El último poeta
Me lo han preguntado cientos de veces. Tal vez miles. Kutxi, para ti, como poeta que eres... ¿qué es la poesía?. Millones de veces. Sobra decir que nunca me he considerado poeta ni sé lo que es la poesía ni pollas en vinagre. Que no. Que no quiero lotería, señora. Así que, cuando me dispongo a explicárselo al periodista de turno, siempre, en el último instante, acabo diciendo lo mismo: para mí la poesía es David González. Lo he dicho en numerosas ocasiones y lo he argumentado de múltiples maneras. Pero creo firmemente que mirándole a la cara a David no hace falta perder el tiempo en diatribas. Después de hablar con él, siempre he pensado que la poesía no es vida, ni amor, ni triunfo: más que nada porque la vida, el amor y el triunfo son mentira, y ninguna mentira encontré jamás en las palabras de mi compadre de San Andrés de los Tacones. También he de reconocer que de su mano he intentado descubrir algún poso de honestidad en la obra de otros supuestos artistas. Inútilmente, claro. Mucha palabra mullida, miraditas al ombligo y besos con lengua al primero que les baile el agua. Aunque, por contra, también encontré en ellos mucho arte. Muchísimo. Arte elevado a su máxima expresión: la autocomplacencia y la sinvergonzoneria. Y todo porque el espejo honesto que nos pone David en las pupilas da miedo. Mucho miedo. La honestidad provoca pánico. Dije alguna vez, y lo repito, que es la honestidad a la condescendencia y el bienquedas lo que es el agua al vinagre. O la mantequilla a la mierda. La honestidad no entiende de arrumacos en la mejilla. No sabe de meterse el dedo y olerse. La honestidad es la penetración sin preámbulos. El polvo salvaje sin posibilidad de réplica por ninguno de los dos bandos. No concibe despedidas ni un ya nos veremos o acuérdate de mí. La honestidad es aquí y ahora. El tortazo en la cara, la patada en la entrepierna, el desenterrar de hachas, los amigos que duelen. Así que sé de buena tinta que la palabra honestidad seguirá viva mientras David me siga llamando con su voz herida para no contarme cuentos, para mostrarme los restos de la última pelea contra si mismo, para, sin saberlo, hacerme sentir menos solo. Con estas líneas le quiero decir una vez más que aquí me tiene, que aquí me tendrá. Espalda con espalda siempre que suelten a los perros. Porque sabe que los callos de mi lengua también son los suyos. Que en su palabra también amanece la mía y, que si hay que morir matando, pues se mata. Qué cojones. Y, para terminar, parafrasearé a Roger Wolfe diciendo que tal vez las palabras sean inútiles, tercas, retorcidas como tornillos que no entran rectos: pero son lo único que tenemos. A por ellos, último poeta, con la boca en celo y la pluma empalmada. Dando hasta la última gota de sangre. Y la vida entera si es menester. La puta vida entera.
Kutxi Romero, de profesión: Bandolero.
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[Vía: Blog de Kebran. En la foto: Kebrantaversos, Kutxi Romero y David González]
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