martes, 17 de junio de 2008

LA NOCHE EN SOMBRAS, por Jesús Sánchez.


Lo que Jim Thompson no sabía, por allá por 1906, es que estaba naciendo sobre la cárcel de una ciudad de Oklahoma, en un triste cuartucho. También ignoraba que su padre era el sheriff, aunque con el tiempo (no demasiado) cayó en la cuenta de que, además, era un hijo de la gran puta, por eso fue la primera persona que murió en sus escritos. Comenzó a escribir muy joven, pero el sheriff se burlaba de él y, borrachera tras borrachera, exigía algo más productivo. Empieza a trabajar en malolientes y mal pagados oficios. Comienza a publicar en la revista BLACK MASK. Ilusionado pide a su madre y a su hermana que lean sus textos y que opinen, ellas le creían. El padre carece de interés y continúa burlándose.
Al principio de los años veinte consigue trabajo de botones nocturno en un hotel de la ciudad. Por las mañanas sigue con los estudios. Aquí podríamos colocar ese punto de inflexión que supone el primer cambio importante en su vida, su primera marca. Este trabajo representa y simboliza, en gran medida, el universo que desarrollaría años después. El sueldo es de 15 dólares, pero él se las ingenia para sacar hasta 300. El hotel es frecuentado por gangster de la época de cierto renombre, y él se convierte en-el-chico-para-todo, a su servicio para lo que ordenen. Las drogas ya no eran tan difíciles de conseguir y las chicas menos, el buen estudiante diurno se convierte en ejemplar delincuente nocturno. Saca partido del entorno para reforzar su prosa escribiendo sobre el submundo que vive y le apasiona; alcohol, cocaína y tabaco (en cantidades industriales), recados misteriosos, mujeres que tallan retinas, timos, lujos y un implacable "yo nunca estuve allí". Este vertiginoso ritmo pronto le lleva al hospital por colapso nervioso y tuberculosis. Al salir descubre que su padre se ha gastado todo su dinero.
Con veinte años Thomson sigue buscando, entre lo que conoce, su lugar en el mundo.
En 1926 iba fraguando la depresión, refuerza sus ideales izquierdistas y frecuenta la calle junto a mendigos, alcohol barato y cartones, también es reclutado para pasar algunas noches esporádicas en el calabozo por alteración del orden público, y, cuando las cosas van tan bien, se casa y tiene un niño.
Sucede que los astros se alinean y nuestro héroe encuentra trabajo como escritor, en una revista de agricultura. Aprovecha y se inscribe en un taller literario mientras vende cuentos y empuja camillas para enviar dinero a casa. Para entonces ya sabe cual será el camino a seguir. Comienza a consumir todo lo relacionado con el mundo del crimen. Viaja hasta California y se afilia al Partido Comunista y al Federal Writer´s Project, con el fin de conseguir un puesto de guionista. No lo consigue. Como el tiempo se le va quedando hueco escribe sus dos primeras novelas: "Aquí y ahora" y "Heed the thunder". Ambas obtienen buena crítica pero pocas ventas. Solución: seguir bebiendo. Consecuencias: colapso nervioso (el segundo) y úlcera sangrante. Ese año entra en el hospital un total de veintisiete veces. Pero la vida siempre aparece por algún lugar, aunque sea remoto y tardío. Así llega 1949, publica su primera obra estrictamente criminal y vende 750.000 copias. Consigue una oferta para escribir una colección y desarrolla doce títulos en dieciocho meses. Entre ellos algunos de los más preciados: Una chica de buen ver, Noche salvaje o Ciudad violenta. Pero como a perro flaco todo son pulgas, desaparece la colección y acaba en un periódico ejerciendo de corrector. Fuera de su entorno su obra comienza a dar los primeros frutos. Un día recibe una llamada de un tal Stanley Kubrick, un joven que aspira a ser cineasta (menudo iluso), que se presenta como fan y le propone un guión a medias. Hacen dos: "Casta de malditos" y "Senderos de gloria". El jovencito aspirante a cineasta quiere ascender rápidamente y se atribuye los guiones, dejando al héroe como contribuyente de diálogos puntuales. Thompson le denuncia pero pierde el juicio. Vuelve a teclear la máquina con la rabia que despierta la injusticia y consigue cuatro clásicos: The kill-off, La fuga, los estafadores y 1280 almas (obra maestra imprescindible). Sigue su desmedido curso natural y en 1960 su salud se vuelve a resentir al no divisar una tregua en el horizonte. También su hijo se desenvuelve cómodamente con la botella y tiene que volver a la escritura de encargo, desganada. Se adapta al cine "La fuga", con Steve Mcqueen, y entran algunos dólares extras que parecen limpiar el oxígeno.
En 1975 hace un cameo en "Adiós, muñeca" (de Chaymond Chandler), y enferma de cataratas; ya ni lee ni escribe, pero sigue soñando. Sueña con escribir un guión con Orson Welles y con ganar el juicio a los responsable de "El golpe" (con Robert Redford y Paul Newman) por plagio de su obra "Los estafadores".
Mientras todo seguía cayendo por su peso Jim continúa con la dieta de alcohol y humo. Es internado en un hospital y se niega a comer, se arranca los tubos del suero y arma la de Dios cuando intentan forzarle por su propio bien. De pronto amaneció el 7 de abril de 1977, no sé si nublado o soleado, pero sospecho que un tanto triste: Thomson muere de hambre consumido por la rabia. Realmente este es un fin más propio de cualquiera de sus novelas, pero su vida no anduvo tan lejos de su narrativa. Cuando todos querían encontrar al asesino en sus historias, él entregaba una lista interminable de nombres, para Jim todos eran asesinos, o podrían haberlo sido en cualquier momento, lo triste era la gente normal.
Hoy el País que más ha reconocido y admirado su obra es Francia, en el suyo no le tenían demasiado aprecio, sus ideales y su modo de vida chirriaban en el sueño americano. Su legado sigue presente en películas de conocidos cineastas (Scorsese, Tarantino...), en las adaptaciones que, mejor o peor, se hacen de sus libros. El escritor Barry Gifford inició en 1984 una reedición de su obra para el sello Black Lizard Preess.
En consecuencia; vida y obra de un maldito que detalló las entrañas del crimen con la precisión de quienes lo conocen. Fue el más agresivo de su generación, el que creyó y sintió lo que escribía con la suspicacia de quien pasó por allí.

Jesús Sánchez.


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