martes, 28 de junio de 2011

ENCUENTRO EN EL METRO CON LEOPOLDO MARÍA PANERO by David Pérez Vega.



Me encontraréis en la siniestra humedad
de un cubo de basura.
L. M. P.

Un escalofrío (cagadas de mono) al recorrer el andén.
Sin duda. Cuando llegó el metro y entramos
en la garganta fresca del vagón, me situé enfrente
para con discreción poder observarle.
En una bolsa de plástico dos libros de colores chillones
y la oquedad de cuatro cajetillas de tabaco rubio, cuatro,
los pantalones caídos igual que si cubrieran a un esqueleto,
el pelo enrarecido y calcinado: la brocha de Munch en llamas,
de pez fuera del agua la herida de la boca abierta
como si el aire estuviese lleno de partículas nocivas,
de animales crucificados o gritos flotando en semen,
las mejillas hundidas, los ojos perdidos, ¿qué verían?

Nos bajamos en la misma estación,
me adelanté, iba a irme pero me dije:
es él, es el gran maldito de nuestra poesía,
tengo que saludarle
. Me di la vuelta:
«Perdona, ¿eres Leopoldo María Panero, verdad?».
A pesar de mis dudas se reconoció con una sonrisa,
estreché su mano de ceniza fría, ceniza fría,
sucia y pisoteada. Salimos a la calle hablando
de él y de su hermano Juan Luis, al que confundía
con su propio destino de interno psiquiátrico.
«Está en un manicomio», dijo con voz de rencor seco
al susurro de una habitación a oscuras. Miraba al suelo.

Me hubiera apetecido invitarle a un café
o a una cerveza, pero no me atreví o sentí miedo
del fondo de sus ojos sin fondo, de las cosas negras
y temibles y sin vuelta atrás que podrían haber visto y yo no.
Esa mañana yo había quedado con mi bella amiga,
me esperaba. Sus ojos también me daban miedo.


David Pérez Vega, de Siempre nos quedará Casablanca (Baile del sol, 2011).