jueves, 10 de febrero de 2011

VISCERALES: Prólogo & Epílogo.


Mario Crespo
PRÓLOGO: MI DESAHOGO
 
La idea inicial de esta antología era compilar en ella textos de autores viscerales, de esos que suelen vaciarse sobre el papel. Queríamos hacer un libro que fuera pura dinamita. Vísceras, entrañas. Apuntamos nombres conocidos y buscamos otros nuevos. A lo largo de esta fase nos dimos cuenta que había autores que parecían viscerales y en realidad no lo eran y que había otros aparentemente cerebrales que tampoco eran tal. No estábamos encontrando escritores viscerales, sino textos viscerales. Esto nos permitía abrirnos a otros ámbitos, escuchar otras voces y poder elegir nombres con mayor libertad.
Hicimos una preselección y contactamos con los autores para explicarles nuestras motivaciones y pedirles su colaboración. Muchos no tenían claro qué era exactamente lo que pretendíamos. Entonces decidí redactar un borrador de prólogo que contuviese, entre otras cosas, una declaración de intenciones. Una especie de arenga para que los seleccionados escribiesen con pasión sobre alguna inquietud que necesitaran expulsar a modo de purificación, independientemente del género y el estilo que cada uno emplease para ello. Les propusimos que no escribieran un texto para una antología, sino que viviesen una experiencia liberadora, una catarsis; en resumen: que se quedaran a gusto.
Para darle solidez al prólogo me puse a buscar información sobre la literatura visceral. Pero la documentación que encontré resultó ser escasa. Busqué en Google y en la Biblioteca Nacional. Había muy poco material sobre el tema y casi todas las pistas me conducían a Bolaño y sus Detectives Salvajes. Tal vez debido a esto inicié aquella versión haciendo referencia a la definición que da la R.A.E sobre la palabra visceral e intenté relacionarla con una forma de escribir. Fue una de las pocas cosas coherentes que escribí en ese prólogo.
Para apuntalar la estructura del texto necesitaba apoyarme en la poca documentación obtenida. Y así lo hice. Pero la mezcla del material quedó suelta y deslavazada. Cuando leí el borrador por primera vez me dio la impresión de que la historia de la literatura visceral se reducía a reventar recitales de autores consagrados, como hacía el grupo fundado por Roberto Bolaño y Mario Santiago, los realvisceralistas. Pero yo no quería decir eso. Algo no funcionaba.
En aquella primera versión citaba un sinfín de escritores (tres de ellos aparecen en esta antología: Montero Glez, David González y Alfonso Xen Rabanal) que yo consideraba viscerales. Y tras ese párrafo volvía a incidir en nuestras intenciones, repitiendo así la misma información que en la introducción, aunque de manera desarrollada. Las partes no formaban un todo, era obvio, pero, por más que lo intentaba, era incapaz de encontrar las palabras adecuadas para decir lo que realmente quería. Tanto en el fondo como en la forma, el prólogo era un lío. Una chapuza. Me sentía como uno de esos jugadores de fútbol que driblan a todos los contrarios y cuando llegan al área no son capaces de chutar a gol. Había hecho un texto barroco, con mucho adorno y poco contenido. Sin darme cuenta, me había empeñado en hablar del visceralismo como si fuese un ismo, hablaba de ello como un crítico que analiza la Generación del 27 o el Renacimiento florentino. Estaba totalmente equivocado.
A medida que iba corrigiendo el texto, me daba la impresión de que la confusión iba en aumento. Había mezclado lo visceral con el realismo sucio y otras etiquetas literarias. Notaba que mis pies se hundían en el barro y, aunque de vez en cuando avanzaba unos pasos, no conseguía salir de la arena movediza donde me había metido. El tiempo pasaba y, a pesar de no estar contento con lo que había hecho, nos vimos obligados a enviar el borrador por correo electrónico a todos los autores de la primera selección. La fecha de entrega se acercaba y muchos de nuestros colaboradores no tenían claro lo que debían hacer. Tras la lectura del prólogo algunos consiguieron aclarar sus ideas, pero otros no. Hubo correcciones y objeciones. Hubo nuevos cambios.
A última hora decidimos ampliar la nómina de autores. Y llegaron más incorporaciones. Una de ellas, la de Enrique Vila-Matas, me hizo reflexionar. Tras leer una frase de su texto ("Por eso existe el suicidio y lo visceral, y hasta las vísceras, y lo demás es literatura") pude por fin encontrar el principal error: no necesitaba construir una teoría sobre lo visceral, sino presentar un libro lleno de textos pretendidamente viscerales. Así que volví a remozar el prólogo entero en pos de darle unidad sin caer en contradicción.
Al leer por primera vez esta nueva versión creí que el texto había mejorado. Pero tras un par de lecturas más profundas me dio la impresión de que la estructura seguía siendo igual y que, con otras palabras, estaba contando lo mismo que en el primer borrador. Seguía perdido. Desesperado. Y entonces apareció ella: Mirian, mi pareja.
"Déjame leer el prólogo", dijo. Y accedí. Después vino con el texto impreso y un par de post-it llenos de pequeñas notas y algunas flechas. "Tenemos que comentar el prólogo", dijo. Y accedí. "Son como ideas sueltas. Se entiende lo que quieres decir, pero no está bien estructurado", dijo. Al principio me enfadé un poco. Intenté defender mi texto a cualquier precio (estaba cansado de dar vueltas, estresado), pero al ver que ella tenía razón, cambié el discurso y me cabreé conmigo mismo. Me puse en pie impulsado por la fuerza de una pataleta infantil, rompí los folios y los tiré al suelo. Me fastidiaba el hecho de no ser capaz de escribir lo que pretendía. Cuando uno se encuentra impotente ante una situación saca el orgullo como mecanismo de defensa. En aquel momento, nada más levantarme, como una especie de auxilio divino, se me ocurrió de repente una idea: escribir algo completamente nuevo, un texto de vaciamiento que narrase el calvario que me estaba suponiendo enfrentarme al maldito prólogo. En ese mismo instante dejé de ser un antólogo neutro para convertirme en uno más de los autores de esta obra. Necesitaba extirpar el grano infectado que tanto dolor me estaba produciendo. Por fin estaba en el camino adecuado. Tras recoger los folios del suelo, me senté frente al ordenador y me dispuse a desahogarme. Una hora más tarde había escrito este texto. Sólo faltaba corregirlo.
El vaciamiento es la verdadera esencia del libro. Era más lógico y más fácil ejemplificarlo que teorizarlo. Pero no pude verlo claro hasta última hora, tan sólo unos días antes de enviárselo a la editorial. Con este texto no sólo he conseguido ser visceral, sino también, y más importante, quedarme a gusto tras acabar de escribir. Después de tres versiones distintas, de marear a mi compañero con tanto cambio y de reescribir el texto más de cincuenta veces, he podido huir de esa extraña querencia a la erudición a la que me había acostumbrado para, finalmente, terminar vomitando las malas digestiones de todos estos meses.
Al igual que yo, los autores que colaboran en esta antología han hecho su vaciamiento particular, cada uno en su estilo y a su modo. Lo que el lector va a encontrar en este libro es un compendio de cuentos, poemas, prosa poética e incluso fragmentos de obras teatrales, marcado por un denominador común: el desahogo.
 
José Ángel Barrueco
EPÍLOGO: CON DOS COJONES
 
Introito a esta aventura
Empecemos por el final: en tus manos está el resultado de la primera antología visceral en lengua española. Si has llegado hasta aquí, ya conoces la función y supongo que te habrá gustado. Así que tal vez te interese saber cómo se gestó el proyecto. Volvamos, pues, al principio.
Durante años estuve escribiendo columnas de opinión para un periódico de mi ciudad. Siete días por semana. Sin vacaciones. Sin contrato. Cobrando lo justo. Recibiendo acusaciones en las cartas al director y en los comentarios anónimos de los blogs. Cuento todo esto porque, a veces, son síntomas que estimulan la furia. Y sin furia no siempre hay escritura visceral. Yo corregía los artículos eligiendo una de estas dos maneras, tras dejarlos reposar unas horas (desde por la mañana hasta la sobremesa):
–El método visceral
–El método cerebral
El primero consistía en desatar los instintos, en escribir desde el estómago y el corazón, arriesgándolo todo a un naipe, acusando a éste o a aquel sin tapujos; con furia, pero con sutileza. Este método me sirvió para estimular el rencor de algunos lectores y de muchos mangantes (políticos, vividores del tres al cuarto, empresarios jetas…), e incluso me granjeó unos cuantos tirones de orejas de mi director. No muchos. Quizá tres o cuatro. Los suficientes para "recomendarme" suavizar este o aquel texto. La escritura visceral suele hacer daño a numerosos lectores. Pero uno queda muy satisfecho, como después de una vomitona.
El segundo consistía en coger ese artículo, una vez reposado, y, ya fuera visceral o más sutil, o más amable, aplicarle el sentido común, lo cerebral. A veces por prudencia, a menudo tras pensar: "Uf, me he pasado". Si había tacos, mejor limarlos. Si había acusaciones muy directas, mejor que fueran veladas. Si había elucubraciones, mejor sustituirlas por datos puros y duros. Por supuesto, este método causa menos estragos, contenta a los directores y no depara tantas cartas de lectores jodidos. Es el método que hoy día se prefiere. El que no da problemas. El que utilizan las señoras que escriben novela rosa y algunos novelistas cuando ya tocaron el éxito.
Nosotros preferimos el primero.
Creemos que otra escritura es posible. Que los que están al margen también deben ser escuchados, también deben ser leídos. Que son las voces de la conciencia de la sociedad, algo que interesa poco en los medios de comunicación al uso.
Creemos en ambas escrituras, pero la segunda (la del método visceral) está infravalorada y nunca entra en el canon (mejor que así sea) y las grandes editoriales tienen miedo de esta clase de prosa.
Porque muerde.
Porque incomoda.
Porque la utilizaron algunos de los escritores que ha mencionado Mario Crespo al principio de este libro, escritores feroces que no se callaron y unos cuantos más que yo añado: Charles Bukowski, Thomas Bernhard, Louis-Ferdinand Céline, Varlam Shalámov, David Foster Wallace, Hulbert Selby Jr., Irvine Welsh, Nelson Algren, Virginie Despentes, Thom Jones, William T. Vollmann, Phoebe Gloeckner, Henry Miller, John Fante, Hunter S. Thompson, Mohamed Chukri, Cormac McCarthy, Chuck Palahniuk, Kathy Acker, William S. Burroughs, Agota Kristof, Jack Kerouac… A propósito de Kerouac: su primera versión de On the Road, la primigenia, la más pura (editada hace poco), es también la más visceral; con los años, al texto que siempre hemos conocido se le aplicaron los filtros de la prudencia, el decoro, el temor de los editores a las posibles represalias y, desde luego, la censura. He leído ambas y ambas son buenas. Me quedo, sin embargo, con la pureza de la primera, el río de palabras repletas de furia y sin cortes.

Gestación
Un día, mi madre me dijo algo que me estuvo rondando meses por la cabeza. Le había regalado algunos libros de poetas y escritores españoles "cañeros". Alguien le prestó una novela de uno de mis autores favoritos de este país (que no es cañero, ni mucho menos, pero al que guardo devoción sin límites: es famoso y no diré aquí su nombre, por respeto a él y a mi madre). Es cierto que en esa novela reciente está en horas bajas, aunque a mí me gusta. Me comentó ella:
–Estoy leyendo este libro y no tiene fuerza. No me hace ni fú ni fá. ¿Sabes lo que pasa? Que, después de leeros a vosotros… lo demás parece flojo, ya no impresiona. No es tan contundente.
Con "nosotros" se refería, principalmente, a casi todos los autores reunidos en Resaca / Hank Over. Entendía que otros escritores no se jugaban los cuartos en cada frase, que no golpeaban al lector, que carecían de riesgo y firmeza. Así que pensé: "Deberíamos hacer una antología con todo eso".
Y poco después sostenía con Mario Crespo esta charla, al amparo de unas latas de cerveza:
–Tú y yo deberíamos hacer una antología.
–Pues a eso mismo le estoy dando vueltas. Sería una antología de gente cañera. Ya sabes: sólo escritores viscerales. Incluso tengo el título: Con dos cojones.
Los dos habíamos hablado a menudo de los dos métodos citados. Al ver que se coordinan muchas antologías de autores cerebrales, o mezclando a ambos, pero nunca de autores viscerales a secas, decidimos comenzar el proyecto cuanto antes.
Luego elaboramos una lista de posibles autores.
De esa lista, y con gran dolor, tuvimos que ir tachando nombres por razones lógicas. No se le puede presentar a un editor un tocho de mil páginas. Uno debe ser prudente. Eso nos obligó a despojarla de muchos amigos y ojalá esta decisión no los convierta en nuestros enemigos.
También se dieron los casos de dos o tres personas que no respondieron a la llamada de los e-mails y de dos que, por motivos que no vienen al caso, rehusaron participar (y nos hubiera gustado tenerlos a bordo). Y, finalmente, ampliamos el abanico de posibilidades, incluyendo a quienes, en principio, tenían sus dudas o no se consideran viscerales o quizá los lectores crean que no lo son.
Tras la conformidad y las dudas, sometimos el título a votación. A la mitad le gustó eso de Con dos cojones. Prosa visceral española. La otra mitad lo detestó. Tras darle numerosas vueltas y escuchar las sugerencias, Mario salió con lo de Viscerales. Breve, preciso, contundente. Igual que una sentencia de Varlam Shalámov.

Internet: La caravana avanza
Lo que has podido leer en este libro es tan sólo una muestra de esto que llamamos "escritura visceral". A unos los reclutamos porque conocíamos ya su obra y habíamos leído sus libros. Pero a otros, quizá a la gran mayoría, los encontramos rebuscando en internet, en esa telaraña de enlaces que te lleva de uno a otro. Y en internet, en sus blogs, en algunas frases breves de sus muros y perfiles de Facebook, es donde hemos hallado esa rabia que necesitábamos. Que necesita el mercado editorial. Muchos de ellos escriben como forma de protesta, como desahogo, lo cual no les impide trazar cuentos largos, novelas rigurosas, poemas llenos de música, ensayos certeros o artículos bien elaborados y medidos. Es en esos post y en esas diatribas donde pudimos admitir: "Éste tiene la fuerza y la tensión que necesitamos; éste otro, no".
Incluimos al final un Apéndice donde se mencionan otros autores que escriben con las tripas en la mano, desde la rabia y la protesta, desde lo políticamente incorrecto. Recomendamos bucear en sus bitácoras, leer lo que hayan publicado, si lo han hecho (no todos estos bloggers se dedican a la escritura de forma profesional).
El propósito de esta antología consiste en agrupar a varios escritores con denominadores comunes, pero también demostrar al sistema editorial que otros mundos son posibles. Que también existen lectores para las obras de quienes están al margen, pese a quienes luego nos critican con el único argumento de que somos soeces o nuestro lenguaje es rudo o que no nos andamos con rodeos ni tapujos.
Truman Capote, otro que no se mordía la lengua ni frenaba su mano, puso al inicio de uno de sus libros este proverbio árabe: "Los perros ladran, pero la caravana avanza". Se lo dijo André Gide.
Aunque los perros ladren, aunque estos autores sean incómodos para los suplementos y las revistas al uso, aunque resulten mordaces para el sistema, aunque las agentes editoriales se asusten un poco cuando leen tantos tacos o tanta furia o tanto desbordamiento de vísceras literarias, ahí están, ahí estamos, subidos a la caravana, avanzando, sin miedo, sin cuartel. Así: con dos cojones.
 
Prólogo & Epílogo de Viscerales (Ediciones del Viento, 2011).

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