Llevaba más de treinta años acudiendo al casino y apostando al 36. Regresaba a su casa con la cartera vacía, pero siempre con la esperanza y la ilusión puestas en la siguiente apuesta, en la que fatalmente volvía a perder.
El día que decidió tentar al destino apostando todo cuanto tenía a otro número salió el 36. Fue a su casa, puso una única bala en el tambor de un Remington, lo hizo girar y se lo llevó a la boca. La suerte le sonrió, la bala del 36 salió en el primer disparo.
Norberto Luis Romero, de Oficios sin beneficio.
1 comentario:
¡Ay, la inconstancia!
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