo Burkhardt diera con ella en 1812. Desde entonces, gran atracción turística. El precio de la entrada es en verdad escalofriante -recientemente subido a 90 euros- pero también lo es la emoción que embarga al viajero que recorre el estrecho pasillo de piedra y entrevé de pronto la portada del fantástico edificio de la Tesorería. Al brotar a la explanada uno no puede evitar imaginarse como Indiana Jones en plena búsqueda de griales y arcas de la alianza.
Hacia el sur, la vía asciende una loma pronunciada y tras superarla surge un escenario de picos asolados al fondo. Nos recibe un desierto anaranjado, sobrenatural, salpicado de crestas afiladas de granito y arenisca. Semeja un océano poblado por peces cretácicos que solo enseñaran las aletas dorsales. La bruma polvorienta en lontananza brilla al recibir el sol y reverbera sus rayos en derredor. Es un espectáculo de una belleza primigenia que, sin embargo, he de disfrutar con mucho cuidado, pues el asfalto esta fresado y resulta difícil controlar la moto.
En honor a Lawrence de Arabia
Al atardecer desembarco en el mítico Wadi Rum o Valle de la Luna. Es el cauce desértico más largo y alto del país, situado a 1600 metros sobre el nivel del mar. Paraíso de aventureros, trotamundos y escaladores, fue también el lugar desde donde dirigió la revuelta árabe contra el Sultanato Otomano el oficial británico Thomas E. Lawrence, conocido popularmente como de Lawrence de Arabia. Una de las más llamativas formaciones geológicas del wadi se bautizó en 1980 como Los siete pilares de la sabiduría en honor a su libro.
Me dirijo a Aqaba, a 70 kilómetros, desde donde cogeré un ferry a Egipto, quizá la peor frontera para cruzarla a motor. Los viajeros hablan de horas, o incluso días, para legalizar la documentación de sus vehículos. Para distraerme, voy pensando en algo que tengo en común con Lawrence de Arabia, además del gusto por los desiertos y la literatura. Las motos. El complejo espía de su Majestad se mató en un accidente sobre una Brough Superior, conocida como el Rolls-Royce de las dos ruedas; una motocicleta exclusiva que hoy alcanza cifras astronómicas en el mercado de clásicas.
Concentración de 'Harleys' en el desierto
Hablando de motos. Al llegar al puesto de control previo a la ciudad portuaria donde los soldados detienen a todos los conductores, veo que delante de mí ha llegado una Harley Davidson con matrícula de Beirut. Me acerco al piloto y por señas le pregunto qué diablos está haciendo aquí. Me informa de que en Aqaba hay una concentración de propietarios de Harley, procedentes de todo Oriente Medio, que celebra el primer aniversario del concesionario de Amman. Exclamo que yo eso no me lo pierdo y le sigo hasta un lujosísimo resort a orillas del Mar Rojo.
Hay decenas de tipos maduros vestidos de cuero y cromados. Vienen de Bahrein, Qatar, Dubai, Egipto, Arabia Saudita... Allí me presentan a Omar, el vicepresidente del club de propietarios de Jordania. Me invita a cenar con ellos. Va enseñando fotos de sus juguetes: una Harley, un Ford Mustang, una enorme moto de agua. Luego comenta que tiene tres costillas rotas de un accidente de coche.
-¿Con el Mustang?-, pregunto.
-Con el Porsche-, dice.
-Caramba- suelto-, pero entonces tú eres rico, ¿no?
Omar ríe desde detrás de su barba.
- No suelo reconocerlo así -comenta divertido-, pero sí, soy rico que te pasas. Y para ti eso es hoy una gran suerte porque eres mi invitado y voy a encargarme de que pases a Egipto con mi gente.
Miquel Silvestre (Denia, 1968) es autor del libro 'Un millón de piedras' (Barataria).
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