La estrella moribunda les ha guiado hasta aquí. Sus monturas quedaron exhaustas según los esclavos iban diezmándose, pero poco importan ya las penalidades: por fin van a verse cara a cara frente al primogénito y último hijo. El cráter humeante les dice que tienen que estar cerca. Pero al entrar en la aldea, descubren horrorizados que una multitud de pordioseros se les adelantó. Con el corazón encogido, Melchor se abre paso a latigazos entre pastores y aldeanos famélicos hasta una miserable gruta. Se detiene. Siempre detrás de él, Gaspar y Baltasar lanzan un furioso grito de cólera al unísono. Una muchacha muy joven, casi una niña, sostiene el pequeño cuerpo entre sus brazos, todavía envuelto en la suntuosa capa con el hermético símbolo arcano, ese que tanto recuerda a un glifo de la Alta Magia o a uno los toscos caracteres de los herejes griegos. El verdadero nombre del Sol. "Aparte tus sucias manos de él, puta", dice Melchor. Los tres hechiceros ordenan a sus soldados que desenvainan las armas. La mujer tiembla, aprieta al niño contra su pecho. Entonces, éste se despereza y abre los ojos. Es sólo un instante. Con un abrasador destello púrpura, el futuro Mesías, Rey de los Judíos, Emperador del Universo, ejerce su primer prodigio.
Javier Esteban, relato inédito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario