Andaba yo olvidado del amor
allá en la China, en el interiorde un cristal tallado con dragones
alados y malhumorados, escuchando chismorreos
de las alocadas golondrinas, siempre
escandalizadas y precisas.
Quién puso el huevo?
Quién? Todo un mecanismo gutural inentendible.
Y yo, embargado de romanticismo chinesco,
como metal de poco valor, aunque siempre bello,
soñando con segundas comuniones y sin agua bendita,
miles de soldados desfilando como ladrillos,
como muros, oficios sin diálogo.
Allí, estaba yo. Entre tanto cuento y arte nipón.
Brillando como aguja en un pajar.
Nadie me encontró. A pesar de mi apestoso olor
a opio y a vieja alcoba, a viejo espejo
contagiado de ilusiones y belleza.
Ramón Guerrero
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