EL CULTURAL. 11/03/2011
Nadie gana. Es sólo que unos pierden más despacio. Dos cosas que Roland Pryzbylewski tiene en común con Charles Bukowski: las cuatro últimas letras de su apellido, y razón.
Hay hombres que devoran épocas. Si en el siglo XX la locura humana se hizo mayor de edad, Bukowski (1920-1994) demostró que incluso la demencia más psicótica sigue un método. Y que ese método es él. Nacido alemán, es América en carne y hueso: nadie como él ha puesto voz y rostro a la tragedia del paria, el cero a la izquierda, el pobre del primer mundo. Tuvo que elegir entre ser funcionario o convertirse en dios, y eligió el destino más grande. Para sobrevivir al fracaso, la miseria y a su propia inteligencia, consumía alcohol y generaba poesía en cantidades igualmente masivas. Murió a los 74 años. Tal vez la poesía sea más útil de lo que dicen.
Sesenta y dos poemas inéditos, El padecimiento continuo no da tregua. Es Bukowski cien por cien puro, no procedente de literatura concentrada: violento, obsceno, generoso, irónico, desagradable, arduo, honesto. Se presenta a sí mismo como se sentía: hundido. Sabe que no es justo culpar al mundo de todas nuestras desgracias, básicamente porque ningún mundo tiene la capacidad de salvarnos o condenarnos. Un Bukowski ebrio, cantando a pleno pulmón, encerrado en el WC de un hotel, “porque sabía que no/ pertenecía a ningún sitio/especialmente al ser reconocido como un/gran escritor/americano”, es un Bukowski autocreado, no una manufactura corporativa. Habla un inglés agramatical en el que parece imposible mentir. Le interesa esa curiosa costumbre humana de escribir a veces mayúsculas, a veces minúsculas. Habla siempre de sí mismo porque es su tema favorito. (Nuestro tema favorito: nosotros mismos.) Tiene una pésima opinión de las mujeres, los objetos y los hombres, pero no es ni misógino, ni espiritual, ni misántropo. Es caótico, pero jerárquico: “las viejas/cintas de/Bobby Dylan/ retumban/ como/ un trueno/ por encima/ del paraíso/ de/ tu Dante/ allá abajo”. Y entre vientos de cambio y divinas comedias, inmortaliza por igual a pobres diablos anónimos y a los héroes de nuestra historia reciente: Kerouac, Ginsberg, Burroughs, Salinger y su guardián. Ficción, realidad: todo está en la mente.
Matrioshka de contradicciones, la métrica de Bukowski se inspira en el ritmo del rock y en las pausas de la televisión, pero suena, más que ancestral, ucrónica. También imita los intervalos del comic, género que él mismo cultivó. A Bukowski conviene leerlo en voz alta, para percibir la teatralidad de nuestros pensamientos más íntimos. Pensar: un diálogo, aunque sea con uno mismo. Y cuando el diálogo implica a otros, lo denominamos guerra: “no/ pero mierda/ me quieres,/ ¿recuerdas?”. En ritos sociales apenas participa, y el mínimo que la comunidad exige le acerca, más que a la civilización, a la barbarie. Lo que nos hace humanos por fuera nos deshumaniza por dentro: “no resulta honroso sentarse aquí/ mirando estas paredes”, haciendo tiempo en un bar hasta que nos llegue la hora de morir. Pero no hay otro sitio. Ni tampoco otra opción.
Genio más allá de lo concebible, Bukowski es el hombre de los caminos menos transitados, un fraude a conciencia, nuestro ídolo. Poesía de belleza atroz, El padecimiento continuo se resume en una sola y única palabra: Bukowski. Desde la postración del más débil, un poeta destruye a golpes de realidad el imperio de los fuertes. Sus versos son las ruinas de América: “Las tropas del infierno desfilan/ a través de/ mí". La única ciudad eterna está en el corazón humano. Bukowski por los siglos. Rey Charles forever.
Hay hombres que devoran épocas. Si en el siglo XX la locura humana se hizo mayor de edad, Bukowski (1920-1994) demostró que incluso la demencia más psicótica sigue un método. Y que ese método es él. Nacido alemán, es América en carne y hueso: nadie como él ha puesto voz y rostro a la tragedia del paria, el cero a la izquierda, el pobre del primer mundo. Tuvo que elegir entre ser funcionario o convertirse en dios, y eligió el destino más grande. Para sobrevivir al fracaso, la miseria y a su propia inteligencia, consumía alcohol y generaba poesía en cantidades igualmente masivas. Murió a los 74 años. Tal vez la poesía sea más útil de lo que dicen.
Sesenta y dos poemas inéditos, El padecimiento continuo no da tregua. Es Bukowski cien por cien puro, no procedente de literatura concentrada: violento, obsceno, generoso, irónico, desagradable, arduo, honesto. Se presenta a sí mismo como se sentía: hundido. Sabe que no es justo culpar al mundo de todas nuestras desgracias, básicamente porque ningún mundo tiene la capacidad de salvarnos o condenarnos. Un Bukowski ebrio, cantando a pleno pulmón, encerrado en el WC de un hotel, “porque sabía que no/ pertenecía a ningún sitio/especialmente al ser reconocido como un/gran escritor/americano”, es un Bukowski autocreado, no una manufactura corporativa. Habla un inglés agramatical en el que parece imposible mentir. Le interesa esa curiosa costumbre humana de escribir a veces mayúsculas, a veces minúsculas. Habla siempre de sí mismo porque es su tema favorito. (Nuestro tema favorito: nosotros mismos.) Tiene una pésima opinión de las mujeres, los objetos y los hombres, pero no es ni misógino, ni espiritual, ni misántropo. Es caótico, pero jerárquico: “las viejas/cintas de/Bobby Dylan/ retumban/ como/ un trueno/ por encima/ del paraíso/ de/ tu Dante/ allá abajo”. Y entre vientos de cambio y divinas comedias, inmortaliza por igual a pobres diablos anónimos y a los héroes de nuestra historia reciente: Kerouac, Ginsberg, Burroughs, Salinger y su guardián. Ficción, realidad: todo está en la mente.
Matrioshka de contradicciones, la métrica de Bukowski se inspira en el ritmo del rock y en las pausas de la televisión, pero suena, más que ancestral, ucrónica. También imita los intervalos del comic, género que él mismo cultivó. A Bukowski conviene leerlo en voz alta, para percibir la teatralidad de nuestros pensamientos más íntimos. Pensar: un diálogo, aunque sea con uno mismo. Y cuando el diálogo implica a otros, lo denominamos guerra: “no/ pero mierda/ me quieres,/ ¿recuerdas?”. En ritos sociales apenas participa, y el mínimo que la comunidad exige le acerca, más que a la civilización, a la barbarie. Lo que nos hace humanos por fuera nos deshumaniza por dentro: “no resulta honroso sentarse aquí/ mirando estas paredes”, haciendo tiempo en un bar hasta que nos llegue la hora de morir. Pero no hay otro sitio. Ni tampoco otra opción.
Genio más allá de lo concebible, Bukowski es el hombre de los caminos menos transitados, un fraude a conciencia, nuestro ídolo. Poesía de belleza atroz, El padecimiento continuo se resume en una sola y única palabra: Bukowski. Desde la postración del más débil, un poeta destruye a golpes de realidad el imperio de los fuertes. Sus versos son las ruinas de América: “Las tropas del infierno desfilan/ a través de/ mí". La única ciudad eterna está en el corazón humano. Bukowski por los siglos. Rey Charles forever.
No hay comentarios:
Publicar un comentario