algún día,
tengo que morir.
No me asusta,
no le tengo miedo
adiós,
bye bye,
nos vemos
Pero no quiero agonías
ni enfermedades terminales.
No quiero saberlo
hasta unos instantes antes.
Si no es así,
ya me cuidaré yo
de poner fin
al futuro.
Entonces,
sólo una cosa os pido:
que alguno de vosotros
se ocupe de mi levedad,
que camine
en la mañana
por las sendas de La Fuenfría,
que busque
el mirador
de aquel cuya casa
siempre estaba encendida,
que contemple
el paisaje a sus pies
y vuelva la mirada
hacia Siete Picos
–la imagen de mi vida–,
que suene
el blues más lento
y lastimero,
más profundo,
aquel blues
que llegaba a mi cabeza
cuando las dudas,
cuando el vacío,
cuando el abismo,
que suene
el «Ride on»,
que desgarre
Bon
la quietud de la mañana,
que suene
muy alto
el dibujo de la guitarra
para que esas montañas
se enteren
de que he llegado
y,
después,
que vuelque
despacio mis cenizas
sobre la piedra
labrada con poemas.
Será entonces,
–y sólo entonces–,
cuando el mundo
(en forma de viento)
decida
mi destino.
se ocupe de mi levedad,
que camine
en la mañana
por las sendas de La Fuenfría,
que busque
el mirador
de aquel cuya casa
siempre estaba encendida,
que contemple
el paisaje a sus pies
y vuelva la mirada
hacia Siete Picos
–la imagen de mi vida–,
que suene
el blues más lento
y lastimero,
más profundo,
aquel blues
que llegaba a mi cabeza
cuando las dudas,
cuando el vacío,
cuando el abismo,
que suene
el «Ride on»,
que desgarre
Bon
la quietud de la mañana,
que suene
muy alto
el dibujo de la guitarra
para que esas montañas
se enteren
de que he llegado
y,
después,
que vuelque
despacio mis cenizas
sobre la piedra
labrada con poemas.
Será entonces,
–y sólo entonces–,
cuando el mundo
(en forma de viento)
decida
mi destino.
Esteban Gutiérrez Gómez, de Ardimiento.
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