Esta mañana, por fin, sale de la imprenta El Escarmiento. Comencé a escribir esta novela (por lo que tiene de invención) o crónica o texto híbrido, hace ocho años, en enero de 2005, para la editorial Espasa Calpe, que era la mía en aquellas fechas. Luego las cosas se torcieron, se cruzaron otros trabajos, perdí mi editor, cambié varias veces de dirección narrativa, escribí distintas versiones para al final abandonar el proyecto.
Así fue hasta el verano de 2011 en que a raíz de una visita que hice al fuerte de San Cristóbal, en compañía de familiares de víctimas del escarmiento pergeñado por Mola y los suyos, retomé el trabajo interrumpido. Se estaba haciendo tarde, decían los forenses que abrían las fosas. Sí, se hacía tarde, para casi todo, hasta para los propios empeños, pero a pesar de que el presente se nos ha echado encima de mala manera y nos zarandea, la Guerra Civil y sus consecuencias están más vivas, más presentes, más hechas trinchera de discordia que nunca. No hay verdadera voluntad de conciliación o esta es cansina, de compromiso, a mala cara. Se suceden las noticias relacionadas con la incomodidad que suscita la memoria de esa parte de nuestra historia, con la voluntad gubernamental de no remover y no dejar remover, y con los atropellos. Lo dicen los historiadores que se ocupan de este asunto sin ánimo de halagar a los herederos de los vencedores de la guerra. El derribo del juez Garzón fue me temo la última oportunidad oficial de llevar al terreno de la justicia los abusos y crímenes cometidos al amparo del bando de guerra del general Mola y de la leyes y no leyes dictadas a continuación por los sublevados.
¿Estoy satisfecho con el trabajo realizado? No, claro, por varias razones. Al margen de que raras veces lo estoy, la razón fundamental es que no está acabada, que es solo la primera parte de un fresco más amplio que, por lo que concierne a la guerra, llega hasta junio de 1937; y hasta hoy mismo por sus consecuencias y la forma de vivir su recuerdo. Eso sí, temo defraudar a quienes, como decía el otro día Francisco Etxeberria, se merecen actos que impliquen verdad, justicia y reparación; gente en la que he pensado mientras escribía. Tal vez no haya llegado muy lejos. No será por no haberlo intentado. Las condiciones de trabajo no han sido las óptimas. Este no es un relato cualquiera. Es más que posible que requiera un distanciamiento que yo no he conseguido, al revés. No es el libro definitivo. No tiene esa pretensión. No soy el que más sabe y no pretendo sentar cátedra de nada. Es una visión, la mía.
Sé que es un libro que puede resultar conflictivo porque su materia lo es, al menos en donde vivo, tanto en relación a los protagonistas de aquel tiempo, como a los de ahora. Sé que va a gustar más a unos que a otros, porque de unos y de otros se trata.
Y sé que, como dice el narrador de El Escarmiento, no es lo mismo escribir de lo sucedido entonces en Manhattan o en Madrid, a cubierto, que en el escenario donde se conspiró, donde se alzaron militares y requetés, a la vista de los herederos de los autores de los abusos; y tampoco es lo mismo hablar de estos desde lejos, que cuando la convivencia con ellos, buena o mala, sobre todo esta, es forzosa. En esto poco engaño cabe, pero como repite a menudo el narrador y los suyos: “¡Moriremos nosotros también!”. Ya iremos viendo. Y sobre todo… a cierta edad, poco importa. La suerte estuvo echada hace mucho. Lástima no haberse dado cuenta antes.
Miguel Sánchez-Ostiz
http://vivirdebuenagana.wordpress.com/2013/05/10/el-escarmiento-2/