Tú también te habrás dado cuenta, ¿verdad? Se puede saber mucho de la forma de ser de la gente por cómo lleva el paraguas en un día de lluvia. La mayoría de las personas, una vez que despliegan su escudo anti chubascos, dejan el brazo y la muñeca completamente estáticos y ya no los vuelven a mover ni un solo milímetro durante todo el camino. Da la impresión de que estuviesen pensando para sí mismos: “De aquí ya no me mueve ni Cristo. Yo ya he abierto mi paraguas y a los demás que les den por el culo”. Estoy seguro de que prefieren sacarte un ojo con alguna de sus varillas antes que mover ligeramente el paraguas y arriesgarse a que una mísera gota de agua pueda caer sobre sus hombros. Es así, tú lo sabes bien... Lo raro, lo excepcional, lo inaudito, es ver que alguien vaya moviendo su paraguas de un lado a otro, o subiéndolo, para evitar el choque con otros paraguas y, sobre todo, con otras personas cuando éstas no llevan ningún tipo de protección. Yo lo hago, por supuesto; pero debo ser de ese escaso 5% de la población que no es un completo gilipollas ni un cabrón egoísta.
En San Sebastián, esta imagen de días de lluvia intensa y cientos de paraguas circulando por las calles es algo de lo más habitual; y siempre que salgo a la calle y abro el mío, me doy cuenta de que esta circunstancia en la que nadie mueve NUNCA su puto paraguas cuando pasas tú, es algo que no ha cambiado desde que tengo memoria; y que, seguramente, nunca vaya a cambiar. Esto dice mucho de nuestra forma de convivencia. Y es que la gente y sus paraguas, en mitad de la lluvia, son una metáfora perfecta del ser humano como sociedad.
Alexander Drake
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