Me miraba con cara de no haber sacado ni una pareja de jotas en toda la noche. No pensé que fuera para tanto, simplemente observaba el trasero de la joven que lo acompañaba, y además no veas como lo balanceaba cuando se iba hacia la pista. No puedo evitar quedarme con las nalgas de todas las tías que pululan por el local, lo llevo haciendo toda la vida, es puro instinto. Ya de chavalito, en el colegio, observaba locuaz el culamen de las profesoras por muy feas que fueran (mi particular fracaso escolar). Lo netamente imbécil fue que aquel hombre se acercó sigiloso, con la cara de mala hostia del recién apaleado y espetó un -¿Qué coño pasa, tronco?-. Con mi usual parsimonia le contesté:
-Pues nada, tomando una copa.
-Se te van los ojos, tronco, córtate un poco, toda la puta noche igual.
-Tranquilízate, tomate algo, te invito. Tampoco es para tanto, tu sabes que tu novia está cachonda, pero no te vas a pegar con todo el que la mira.
-Tienes razón, pero acabo de discutir con ella, no la ves como se mueve en la pista provocando al personal, y nada, ni puto caso. Venga perdona tío, acepto esa copa, ya te veía cara de buen tipo.
Se llamaba Pedro y si con sus celos pintara mi casa me daría para cien manos. La chica era Isa, seis años menor que él, en la pequeña pista de baile provoco más erecciones que Emanuelle en su estreno. A las dos horas el Pedro llevaba una cogorza importante, una mano en la barra y otra en mi hombro, desde que se me ocurrió asistir a la semana de filosofía que no aguantaba una retahíla igual, pero resistí estoico, todo con tal de hacer amistad momentánea con el portador de tremendo cheque. Por fin se cansó la damisela. Cada uno por un brazo sacamos al saco de escombro del local. Tenía un coche coqueto, utilitario de los modernos, de los que parecen todos iguales y los suele regalar papá, lo recostamos en el asiento de atrás mientras balbuceaba frases inconexas. En menos de un kilómetro llegamos al destino, compartían piso en barrio industrial de nuevo pelotazo urbanístico, lo dejamos vestido en la cama de la única habitación que había en la estancia. Me acompañó a la calle. Follamos en el asiento de atrás del automóvil, olía a una mezcla entre colonia del mercadona y sudor del bailoteo, si su coño batiese huevos tendríamos para diez o doce tortillas. No me extraña que aquel tipo bebiera alcohol para orinar celos.
Extraído de Hierático-Cosas, un blog en el que se puede fumar
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