Juan, aún cansado, y sudado, le dijo a Irene:
-Creo que deberíamos intentar algo nuevo, no sé, probar otras experiencias que nos impidan caer en la rutina…
Tras dos segundos de un silencio premeditado, Irene buscó –y encontró- con una mirada oblicua las manchas del mantel, el desorden de la cocina, los cristales en el suelo…
-Yo creo que no corremos ese riesgo, que somos una pareja divertida, o ¿es que ya te has cansado de mí?
Juan, tragó saliva, y se dejó hipnotizar, una vez más, por el esmalte de uñas de Irene. “Es tan verde como la hierba”, pensó y calló.
-Nunca me cansaré de ti… más bien, todo lo contrario. Tengo miedo de que tú lo hagas. Lo temo…
Irene arqueó las cejas como una malvada institutriz suiza de cuento –animado de producción japonesa-.
-Mientras me aguantes, no temas nada.
-Lo aguantaré todo –dijo Juan. Mentía, el corazón le latía asustado, recordando otros momentos similares, cercanos en el tiempo.
-¿Podrías aguantarlo hoy? –preguntó Irene, entregada de nuevo al juego.
Juan tragó saliva, pero ya no se dejó hipnotizar por el esmalte verde hierba de sus uñas.
-Creo que sí… -respondió sin convicción.
Y jugaron de nuevo, hasta que ella dijo basta.
Entonces, medio asfixiada, contenta, borracha de adrenalina, buscó –y encontró- con esa mirada oblicua las manchas del mantel, el desorden de la cocina, los cristales en el suelo y la sangre de Juan corriendo en dirección a la puerta. Decepcionada, abandonó el apartamento sin decir adiós.
Y decidió no volver a utilizar ese verde para las uñas, ni ese corpiño de cuero que le escocía el pecho, ni unos cuchillos tan rudimentarios, ni un apartamento tan hortera. Y también decidió Sandra no volverse a llamar Irene, ni buscar a sus amantes en bares de carretera.
-Creo que deberíamos intentar algo nuevo, no sé, probar otras experiencias que nos impidan caer en la rutina…
Tras dos segundos de un silencio premeditado, Irene buscó –y encontró- con una mirada oblicua las manchas del mantel, el desorden de la cocina, los cristales en el suelo…
-Yo creo que no corremos ese riesgo, que somos una pareja divertida, o ¿es que ya te has cansado de mí?
Juan, tragó saliva, y se dejó hipnotizar, una vez más, por el esmalte de uñas de Irene. “Es tan verde como la hierba”, pensó y calló.
-Nunca me cansaré de ti… más bien, todo lo contrario. Tengo miedo de que tú lo hagas. Lo temo…
Irene arqueó las cejas como una malvada institutriz suiza de cuento –animado de producción japonesa-.
-Mientras me aguantes, no temas nada.
-Lo aguantaré todo –dijo Juan. Mentía, el corazón le latía asustado, recordando otros momentos similares, cercanos en el tiempo.
-¿Podrías aguantarlo hoy? –preguntó Irene, entregada de nuevo al juego.
Juan tragó saliva, pero ya no se dejó hipnotizar por el esmalte verde hierba de sus uñas.
-Creo que sí… -respondió sin convicción.
Y jugaron de nuevo, hasta que ella dijo basta.
Entonces, medio asfixiada, contenta, borracha de adrenalina, buscó –y encontró- con esa mirada oblicua las manchas del mantel, el desorden de la cocina, los cristales en el suelo y la sangre de Juan corriendo en dirección a la puerta. Decepcionada, abandonó el apartamento sin decir adiós.
Y decidió no volver a utilizar ese verde para las uñas, ni ese corpiño de cuero que le escocía el pecho, ni unos cuchillos tan rudimentarios, ni un apartamento tan hortera. Y también decidió Sandra no volverse a llamar Irene, ni buscar a sus amantes en bares de carretera.
[Extraído de Tripulantes. Nuevas aventuras de Vinalia Trippers]
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