Contaminada por su propia invención, abotargado el ánimo; sintió que la narración se le escapaba.
Pensó que era normal, que le estaban pasando factura los excesos.
Durante más de una semana, había deambulando por garitos infectos, relacionándose con seres del inframundo, derrochando encanto, perversiones y comprando diálogos que poder utilizar. Los crímenes más abyectos era lo que mejor sabía retratar. Se metía tan de lleno en sus novelas que apartaba por completo su vida real. Se dejaba seducir por el mundo caótico y peligroso que desarrollaba en sus historias. Pero esta vez, lo que creía una resaca, no le permitía construir nada coherente. No era capaz de asimilar la información que llegaba a su cerebro correctamente. Algo grave sucedía.
Levantó la vista del ordenador y un torrente de sensaciones invadió su cuerpo. Lo que contemplaba a su alrededor, le era desconocido, a sabiendas de que se trataba de su casa, de su escritorio, de su ordenador...
Observó cambios en su cuerpo, tocó su cabello, le había crecido exageradamente. También notaba un olor en el ambiente agrio, que se le agarraba a la garganta. Sintió sed. Vio un vaso con agua, o eso le pareció, y dio un sorbo, pero qué va, era un líquido que le supo a rayos y que escupió inmediatamente.
Sacudió la cabeza en un intento por despejarse. La confusión comenzaba a minar su consciencia. Con gran esfuerzo regresó al pensamiento origen, volver a la novela, acabarla...
Pero no controlaba las palabras, frases que no dominaba se sucedían. Estaba ante una auténtica rebelión.
En ese momento descubrió que la protagonista no aparecía, sintió pánico. Se detuvo y dirigió su mirada unas páginas atrás. Aquella no era la novela que estaba escribiendo, no encontraba su voz, ni sus palabras. Como una bofetada, de repente, se encontró con los acontecimientos en primera persona de las noches anteriores, nada era ficción. Las personas a las que había variado sus nombres, características físicas, acentos... Quedaban retratadas tal cual, con una veracidad aterradora.
Quiso levantarse, pero petrificada, pegada a la silla no podía mover ningún músculo ...
¿Quién estaba realmente escribiendo la novela?
Escuchó como se abría la puerta de la calle. Alguien saludándola cariñosamente le recordaba su nombre, Beatriz.
Pero ella, no se llamaba Beatriz.
Begoña Leonardo, del blog Dad al aire mi voz.
1 comentario:
Pero que inmenso placer estar en esta casa de los demonios...
Gracias Vi.
Publicar un comentario