Di hola y abrirán la puerta. Lupe no escucha las televisiones encendidas, ni a los insomnes conectados a los programas de radio nocturnos, sólo se afana por ocultar sus pasos en el roce de la alfombra. Las pilas usadas se acumulan sobre la mesa, en los cajones, junto a las cajas vacías del tabaco negro y los medicamentos. Las pilas sucias y humedecidas, con el plomo que se escapa, como un bolero de reducción-oxidación, como en Apoteque. Te echo de menos con clase, tengo varios magnetófonos colocados en lugares estratégicos de la habitación, repiten tu nombre, un segundo, cada vez que acciono el mando que guardo bajo la almohada. Un ritmo perfecto, un eco, un lucero. Definitivamente te echo de menos con clase, mi pequeño Topo. G, conforme pasa el tiempo noto nuevos estigmas en ciertas partes de mi cuerpo que no recuerdo haber encargado por correo, zonas desconocidas e inexploradas que ya no atienden a razones ni placeres. Era un niño perdido, Maricón, con la cabeza puesta, del derecho o del revés, mostrando sus encías, afeitado, rasurado, cuero negro por toda la piel, ojos saturados de alcaloide, siento que haber huido me salva, trato de que me recuerden. Siempre que andabas conmigo la ciudad se estrechaba, me daba miedo que te marcharas, que cualquier cosa nueva, Punteica, captara tu atención. No consigo recordar qué hice con las fotos de los dos, creo que las vendí a una revista sueca de lucha libre en el barro. Ahora haría cualquier cosa por no haber llamado tu atención ni un solo instante, Diminui. Vosotros estuvisteis allí antes que yo, con las guitarras y la batería, viendo como se apagaban las sinapsis frente a la sobrecarga alcohólica, en la frontera de París y Texas, Ry, tuve alucinaciones, dentro de ellas era notablemente más feliz que fuera. No es capaz de recordar el número de la habitación ni de distinguir un pino cansado de una madre muerta, Armito (y esto último sólo tendría sentido en una dimensión no regida por las geometrías euclídeas, en mi cuarto, celebrando las últimas calendas, Chinarr). Di adiós y cerrarán la puerta.
Octavio Gómez Milián
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