Pensar en que no tengo tiempo para dormir es lo que me produce sueño. Entonces dejo de pensar y me despierto. Maniática, inocente, tranquila. ¿Es posible tanta contradicción? Es posible. Abro la ventana y me encuentro con Tokio, completamente encendido, pero los pitos de los autos son quiteños, inconfundibles. Hay formitas de pitar que, en efecto, no dejan que viajemos mas allá de nuestro territorio. ¿Pero cuál es nuestro territorio? El mío, en este instante, un bar con botellas vacías en este balcón imaginario, y un artículo por escribir. No alcanza para más. Bebo un vaso de leche, coloco a John Zorn y me relajo. Entonces van saliendo, poco a poco, de las esquinas de mi cuarto, bufones y arlequines. Me dan ánimo. Hacen malabares con las letras y luego me las lanzan. Con ellas formo este párrafo; el inicio de algún relato que quizá alguien lea, por error, un viernes por la noche, en la soledad de su cuarto, sin bufones ni arlequines. O quizá el arlequín sea yo, haciendo malabares con su Tiempo.
Carla Badillo Coronado, del blog Mujer en Tierra Firme.
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