Manuel Cuenya: geografía de las emociones
Sobre la mesa de trabajo, el último número de La Curuja, la revista cultural independiente que nos trae ecos hondos desde Noceda para el Mundo. En el escritorio de plasma, abierto de par en par, el último libro de Manuel Cuenya, Mapas afectivos; y en estas líneas el compromiso de explicar al lector por qué debe navegar por este libro de viajes, sin que se note mucho que hablo de un amigo.
No; mejor que se note desde la primera línea para que tus lectores y lectrices, Manuel, no puedan sino reclamar en hojas secas de castaño, juguetes del viento son. También nosotros somos juguetes del viento.
¡Qué buen título!, Mapas afectivos, para diferenciarte en tus viajes de los “mapas efectivos”: antes era la cartografía del Ejército o del Instituto Geográfico, ahora son la Guía Campsa y Google Maps. Mapas útiles para no perderse, inútiles para los viajes de Cuenya, que busca en sus pasos justo lo contrario: perderse, extraviarse por senderos desconocidos, encontrar la hospitalidad, la caricia del paisaje, el susurro de otros vientos y otros mares.
Este libro es una invitación a perdernos en rutas nuevas: aparta, lector, los mapas efectivos y los GPS. Abre el libro al azar y déjate llevar por el destino. Escribía el filósofo Savater, “el mapa nos convoca a la aventura”. Los mapas afectivos de Manuel Cuenya nos convocan a una aventura emocional: irse, perderse, extraviarse para reencontrarse con uno mismo.
En su Brújula para navegantes emocionales, Elsa Punset habla de las mochilas emocionales que tanto pesan sobre nuestros hombros cargados: las emociones negativas del miedo, el dolor o el ego. Algunos turistas viajan (digamos mejor, se desplazan) con sus mochilas cargadas de piedras negras. Salen de casa y llevan a cuestas la hipoteca, las zapatillas, los niños, el régimen, las manías: la plancha portátil, los exactos calcetines para cada ocasión, el completísimo neceser lleno de superfluos botecitos imprescindibles. Más les valiera quedarse en casa. No son las zapatillas lo que pesa en la mochila, sino las piedras emocionales.
El viajero, como hace Manuel Cuenya, ha de partir desnudo: lo puesto menos un botón; ligeros de equipaje nos quiere el poeta; sin más GPS que su vocación de sentir y descubrir mundos nuevos, sin otra brújula que su propio corazón aventurero.
Esta es la forma de viajar de Manuel Cuenya, y por eso sus Mapas afectivos “nos enseñan y nos emocionan, nos ayudan a entender más y mejor el universo en el que vivimos”. Apenas das los primeros pasos, aterrizas en Vancouver, y te sientas a conversar con Jack London al pie de las Montañas Rocosas. Sigues caminando y te sumerges en México a toda madre: “No nací en México, pero viví en este país de contrastes a toda madre. El deseo rozándose con el Tánatos. La muerte exhibida. Los ataúdes en las aceras de Chalco. El culto a la pelona en Tepito y en Mixquic. País tragicómico al que le va la farra a todas margaritas”.
Unos pasos más y el mapa afectivo te devuelve a las raíces, un viaje a Páramo del Sil, tras las huellas del poeta Ángel González, puede contener un cofre de emociones.
Es así como Cuenya va llenando su alforja vacía, su alforja de Marco Polo berciano desnudo, y la va llenando con tesoros de emociones nuevas, de esas que no pesan en el alma ni en los bolsillos. El autor va construyendo sus Mapas afectivos sin detenerse en aduanas ni fronteras. No las hay para viajar hasta Tras-os-Montes, en el Norte de Portugal, y son de papel las fronteras en la Villa del Libro, Urueña; de posos de té en Estambul, y de muros derruidos en Berlín. Fronteras invisibles por las que el viajero transita desenfadado, al despiste, hippy en Ámsterdam y moro con chilaba en Fez, en el país de las mil kasbahs.
Y en cada viaje emocional, Cuenya va sembrando el relato de guiños cinematográficos y literarios: la escuela de cine de Vancouver, la huella mexicana de Buñuel, El Padrino de Coppola o las voces de Elías Canetti en Marrakech; o de Torga, Llamazares y Saramago en Portugal.
Manuel Cuenya, periodista, escritor, profesor de cine, infatigable animador cultural en El Bierzo y León, vuelve a deleitarnos en estas páginas con nuevos “viajes sin mapa”, como en su libro anterior; madurando la prosa ágil con la que antes nos regaló en los cuentos y monólogos interiores de Trasmundo.
Abrid sin temor estos Mapas afectivos: su lectura os permitirá, como al autor en el mirador de Itran, “reflexionar acerca de lo humano, incluso de lo divino (esos dioses y diosas que inventamos para hacer acaso más llevadera esta vida mortal y rosa) y me ha procurado emociones intensas. Desde la kasbah, enclavada en Kelaa M'Gouna, me dejo arrullar por el silencio nocturno, sólo interrumpido por el croar de las ranas, y la protección de un cielo estrellado como sólo he llegado a percibir en las estivales noches en Noceda del Bierzo. La temperatura ambiental es excelente”.
Valentín Carrera, prólogo a Mapas Afectivos, de Manuel Cuenya (La Nueva Crónica, 2016).
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