Parece que se pusieron de acuerdo para irse al mismo tiempo. Ayer levantaban el campamento los acampados de la Puerta del Sol para trasladarse a los barrios y también se iba al otro barrio -por una puerta soleada y sin madera que la cierre a cal y canto- un cantante que cantaba con voz de cal versos tan frescos como una puerta abierta: Rockberto, Roberto González, el anarquista libertario que ponía voz de arena a los mares de versos del grupo Tabletom, esos hippies malagueños que eran frikies antes de que nadie supiera qué era eso. Y el más frikie de todos ellos era Rockberto, que en la madrugada del sábado al domingo se iba sin dar portazo alguno, como él había dicho: “El día que yo me muera que me echen tres en uno porque yo me quiero ir sin hacer ruido ninguno”. Se fue dejando la puerta de par en par o, en su caso, de impar en impar, porque él era más impar que otra cosa, era más torcido que derecho, más zigzag que línea recta, más libre que la mayoría a fin de cuentas.
Rockberto fue el primero en recoger la plaza, unas horas antes que los acampados de Sol, como si les estuviera diciendo cómo había que hacerlo, sin hacer ruido ninguno y dejando el eco de las canciones como única mancha invisible en las paredes y el suelo. Así también se han ido los acampados, dejándolo todo recogido y el eco de los cánticos resonando en el kilómetro cero. Así también se fueron sin hacer ruido, con un grito de silencio a las 12 de la noche, como si le dijeran adiós a Rockberto y le dijeran a los que gritan que se callen.
Con Rockberto se va un tipo curioso, distinto, ingobernable, anárquico y callejero, como a muchos nos gustaría ser y no sabemos pero tenemos su ejemplo en mente para seguir intentándolo. Y debe servir de ejemplo al movimiento popular que se ha levantado para protestar por una vida infumable. Se ha muerto Rockberto precisamente por tanto humo. Sus pulmones no pudieron respirar más, cascados por lo que se habían fumado, por la vida que se habían fumado. Y no me extraña, porque la vida tiene mucho de infumable y por eso los mejores se van siempre un poco antes. Antes de tiempo.
Se fue Rockberto un poquito antes que los acampados para no llamar la atención y no quitarles protagonismo a los que durante un mes han sido como él fue durante toda la vida. Sí, él fue un acampado toda la vida. Como le contó ayer Pepillo de Tabletom a nuestro compañero Ángel Carmona en el preciosérrimo obituario que ha escrito Ángel para EL PAÍS, “Rockberto siempre vivió como le daba la gana: en casas de colegas o muchas veces en la calle. Los del banco llamaban para ver si le había pasado algo porque decían que no tocaba el dinero”. No tocaba el dinero para no mancharse porque las manos hay que tenerlas limpias como esas palmas de los indignados del 15M que se levantan coreando: “éstas son nuestras armas”.
Rockberto tenía las manos limpias y los pies sucios de caminar las calles (o los pies negros, como dice la prensa más rancia para desacreditar a la gente de las plazas). Rockberto caminaba descalzo por el escenario y la calle, que es otro escenario y que él pisaba con su propia planta porque era un hombre con los pies en el suelo, con los pies en las calles, aunque tuviera la cabeza en las nubes, como dice una de las últimas canciones de Tabletom. Se fue al otro barrio para seguir en las nubes, seguir en las nubes dando sol y también algo de sombra y lluvia, una lluvia tupida como su barba, que refresque cuando el sol y la sed aprieten en el futuro al 15M. Habrá entonces una nube con forma de Rockberto que remoje y dé fresquito porque él era “mojado asteroide en anís machaquito”, como dice esa emocionante letra de “Blues Rockberto”, que le escribió su amigo, poeta y letrista de Tabletom, Juan Miguel González. Una letra que dice: “Y eres lo que quisiste”. Algo a lo que todos deberíamos aspirar y a lo que aspira el 15M que debe seguir para llegar a conseguir lo que se quiere. Para ser como Rockberto y poder decir “los pájaros buscaban el sur de tu chaleco y el mar te coronó con una corona de boquerones fritos”. Qué arte. Se fue Rockberto y yo diría que los acampados se fueron cantando con él “Sigamos en las nubes”:
“Tenemos la culpa y lo sabemos por no querer bajar nunca del guindo, por nuestro trato con las musarañas, porque he perdido pero no me rindo y sigo dando caña. Porque acerté eligiendo el desatino, por seguir pidiéndole olmos a las peras, sigamos en las nubes, contra la chusma del chalet adosado, contra la turbamulta rociera (qué apropiado en este día), vivamos silenciosos y apartados de las hormigoneras, contra el viento del dios cruel y estresado comido de alopecia y dioptrías, contra el primate cibernetizado opongamos Machado y tranvías. Contra tanta poesía mercenaria, contra tanta experiencia de tendero, contra la puta nómina sectaria, contra tanto progre convertido en cuota y BMW, contra sus insaciables señorías… Sigamos en las nubes, sigamos en las nubes…Por nuestra antigua fe en la hipotenusa, por nuestra condición de perdularios, por el mal pago que nos da la musa, ¡somos libertarios! ”. Sigamos en las nubes… pero con los pies sucios de pisar el suelo, como Rockberto.
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