miércoles, 31 de enero de 2018

DESPISTAJE por CONCHA GONZÁLEZ FERNÁNDEZ




Decaer en silencio

romper los moldes de la voz

detraer el algo de la nada

comprender la duda hasta dudar

distraer la soledad con la palabra

diseminar los miedos en los márgenes

acudir al paso

escindir el valor

desviar la ruta

dignarse en indignarse

avenirse a las horas miserables

esgrimir sinrazones razonables

y, disimular viviendo

y, vivir disimulando

y, vivir

vivir.


Concha González Fernández. del blog Mar de Espigas.


viernes, 26 de enero de 2018

EL BUQUE MALDITO 28



Ya está a la venta el nuevo número del fanzine El Buque Maldito.

Centramos gran parte de su contenido en la crónica de la cincuenta edición del SITGES – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya y la XXVIII Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián.

El reportaje del SITGES 2017 viene acompañado de las entrevistas a Tony Isbert (Nadie oyó gritar), Hélène Cattet & Bruno Forzani (Amer), Jaume Balagueró (Mientras duermes), Paul Urkijo (Errementari, el herrero y el diablo), Can Evrenol (Baskin) y Nick Antosca (Channel Zero).

A la crónica de la Semana 2017 le siguen las interviús con la mítica actriz María José Cantudo y con el realizador Arturo de Bobadilla, artífice de la oculta Los resucitados.

En paralelo a los certámenes cinematográficos podréis leer una extensa entrevista con el director Paco Plaza centrada en su última película, Verónica; y con Fabio Frizzi y Antonella Fulci tras el encuentro el pasado mes de septiembre en la onceava edición del certamen Fimucité – Festival Internacional de Música de Cine de Tenerife.

PVP: 3,50€ + gastos de envío. 54 páginas.

También disponibles los últimos ejemplares de los números 23, 26 y 27.

Pedidos y más información:

jueves, 25 de enero de 2018

1 POEMA de JORGE M. MOLINERO



La náusea amarga
el fruto de tu boca. Parte
tu cuerpo en mil esquirlas.
Y yo me siento inútil
como un reloj en vacaciones. 
Mis manos de nada sirven
en la distancia si acarician aire y no
tu espalda. Era mentira, me dijo
un día Zurita: los cuerpos yacentes
de Pompeya sólo son moldes de yeso.

Así el poeta: un sucedáneo de superhombre. Un vaso lleno
de colillas al terminar la fiesta.

Y de nuevo la náusea. Y se me hace
bola tu ausencia. Y me duele tu dolor.


Jorge M. Molinero


martes, 23 de enero de 2018

CONTRACORRIENTE por MARCOS MATACANA MARTÍN



"Las personas que quieren seguir reglas me divierten,
puesto que en la vida únicamente existe la excepción."
Jules Renard

A Ballerina Vargas Tinajero


no hay tregua en la memoria pero yo
me he vaciado de palabras
para olvidar los nombres y ahuyentar el desencanto
pero nada me consuela
y si la vida son los ríos y tal y tal
el dolor es la corriente violenta
que nos arrastra al mar

perder o despojarse
para alcanzar la nada
no ligero de equipaje no
sino bártulo que nadie reclama
en la terminal del aeropuerto
la eternidad de la muerte
como Vázquez Montalbán
pero a lo bestia
porque pasa

pasa la juventud ruidosa
como motor de Harley
con sus destellos cromados
pasa el amor y todo lo arrasa
qué duda cabe
que dura cabe
y deja solo el sexo de regusto amargo
con su circo de acrobacias una tabla
de gimnasia en un programa de Eva Nasarre
en camas extrañas de sábanas manchadas
o un sarpullido que te ataca en cualquier parte

y a ratos quiero engañarme y pensar
que esto cambiará algún día
pero ya me he atado la piedra
para tirarme al Leteo
o dejarme caer
y qué pereza
nadar contracorriente para intentar salvarse
y no puedo seguir bebiendo más
hoy que ha muerto Panero
para siempre
y la noche se alarga como una verga

y desde sus rectos
púlpitos cebados sacerdotes
de la poesía verdadera
arrepentíos y creednos
levantan la custodia áurea de sus versos
y entre nubes de incienso velan
con los ojos de sus culos blanqueados
aplastados en las cátedras de cartón piedra
de las fallas que terminarán ardiendo

intentan acallar el falso llanto
un gemir de plañideras como ellos
con bolas taponando bocas
de lombrices vivas y encauzar
el sentimiento siempre los lamentos
pontificando oh vanidad juzgando
para seguir triscando y no son más
que truños que se lleva la corriente
y allegados son iguales

ay si García Lorca no hubiera
y tuercen sus boquinos con mohín olímpico
y a buen entendedor y solo escuchan
suspirillos de Heine en Bécquer pero son
incapaces de oler los pedos con que insuflan
sus poemas del hedor de lo correcto
la impostura
y nadie puede soportar sus versos
vacuos y medidos con el pie
de rey de lo correcto
la retórica hueca y rutinaria
del compromiso fingido
me la pela
la aséptica pureza
de sus letras de violeta
el minimalismo previsible y todo era
burla y mentira
pero hacen caso de la madre
de Lázaro y se arriman a los buenos

leed un poco más y escribid menos
y dejad que rebuznemos dando coces
contra el aguijón que inocula el veneno
dejad que nos postremos a adorar
al becerro ya caído o ángel de oro
antes de que el sueño consuma
el fanal que habíamos encendido
y las puertas se nos cierren en los morros

dejad que nos pudramos
incautos en las charcas y cautivos
inyectados de una renovada ignorancia

dejadnos disfrutar como cochinos
chapotear de mierda en nuestros charcos
antes de ser sacrificados
en la trituradora de carne que os prepara
el foie de las fiestuquis
en la incineradora
antes de que el huracán avente las cenizas
antes de que nuestros polvos se os metan en los ojos
y os jodan la comida de diseño
y enloden vuestras ingles depiladas
vuestras pollas perfumadas de princesa
qué tendrá la princesa
en su boca de fresa

llegada es ya la hora de que cague el mirlo
ponedle un enema
de que mienta la alondra atolondrada
de que el cuervo nevermore arranque
su ración de ojos y le parta
un ala al ruiseñor
qué cabronazo
sea de Teócrito o de Ovidio
de Keats o Borges al cantarlo
de que el pelícano se abra el pecho con el pico
para saciar de sangre a sus polluelos
y que salpique

ha llegado el día en que el petirrojo
le joda el nido al cardenal
de hacer del jilguero confitura ahora
de darle al gorrión de Catulo
por donde rima con Lesbia
es el momento la parusía
de ponerle GPS a la paloma equivocada
de rellenar almohadas con plumón de cisne
de sajar al búho los ojos o freír
a la lechuza en el aceite de la lámpara votiva
vomitiva

es la ocasión que estabais esperando
de que el Fénix ya trocado en Caponata
ponga su huevo huero en el nido del cuco

que alguien queme a la hipsipila en su crisálida
con un mechero bic de propaganda
de un puticlub y después
después más dolor
a manos llenas

el dolor sincero de estar solo
y descubrir al monstruo y dedicarle
una estúpida sonrisa en el espejo
y peinar al vampiro con gomina
y lubricarse el pene tiernamente
para seguir dando por culo otro ratito

la tristeza no requiere adjetivos
solo el miedo los soporta a veces
con su maraña de alambres y legañas
cuando sueña la esperanza
espejeante de la ausencia

es la hora de arrancarnos
los dientes con tenazas
la piel enrojecida por el roce en el frufrú del goce
consumidos de gemidos aliviados
deglutidas alimañas en las babas
desangradas de la orquídea
que esconde bajo el brillo y excretada
de sus pétalos la fetidez

de ahogarse es el momento en el sudor
de un vaso aguado de whisky
o en el semen que perla los pezones de una puta
que sueña con ser Cenicienta
Julia Roberts Pretty Woman
walkin’ down mientras la mama
en la penumbra rosada de un club

solo queda a estas alturas de película
aguijonear la dicha de recuerdos inventados
por maquillar la cicatriz
púrpura que supura
vergüenza y asco
con serpientes oxidadas
con jazmines de ignominia
de tesoros falsos en arcón de plomo
pez y espinas
en las noches congeladas de febrero
en los coches empañados por la fiebre de la urgencia
o ablandar los huesos con vapores de amoniaco
para nadie
escamas de sosa cáustica como una nevada
sobre la esperanza del reencuentro
o echar un polvo en un sofá cama
rodeado de latas vacías de cerveza
justo antes de vomitar por la resaca
en la antesala del Infierno

demoniaco es el candor de la camelia
qué hija es de la gran puta
que clava sus gusanos en la tierra
con la hipocresía raquídea de un perfume que empalaga
el tórrido perfume de la pérdida

desnudo soy un chimpancé
de labios lacios y huevos colgones
hay días en que me siento inútil
como el timbre del teléfono que martillea la nada
en una casa vacía
ridículo como ir con chaqué
a una barbacoa de panceta y chándal

solo hay mierda
resumiendo
y tú lo sabes
como yo no disimules ni te rasgues
las vestiduras
que ya te las arranco yo
sin resistencia déjate
ganar por la muerte y olvidarlo todo

yo sé quién soy y reconozco
a los perros como yo
cuando les huelo el culo

y no
del sufrimiento no surge la esperanza
ni del placer
ni del dolor

vamos a invocar la muerte amor
abre las piernas
y no hagas ruido
porque los niños duermen


Marcos Matacana Martín, de Polvo en el aire (Palimpsesto Editorial, 2017)

http://palimpsesto2punto0.com/…/polvo-en-el-aire-de-marcos…/


lunes, 22 de enero de 2018

LOS BRACKETS DE LA POESÍA SOCIAL por CARLOS DE LA CRUZ



Tengo el ruido tengo el cable tengo la flor tengo la curva tengo la fuente
tengo una vocal envuelta en celofán una consonante con su placenta tibia tiembla contra mi pecho
tengo la pistola de vodka la cola de lana del río una pluma negra y una pluma azul.

Desde el silencio hermético de esta galería observo la trayectoria de los cuerpos:
las heridas parpadean y brillan las cicatrices
los huecos de los adolescentes y los pozos de los abuelos
los negros en silencio son sus propias sombras
las gitanas recogen la espiral de sus nervios y regresan a casa
los chicos de la casa de apuestas parpadean por segunda vez en toda la tarde

Tengo el yunque de pan la cuerda engrasada una lista de 10 canciones en modo aleatorio
una lista de 5 palabras en modo aleatorio un lanzavergas sin estrenar
me he metido en un par de vroncas en la Cantina por tratar de explicar que la basura blanca
hay que sacarla a la misma hora que la basura negra (hay cubos de colores para la basura de colores)

No puedo salir de la elipsis autorreferencial No puedo apagar la máquina
mi viejo cuelga de un hilo de bronce y no soy capaz de sentir lástima por nada ni nadie
que no tenga espejuelos debajo del corvejón

La galería se curva de aceite y grano la avenida San Diego se despeja quedan los chicos de la casa de apuestas los cubos de basura vigilan las esquinas entre la pescadería y la Cantina
el poema sigue abierto hasta las doce hay cerveza y hielo frío y pan cocido esta mañana en nuestro horno microondas

Tengo la carne detrás del sueño y detrás de la botella he dejado los limones una flor con los dientes chuecos este poema necesita brackets
esto es todo lo que puedo aportar a la poesía social.


Carlos de la Cruz


viernes, 19 de enero de 2018

LA ARAÑA por PEPE PEREZA



La buhardilla es vieja, fea, húmeda y sin comodidades. Cualquier adjetivo peyorativo valdría para definir parte o un todo de la vivienda. En apenas veinte metros cuadrados se distribuyen un diminuto baño, una cocina encajada en cuatro baldosas y una especie de habitáculo que lo mismo sirve de salón que de dormitorio, según convenga. El mozo que le ha ayudado con la mudanza se acaba de ir y el poco espacio que ofrece la estancia está ocupado por una docena de cajas sin desembalar. Cuando la encargada del alquiler le enseñó la buhardilla, la luz diurna entraba por las ventanas y entonces no le pareció tan deprimente como ahora que luce bajo el tenue resplandor de una bombilla de cuarenta vatios. Suena el móvil. Es su madre.
-¿Qué tal la mudanza? –pregunta ella.
-Hemos acabado justo en este momento.
-Me parece una tontería que te hayas mudado a un cuchitril teniendo aquí tu antigua habitación.
-Mamá, ya hemos hablado de eso y no quiero volver a hacerlo.
-Como quieras, pero si necesitas algo ya sabes dónde estamos tu padre y yo.
-Lo sé.
-¿Tú estás bien?
-Lo estoy llevando lo mejor que puedo.
-¿Trabajas mañana?
-No, me he tomado unos días de vacaciones para ir adaptándome a la nueva situación.
-Haces bien. Tómatelo con calma, hijo.
-Eso haré, mamá.
Después de colgar va al baño. Dentro hay una telaraña enorme que se despliega desde el techo hasta las paredes. Mira por los rincones intentando localizar al artífice de tan colosal obra. No le dan miedo las arañas, pero por el tamaño de su tela conviene ser precavido. Mientras retira las hebras con la escobilla del váter mira de reojo por si aparece la araña, pero no se la ve por ningún sitio.
Es temprano para irse a la cama, pero después de un día ajetreado se siente cansado y decide acostarse. Para desplegar el sofá-cama debe dejar espacio libre. Apila las cajas junto a la pared y las sobrantes las lleva a la cocina. Mañana ya se ocupará de colocar cada cosa en su sitio. Una vez extendido el colchón se tumba sobre él, es incómodo y partes del somier se le clavan en la espalda. Se resigna al nuevo lecho y enciende un cigarro mientras espera a que vaya llegando el sueño. El cuerpo le pide descanso, pero la cabeza no deja de plantearle preguntas para las que no hay respuestas. Qué feas se ven las cosas cuando el futuro está iluminado con una bombilla de cuarenta vatios.
En mitad de la noche se despierta tiritando. No está acostumbrado a dormir solo y echa de menos el calor de otro cuerpo. Además, la temperatura es tan baja que parece que esté dentro de una cámara frigorífica. Salta de la cama y se acerca a la ventana. Durante el tiempo que ha estado durmiendo ha nevado y todos los tejados están blancos. Nota cómo el frío se filtra por las paredes y suelo. Abre algunas cajas en busca de ropa de abrigo. Se pone por encima varias camisetas y un grueso jersey de lana junto a un pantalón de chándal. Sobre la colcha extiende un albornoz y un abrigo a modo de mantas. Con todo, vuelve a meterme en la cama e intenta dormir.
No ha podido pegar ojo en toda la noche a causa del frío, así que lo primero que hace al levantarse es bajar a la calle y acercarse a un centro comercial. Entre otras cosas hace acopio de varias camisetas térmicas y forros polares, además de un edredón y un calefactor. La buhardilla es pequeña y cree que con el aparato será suficiente para caldear el ambiente. Cuando le llega el turno de pagar, la cajera le aborda con una pregunta:
-¿Te acuerdas de mí?
El caso es que su cara le resulta conocida, pero no sabe de qué.
-¿No recuerdas a una niña flacucha y con coletas que vivía enfrente de vuestra casa?
-¿Charito?
-La misma, pero ahora todos me llaman Charo.
-Joder, hacía años que no nos veíamos. ¿Qué tal te va la vida?
-Bien. Dentro de poco seré mamá –dice apartándose de la caja para mostrar su vientre.
-Me alegro de que te vaya bien.
-Veo que a ti también te han cazado –dice señalando al anillo de casado que él lleva en el dedo.
-Sí, hace tiempo.
-Espero que felizmente.
-Sí… sí, muy feliz.
Siguen charlando, poniéndose al día mientras ella pasa los productos por el escáner de la caja. Después de que él paga, ambos se despiden hasta la próxima.
El calefactor lleva encendido desde hace más de una hora y el cambio de temperatura no se nota. Suena el móvil. Es ella, su ex mujer. El pulso se le acelera y empiezan a temblarle las manos. Tiene que armarse de valor antes de contestar.
-¿Cuándo vas a venir a recoger el resto de tus cosas? -pregunta ella.
-Me he traído todo lo que necesito, con lo demás puedes hacer lo que quieras.
-Otra cosa, te recuerdo que pasado mañana firmamos los papeles. No faltes.
-No te preocupes, allí estaré.
Después de colgar tiene que sentarse durante unos minutos para recuperarse. Desde que han decidido separarse, cada vez que habla con ella se agobia y sus inseguridades aparecen para cohibirle y amedrentarle. Es como si hubiera perdido la confianza, como si todos los vínculos que han establecido durante los años de matrimonio hubieran desaparecido de golpe y ella fuera una extraña con la que está obligado a hablar de cosas demasiado personales. Aún le tiembla el pulso cuando se acerca al baño. Al entrar se lleva por delante una nueva telaraña. Se la quita de encima a base de manotazos. Luego busca a la araña para acabar con ella. Mira por los todos los rincones, pero no la encuentra. Nota mental: comprar insecticida.
Una vez desembaladas las cajas y ordenado cada cosa en su sitio, la buhardilla empieza a parecer un verdadero hogar. Aunque la tarea le ha costado casi todo el día, se siente satisfecho con el resultado. A pesar del ajetreo sigue teniendo frío. Lo malo con el calefactor es que solo es eficaz si se está cerca de él. Comprarlo ha sido una pérdida de tiempo y de dinero. Tiene hambre. Pedirá una pizza por teléfono y la acompañará con una botella de buen vino. Es la primera vez que va a cenar en la buhardilla y quiere celebrarlo.
Al día siguiente se despierta con resaca y un malestar en el cuerpo que roza la enfermedad. No ha parado de toser en toda la noche y es posible que tenga fiebre. Para más inri, en cuando pone los pies en el suelo suena el móvil. El timbre es el equivalente a una broca taladrándole la sien. El que llama es el abogado que está llevando el tema de la separación.
-Te llamo para recordarte que mañana tenemos cita para la firma de los papeles.
-Descuida, lo tengo presente.
-¿Quieres que quedemos todos un poco antes para darles un repaso?
-No, ya están repasados y requetepasados.
-Como quieras. Entonces, mañana a primera hora nos vemos en mi despacho.
Deja el móvil sobre la mesilla y termina de vestirse. Por mucha ropa que se pone sigue teniendo frío. Además, siente que la cabeza le va a reventar. Se arrepiente por haber bebido tanto la noche anterior. El alcohol no le sienta bien, sus borracheras nunca han sido divertidas, que él recuerde siempre que se ha pasado con la bebida ha terminado pagándolo. Sobre la mesita están los restos de la pizza y la botella casi vacía de vino. La imagen le produce náuseas. Corre al retrete a vomitar. Una vez expulsado del cuerpo todo lo que el estómago se ha negado a digerir llega un momento de respiro. Entonces, ve otra telaraña. Es más pequeña que las anteriores y solo ocupa una de las esquinas del techo. Maldita sea, debe buscar una solución para acabar con el bicho. Se le ocurre que si deja el ventanuco abierto tal vez decida marcharse. Si la araña no se va, al menos cabe la posibilidad de que muera de hipotermia.
A lo largo de la tarde el catarro va a peor. No tiene medicamentos a mano y con la temperatura que hace en el exterior no le apetece salir en busca de una farmacia. Aunque duda de dónde hace más frío, si en la calle o dentro de la buhardilla. Se toca la frente, está ardiendo. Decide meterse en la cama. Mañana será un día decisivo para él y le gustaría estar en las mejores condiciones para hacer frente a los acontecimientos.
Amanece. Apenas ha podido dormir y su estado es lamentable. El agotamiento de pasar la noche en vela, las preocupaciones, los agobios y la gripe han hecho mella en él y no le quedan energías para levantarse. Además, solo pensar que tiene que acudir a firmar los papeles de separación le deprime y le enferma más de lo que ya está. Saca fuerzas de flaqueza y sale de la cama. Después de vestirse duda si abrir el cajón de la mesilla. Finalmente lo hace. Coge una pistola, se asegura de que está cargada y se la guarda en el bolsillo del abrigo. No se molesta en pasar por el baño ni en desayunar, baja directo a la calle. Repartida por las aceras y sobre algunos coches aún quedan cúmulos de nieve. Recoge un puñado y se lo frota por la frente. No necesita del diagnóstico de ningún médico para saber que tiene fiebre. Arrastra los pies hasta la parada de taxis, entra en uno de los coches y le dice a la taxista, una mujer de cincuenta años, la dirección donde quiere ir. Dentro del vehículo huele a ambientador de pino, pero él tiene la nariz congestionada y apenas lo nota. Según avanzan por las calles observa por la ventanilla, aunque no es plenamente consciente de lo que ve. Las imágenes que le llegan patinan por su cerebro sin llegar a registrarse. Todo va demasiado rápido para su lenta cabeza.
-¿Le importa si paro un minuto? –pregunta la taxista.
-…
-Es por estos sofocos que me dan de vez en cuando, ya sabe, cosas de la menopausia.
Él da su consentimiento, la taxista baja la bandera del taxímetro y detiene el coche junto al bordillo.
-Será solo un segundo, se me pasa enseguida.
-No se preocupe, tómese el tiempo que necesite.
Él vuelve a mirar a través de la ventanilla, ve a gente conduciendo sus vehículos, gente aguardando en los semáforos, gente cruzando por los pasos de cebra, gente entrando y saliendo de los comercios, gente llenando los edificios, gente con caras serias, gente con demasiadas prisas. Mire donde mire hay gente ocupando un lugar concreto. Observando a sus semejantes no puede evitar sentirse como un alienígena recién llegado al planeta, un bicho raro que por mucho que se esfuerce jamás logrará entender los complejos mecanismos de la humanidad. Bien podría sacar el arma y disparar indiscriminadamente al personal. No sentiría nada, sería como hacer blanco en una caseta de feria. Al rato, la taxista, ya recuperada, pone en marcha el motor del coche y se incorpora al tráfico.
Llegan a su destino. Que tenga un buen día, le dice la taxista a modo de despedida cuando él se apea del vehículo. Duda mucho que lo sea, de hecho, apostaría todo lo que tiene a que será un día nefasto. Se dirige hacia el edificio donde está el despacho del abogado sintiendo el peso de la pistola en el bolsillo del abrigo. Nada más entrar en la oficina le recibe la secretaría, una chica joven con una sonrisa encantadora. La chica le informa de que en ese momento el abogado está ocupado y le pide que espere en la sala adyacente al recibidor. Él se pregunta si cuando empiece el tiroteo también tendrá que dispararle a la joven. Dentro de la salita aguarda su ex mujer. Se ha cortado el pelo y de primeras no la reconoce. Da la impresión que ha rejuvenecido desde la última vez que la vio.
-¿Qué te parece? –pregunta ella refiriéndose al cambio de look.
-Estás muy guapa.
-Pues, tú tienes un aspecto horroroso.
-Creo que tengo fiebre.
Para comprobarlo ella lleva la mano a su frente.
-¡Dios mío, estás ardiendo!
Él se da cuenta de que ella ya no lleva su anillo de casada y se le ocurre que ese sería un buen momento para sacar la pistola.
-He visto una farmacia cerca de aquí. Me acercaré a comprar una caja de paracetamol –dice ella.
Le da la espalda para ir hacia la puerta, él aprovecha para sacar el arma y apuntarle a la cabeza, pero antes de que pueda apretar el gatillo ella sale de la habitación. Debería haberle disparado en cuanto la ha visto, piensa. Pero claro, es más fácil pensarlo que hacerlo. Estando en casa, cuando el dolor y el rencor son el motor de sus pensamientos la idea de vengarse es tentadora, luego, in situ, la realidad se impone y la cosa se complica. En cualquier caso, se siente ridículo por estar ahí, temblando como un flan, apuntando con el arma a una puerta vacía. Vuelve a guardarse la pistola en el bolsillo del abrigo y toma asiento en una de las sillas.
A su regreso, ella lo encuentra en la misma posición.
-Me han dado esto –dice abriendo la caja de comprimidos.
Él la observa en silencio. Sin duda, ha rejuvenecido. Está claro que la separación le está sentando bien. La mujer llena un vaso de agua en la máquina dispensadora y se lo entrega junto a una de las píldoras.
-Tómatela, te sentará bien.
Él se mete la pastilla en la boca y bebe del vaso para ayudarse a tragarla. En ese momento la secretaría asoma por la puerta y les dice que van a ser atendidos.
-Ha llegado la hora –dice ella.
-Sí –responde él.
-¿Preparado? –pregunta ella.
-Preparado –responde él.
Ambos entran en el despacho del abogado.
La firma de los papeles solo les ha llevado unos pocos minutos y regresa a la buhardilla. A partir de ahora su vida será totalmente distinta a lo que era. Su ex mujer seguirá por su camino y él tendrá que buscar el suyo. Durante los años que ha durado su matrimonio ambos se fueron acomodando a una serie de rutinas que terminaron siendo la base de su existencia, ahora debe olvidarse de todo eso y adaptarse al conjunto de novedades que trae el día a día. Empieza a nevar. Lo hace con fuerza. Si sigue así, la ciudad no tardará en volver a cubrirse de nieve. El paracetamol aún no le ha hecho efecto y se siente igual de enfermo y abatido que estaba antes de tomarse la pastilla. Al pasar por delante del escaparate de una tienda de electrodomésticos ve que hay varios calefactores que están de oferta. Entra en la tienda y compra el más potente.
Nada más llegar a la buhardilla guarda la pistola en el cajón de la mesilla, luego saca de la caja el calefactor que ha comprado. Ha pagado bastante más que por el otro y espera que los resultados acompañen. Al enchufarlo salta el repetidor y la vivienda queda completamente a oscuras. La instalación eléctrica de la buhardilla no soporta el voltaje del aparato. Maldice su suerte y vuelve a conectar la corriente. Recuerda que anoche dejó el ventanuco del baño abierto, puede que ese sea el motivo por el que hace tanto frío dentro de la casa. Al entrar se encuentra una telaraña enorme, la más grande que ha encontrado hasta ahora. De ella cuelga una envoltura del tamaño de un puño de la que sobresale el ala de un murciélago. Un péndulo macabro que no deja de ser una declaración de intenciones por parte de la araña. Así lo entiende él. Con la ejecución del murciélago la araña está dejando claro que no se va a mover de ahí, que ese es su territorio y, pase lo que pase, lo seguirá siendo. Cierra el ventanuco y sale del baño. Ni se molesta en retirar las hebras, se siente tan débil que teme quedar enredado en ellas. 


Pepe Pereza, del blog Asperezas.


miércoles, 17 de enero de 2018

LOIDA RUIZ RODRÍGUEZ: 3 Poemas.




Como espejos
vuestros ojos.
Seguimos teniendo quince años
y el sabor de los primeros fortunas mentolados
en los dedos
el sonido de cinco pesetas
contra el cristal de un vaso vacío
de cortado
el mismo olor opiáceo de mujer
tras los lóbulos de niñas
y las risas de lolitas al confesar
los primeros besos que teñían
de morado
el cuello y el alma.
Negro ajustado
hombreras imposibles
tacones desequilibrados
producían ese vértigo en los demás
con el que pactamos bebernos
la juventud
en coreografías de escaleras.
Y lo hemos hecho
porque
al mirarnos
seguimos teniendo
quince años

*

Bien
no ocurre nada
es solo que
a veces
escucho llorar a las esquinas
porque quieren que les cante esa nana
y no la recuerdo
esquinas de juegos de niños
de besos encarnados
de manecillas de relojes
esquinas que tiemblan con las caricias del relente
de cal y base de azufre
de tropiezos fortuitos
esquinas cosidas con hilo bramante
esquinas arañadas.
Entonces les lamo las heridas con palabras
de cuarzo
con tus palabras.
Pero tranquilo
no ocurre nada.
Es solo que
a veces
no escucho borbotear el agua y
claro
se derrama
o me para el taxi que no espero
porque quería empaparme de lluvia
o se me olvida dónde está el interruptor
y no me importa vivir a oscuras
y entonces
a veces
esto me produce esa tristeza leve y cuadrada
de la que habláis algunos poetas
como si la gimieseis
como si la gritaseis
esa tristeza leve
y cuadrada

*

Exhalo la AP 36
templo los 2 grados sobre cero
con el calor de este saco de huesos siderales
y suena Hit the road Jack.
La voz de google maps me abraza
sensual: siguiente salida, 191
¿Por qué es tan dulce?
pide una cerveza y déjate de indicaciones
dime
¿puedo atravesar este vaho
que borra los cristales?
Niebla
se desvanece con tanta rapidez
pero lo empaña todo
el parabrisas
las palabras
Should I Stay or should I go...
y yo las limpio con mis manos
limpio la carretera
los camiones que se atraviesan
sin intermitentes
la letra de los Clash.
Me deslumbra el sol que se duerme a las 5 y 30 minutos
y al que canto una nana
desde mi coche.
Doy la bienvenida al frío
a este frío seco
que se conforma con una manta
de abrazos
esperando a que llegue
cálidos
tan cálidos


Loida Ruiz Rodríguez


martes, 16 de enero de 2018

NO COMAS MI CORAZÓN: 3 Poemas.




PEQUEÑO

Personas pequeñas
disfrutan de espacios diáfanos.
Personalidades inmensas
se ahogan en espacios minúsculos.

Dictadores de pasillo,
poder de andar por casa,
fisuras en la palabra,
la necesidad del triunfo.

Incomprensión
a cambio de un minuto de gloria.
Mezquindaz
oculta tras una pátina de prestigio.

Un niño de ocho años
nos da lecciones de vida,
la experiencia
arrastrada
por los charcos
de una mentira.

Hoy,
los corderos
tratan de devorar al lobo.


ZONA DE CONFORT

Enfermo de postmodernidad
te vi
arrastrando tus piernas amputadas,
en pos de unas alas que no crecían.

Aún llevo
incrustada en mi córnea
la saliva de tus palabras.
Tu rostro,
pegado al mío,
se adhiere por la grasa de tus poros.

Quemado
en la hoguera de una sonrisa,
a imagen de Lautréamont,
la asfixia de tu parecer
sólo me permite respirar.

El tiburón que merodea,
la medusa absorta,
el final del abismo,
el no lugar de mis fonemas.

La pertenencia ajena,
el vibrar del grupo,
la transferencia
frente a la incomunicación.


PLEAMAR

Un órgano,
seco y flácido,
víctima de la pleamar,
yace,
sediento y ocre,
sobre la playa.

Fruto del sueño insomne
de un demiurgo enfermo,
sufres,
ingrávido,
los padeceres de tu futuro.

Sobre un desierto salado,
caminas
en busca
de un nuevo amanecer.


Pablo Malmierca, de No comas mi corazón (PiEdiciones, 2017).

http://www.piediciones.es/index.php?route=product/product&product_id=100

lunes, 15 de enero de 2018

TODO ESTO ES MI HOGAR por ROBERTO RUIZ ANTÚNEZ



Es un flexo negro, una mesa blanca llena de libros y el cuaderno marrón abierto por la mitad en un equilibrio angustioso: en una página mis poemas y en la otra, una cosmogonía pintada por una niña de dos años. Una postal con el rostro de Virginia Woolf y un matasellos del Bloomsbury. Todo esto es mi hogar, el sitio en el que las palabras se hacen la vida imposible unas a otras y donde me siento cada noche a vaciarme despacio la respiración, a quitar de mi piel el óxido cotidiano. Es un lugar peligroso en el que me siento a salvo y lo único que espero es ser honesto conmigo mismo.

Roberto Ruiz Antúnez


domingo, 14 de enero de 2018

CUANDO CONOCÍ A LORENA por NATACHA G. MENDOZA



Cuando conocí a Lorena, sabía que no regresaría ileso. De hecho, nunca regresé. De niños patinábamos en la plaza mayor, había una explanada circular, nos apretábamos las manos para rodar de forma interminable. No quería mirarla porque sabía que caería sin remedio, me encantaba escuchar su risa, eran hermosos quejidos que rebotaban en la velocidad de nuestras vueltas. A veces, se adelantaba tímidamente, entonces podía ver su pelo ondear como un poema que se le escapaba al viento. Y yo era un preso de esa infancia, de toda la crueldad con la que ejercía nuestra amistad. No sabía estar sin ella, y el patinaje, se transformó en horas de estudio, en ajedrez, en salir a correr juntos, y el verano llegó cuando a Lorena le nacieron los pechos. No supe entenderlo, mi niña era como un credo al que no podía acceder. El calor que nos invadió ese agosto, la llevó bajo mi ventana, con aquel bañador azul. Supe que no saldría con vida de esa noche. Su risa era diferente, había un tono distinto, su mirada, hasta la piel. La mujer que tenía escondida estaba aflorando sin piedad. Yo no sabía cómo sacar al hombre que aún no lo intentaba. Y Lorena sacudiendo el agua para mojarme, mientras la luna la curtía de forma milagrosa. Quise abrazarme para desaparecer, cerré los ojos mareado. Pero ella, que ya tenía cierta hambre, mordió mi boca, no supe seguir sin tropezar con la impaciencia, con su bañador, con el oleaje, no supe aferrarme a su mano mientras patinábamos en círculos, sólo caí, caí... caí tantas veces que ella, no pudo esperarme.

Natacha G. Mendoza


jueves, 11 de enero de 2018

DEL FONDO: Febrero en la Tierra.



Vicente Muñoz Álvarez ilustrado por Andrés Casciani

Prólogo por Jesús Palacios
Epílogo por Pablo Malmierca

Producciones Vinalia Trippers, 2018

Booktrailer:


martes, 9 de enero de 2018

AMANECE, QUE NO ES POCO por SILVIA D CHICA



Amanece en la ciudad y todo vuelve a su sitio, las luces de la mañana iluminan las sombras, las esquinas, lo prohibido. Los marginales y desfavorecidos duermen la noche de los tiempos mientras alguien hace una mudanza desde el quinto piso.

Aires de nostalgia en el autobús de domingo, maletas cargadas de recuerdos y sueños y ojos hinchados y henchidos de luz, de mar, de panorámicas y graffitis.

Alguien dice 'evharistó", alguien contesta "parakaló".

Y amanece, que no es poco.


Silvia D Chica


domingo, 7 de enero de 2018

BREVE HISTORIA DE LA VIDA INCIERTA por ERNESTO COBOS



Supe de la existencia de un autor llamado Pablo Cerezal por una reseña que éste había hecho de una novela de Vicente Muñoz Álvarez. En aquel tiempo, yo gestionaba un espacio en la red junto a otros tres compinches, un espacio dedicado a dar un espacio en el mar bravío de la red, a autores, pintores y músicos del océano mediático que nunca habían gozado de un espacio para enseñar sus trabajos. Vicente Muñoz Álvarez había accedido, dada su inefable humildad, a compartir con nosotros algunos fragmentos de su poesía, lo que nos llenó de orgullo y optimismo. Todo este contacto se gestionó a través de una red social que ya todos sabéis cual es. Hurgando un poco, precisamente en esta red social, un buen día me encontré con esa reseña que había hecho Cerezal de “El merodeador”, una novela que iba poco a poco captando cada vez más mi atención cuando algún que otro fragmento se publicaba en la susodicha red social. Y fue así como llegué, un día cualquiera, a aquella bellísima reseña del libro de Muñoz Álvarez. Aquellas palabras, como los fragmentos del autor de El Merodeador, calaron muy hondo en mi alma. Hacía años que no leía a autores contemporáneos. No sabría decir por qué. Y las palabras tan sinceras, tan desprovistas de artificios, directamente clavadas en el corazón de un solitario hablando de las vicisitudes de tantos anónimos, me emocionaron hasta las lágrimas. Así, finalmente, acabé leyendo aquella obra de aquel buen hombre, tan desconocido para el gran púbico. Un ilustre desconocido más. Algo había cambiado en mi interior, y había cambiado para siempre.

El libro de Vicente y las palabras acerca de aquella novela que Cerezal tan bien había entendido me llevaron a mi primera Juventud, a mis primeras lecturas, cuando con ansiedad abría esas obras que abrieron unas puertas que jamás volvieron a cerrarse. Con casi cuarenta tacos a mis espaldas y un par de infiernos vividos y sufridos, supe que ya no estaba solo. Una vez más, y veintipico de años después, supe que ya no estaba solo. Como en aquellas primeras lecturas, como cuando leí por primera vez aquel maravilloso capítulo de la novela de Ernesto Sabato “querido y remoto muchacho” volví, de manera despiadada, sin anestesia que es realmente de la manera que se aborda una lectura de estas características a leer compulsivamente, pero ahora a autores contemporáneos.


Luego, tuve la oportunidad de intercambiar unas palabras con ambos en un local de Madrid, en el aniversario de un fanzine en el que uno colaboraba y otro era uno de sus fundadores. Tener enfrente a un par de tipos que han conseguido emocionarte de tal manera nunca es tarea fácil a la hora de entablar una conversación, de manera que nuestra breve conversación quedó (como suele pasar) en un par de lugares comunes. Sin embargo, algo había pasado en mi interior. Las cosas importantes siempre se debaten en el interior y lo que vemos es tan solo una costra.

Pasó cerca de un año y yo estaba muy ocupado en uno de los libros que a duras penas, conseguí publicar en las plataformas de autoedición: yo también tenía mucho que decir. Entonces supe que Pablo iba a publicar un nuevo libro. Breve historia del circo era el nombre. En esos días yo estaba sumergido en Manhattan transfer, de John Dos Passos. Quise alternar ambas lecturas hasta que, en el libro de Cerezal, leí lo siguiente:

Las nubes ronronean
Un torpe maullido de humedad
Y la tierra crepita libido
Con tonada de tormenta inminente
Que ansía devorar
Los puestos callejeros
Toman nota de los cielos
Y comienza su agria danza
De pan de ayer y de fruta fea
Y mercadería en desbandada

Amas de casa recuerdan
Haber olvidado
En la quietud sospechosa de la cocina
La nota que les recordaría cuantos tomates precisa
El guiso que al día siguiente alimente a la familia

Un cancionero culpable
De brazos esclavos de bolsas
Demandan abolición de taxis
Desdibujando sombras a la orilla
De caminos calles y calzadas

Boliches peluquerías colmados
Inician naufragio en perfiles
Que no quieren dar la cara
A la meteorología fiera
De nubes que han de sembrar rastro

Yo añoro el caldo de nube
Que me aderece la calma
Con que paseo las calles
De la ciudad y la nada

Entonces abandoné al gran Dos Passos. Las palabras de Cerezal me transportaron a mi propia vida. A mis casi dos años en el país andino vecino en el que Pablo sitúa sus tribulaciones con la cincelada de la poesía desprovista de artificios. La prosa poética de Pablo, sin esperármelo puesto que hasta el momento yo sabía muy poco de la materia que erguía su libro, despertaron los fantasmas de los recuerdos de mi vida en aquel otro país, aquella otra tierra a la que me había embarcado con tantos proyectos, con tanta ilusión, con tantas ganas de pelear por algo distinto. Lloré largo y tendido al acabar el libro, aunque ahora, ya no sabría decir si fue por el gran retrato anímico de Cerezal o por mis propias tribulaciones. Pero acaso nada de eso importe. Lo que realmente era vital, es algo tan simple como redundante si se quiere: creía haber leído a un autor y en realidad estaba frente a un escritor. Pero tampoco era esto.

Pablo Cerezal no era un autor ni un escritor ni un poeta. Era mi hermano, y tuve que leerlo para tener conciencia de ello. Cerezal era uno de los grandes sin que ni él mismo lo supiera, como suele suceder con los escritores a diferencia de los autores de género que persiguen la aprobación y el éxito. Se trata de algo tan íntimo, que ni siquiera el propio escritor llega a saberlo. Y esto es lo que lo engrandece.

Qué puedo añadir después de esto? Muy poco y mucho al mismo tiempo. Puede que sea más bien un deseo: que alguien pueda experimentar lo que yo al leer esta gran obra de este autor vallecano que (afortunadamente?) no goza de los mimos de la prensa mediática.

PD: Que no pase mucho tiempo más hasta tu próximo descubrimiento.

Hasta siempre, comandante.


Ernesto Cobos, en Crónica de un hombre invernal.


martes, 2 de enero de 2018

NO LO INTENTES por LUIS SÁNCHEZ MARTÍN




Hank está en la cama
un gato lame restos de vino sobre el suelo
y yo me inclino sobre las hojas
que ha escupido su Underwood

hay más luz en esas líneas
que en todos los alumbramientos
y el cinturón de Orión
se desploma sobre mí

no lo intentes

Hank besa en la boca a la noche
mientras vende vales de hotel
por cuatro tragos antes de buscar
un banco poco iluminado
o cartones secos

hoy tiene una habitación
y una papelera
y se permite despreciar
aquello con lo que sueño
hasta que un astuto lobo
considere llegado el momento
mientras él ilumina el camposanto
con sus fuegos fatuos

para entonces tal vez
hayamos aprendido la alquimia del mercado
y otro lobo nos permita
bajo cubiertas de vistoso colores
repetir una y otra vez la fórmula
ese nuevo canon

y sudor frío y temblores
me precipitan por la ventana
para abrir los ojos a oscuras
buscar el interruptor y encender
                                        un cigarrillo

Hank no está, tampoco el gato
Orión sigue en su sitio
y la Underwood Standard
es ahora un Pentium-IV

y de nada sirve el silencio
cuando la voz sale de dentro

no lo intentes


Luis Sánchez Martín

http://sinanestesia-sanchez.blogspot.com.es/