Estoy en Berlín cuando veo las primeras noticias sobre el terremoto de Japón. Al terremoto le seguirá, en breve, el tsunami que ha dejado miles de muertos y heridos y un nivel extremo de catástrofe: inundaciones, pueblos devastados, edificios destruidos, corte de las comunicaciones y del transporte de víveres, familias exterminadas… Es en el hotel berlinés donde me llegan las primeras informaciones. En la televisión hay menos de veinte canales y en ninguno de ellos encuentro películas ni videoclips. Nos conformamos, en los ratos de descanso, con los canales de información de la CNN y de la BBC y, a veces, los informativos de Televisión Española. Desde que empezó la sucesión de desgracias japonesas, es decir, poco después de aterrizar en la ciudad alemana, en la CNN y en la BBC sólo informan del terremoto y sus consecuencias. Más de veinte horas al día consagradas a repetir imágenes y a ofrecer filmaciones de aficionados, testimonios de supervivientes y chats con turistas occidentales que están de paso o viven en Japón. Parece una pesadilla multiplicada.
En este punto de mi vida, pienso, confluyen varios puntos históricos: el terremoto sacudió Japón en el aniversario de los atentados del once de marzo en Madrid y, entre unas y otras noticias vistas en la tele, salimos a ver Berlín y a empaparnos de su vida y de su pasado. Nos alojamos en el Checkpoint Charlie, y cada paso que uno da por aquí es Historia con mayúsculas: la división entre Oriente y Occidente, el muro y los intentos de fuga de uno a otro lado y las revueltas populares y la caída de esa frontera de hormigón, las agitaciones políticas tras la Segunda Guerra Mundial, el recuerdo de las atrocidades cometidas por los nazis y por el régimen soviético… Mientras recuperamos la Historia, ya sea recorriendo la ciudad (Berlín y sus cicatrices) o evocando el pasado reciente (el 11-M en Madrid), también vivimos la Historia viendo la televisión (la CNN y su retahíla repetitiva de escenas y testimonios sobre lo ocurrido en Japón). Estoy cargado de Historia. Y se hace extraño ver esas imágenes de olas gigantes, coches flotando sobre el agua, barcos estrujados por la corriente, escapes nucleares, ríos negros que lo trituran todo, hombres y mujeres asustados que corren a refugiarse bajo las mesas de las oficinas donde trabajan, se hace extraño ver la aniquilación de un país lejano en una tele de un país que no es el tuyo y en el que estás de paso. Llegamos cansados de nuestras visitas por la zona de Alexanderplatz o el barrio turco y ponemos la tele y lo que aparece en pantalla contiene un ingrediente irreal, como si fuese el germen de las pesadillas, anuncios de una película de terror en la que han hecho un gran trabajo los encargados de los efectos especiales. Pero no es una película. Ojalá lo fuera. Vistas esas imágenes, se comprende perfectamente la razón por la que los asiáticos han hecho tanto cine de terror, de Godzilla, de maremotos, de mutaciones y tragedias varias.
Caminamos por Berlín y pienso en si conoceré a alguien que esté estos días en Japón. Alguien de España, quiero decir. Alguien de Madrid. O alguien de Zamora, mi ciudad. No hace muchos meses que uno de mis primos estuvo de visita por Japón. Yo sueño con ir a ese país. No se puede tener miedo de hacerlo: si una tragedia tiene que cazarte, lo hará estés donde estés; probablemente ya esté escrito. JFK dijo, tras su visita a Berlín, aquello de: “Soy un berlinés”. Era su manera de empatizar con sus habitantes. Yo no soy ni me considero berlinés ni aun alemán y menos japonés, pero estos días me sacude el dolor del pasado de Berlín y del presente de Japón.
José Ángel Barrueco, del blog Escrito en el Viento.
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