22 de noviembre
Es el instante, o sería apropiado escribir la rugosa noche, de la no convicción y del mal sueño que se prolonga. Hasta dudo ya de que realmente more bajo este techo y no en el de Rodeo o en el de La Sal. Si ni creo ser yo quien me invento en lugares diferentes, sin pasión, sin desprecio, o soy el que admite su error y se diluye en la torpe ortografía. Sucede que me emborracho con frecuencia de ciclos improbables y me desorienta ese azar. Cómo, si no, se justifican mis ganas de retirar las ramas de los paleros que me impiden ver el lago. Si todo es terror y decadencia física que abrasa, pese a tenerla ya sabida; si uno nunca fue dichoso en la querella barata del bienestar y de la copita llena. Habría que añadir que la copita bien pudo servirse repleta de beleño, del tirano y subjetivo que aturde y que, si bien nosotros porfiamos, no nos mata. Que lo confirme mi ropa amontonada en una esquina del cuarto, en tanto yo le sorprendo otro punto de fuga al dolor, mi consejero habitual, y toco mis manos y me consta que no se hospedan aquí ya, cobardes manos mías. Y ahora qué hago yo. Sin ellas.
Charlotte acude a consolarme y no me tienta. Se la ve radiante debido a que se aproximan, para mí, los aciagos días del cobro y la espío a través de una rendija sumándole a su pequeña fortuna algunos ceros en el Banco de Bilbao. A lo mejor después, una chupadita rápida. Leo de lo que ella me trajo en verano y yo casi marginé. Hermosas palabras las del postrado Joë Bousquet que me plantan en el ánimo más grietas. El amor con sus alas de cólera. Bastante más desconsuelo del que alimentaba antes. Y ganas de llorar, pero como sollozaría un galápago ermitaño. A lo mejor, ahora sí, Charlotte se me hace necesaria y me consiente hurgar un poquitín en sus adentros, sólo para explicarle que siempre la he amado y que la soledad...
Luis Miguel Rabanal, de Elogio del Proxeneta (Ediciones Escalera, 2009).
Charlotte acude a consolarme y no me tienta. Se la ve radiante debido a que se aproximan, para mí, los aciagos días del cobro y la espío a través de una rendija sumándole a su pequeña fortuna algunos ceros en el Banco de Bilbao. A lo mejor después, una chupadita rápida. Leo de lo que ella me trajo en verano y yo casi marginé. Hermosas palabras las del postrado Joë Bousquet que me plantan en el ánimo más grietas. El amor con sus alas de cólera. Bastante más desconsuelo del que alimentaba antes. Y ganas de llorar, pero como sollozaría un galápago ermitaño. A lo mejor, ahora sí, Charlotte se me hace necesaria y me consiente hurgar un poquitín en sus adentros, sólo para explicarle que siempre la he amado y que la soledad...
Luis Miguel Rabanal, de Elogio del Proxeneta (Ediciones Escalera, 2009).
http://www.edicionesescalera.com/libro.asp?codart=TRA004
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