Mi mayor error, y a la vez el que me absolvió de todos los demás, fue el amor hacia los hombres. Cuando trato de resarcirme, es peor, porque se me queda dentro un disparo bestial que desea pulverizar todos los firmamentos y tragarse todos los edificios sin que nadie quede para cantar la oda a los difuntos. Pero yo soy una de ellos, y no perdí más que ellos, y no mentí menos que ellos. Aunque todo fue bajo los efectos de esas drogas que creábamos juntos al borde del fin. Nacemos con una falta kamikace que nos va atrayendo imparablemente hacia la muerte donde la falta eyacula...... y mientras exorcizamos y amansamos esa muerte, con algo que tenemos que robar del exterior. Pero en lugar de llenarnos, nos volvemos yonquis y sádicos, del agujero, de la sustancia-activa, de la orgía de la muerte. Nadie podría responsabilizarnos de lo que hemos hecho con nuestras vidas. Todo lo que hemos hecho ha sido juntar las tumbas y las bombas que llevábamos dentro con el exterior y sus barracones, para vivir mientras dure la artillería. Nadie jamás pudo hacer otra cosa ni esquivar la incubación de la muerte en esa poesía nuclear que nos permitía existir y arrebatarnos y ser bajo cualquier circunstancia, sagrados, teniendo dentro toda la poesía y amor del que va a morir, bajo la protección de los dioses de la guerra que amparan a los que luchan contra titanes y es su vida una causa perdida y es su espada una venganza del surrealismo meando a la aurora boreal contra la materia que nos encerró en éste delirio que sueña no serlo.
Mareva Mayo
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