viernes, 27 de noviembre de 2009

ELOGIO DEL PROXENETA


21 de Noviembre


Tal día como ayer se extinguió el Hombre Tan grande. Mi recuerdo no es compasivo para con el tipejo de la discordia que supo, tan formidablemente, interrumpir la Historia. Que ellos, que lo harán, sin duda, lo añoren. Yo sólo analizo mi memoria personal y si logro evocar las afrentas que me aconte­cieron en aquella jornada me doy por satisfecho. En casos así abuso de la falsificación fraudulenta de los afectos y del método encauzado a subsanar lo tendencioso. ¿Qué más podría seducirnos? Rumores nos llegaban a la Calle del Pez certificando que el generalísimo no saldría de esa noche, y luego las maduras lágrimas del carnicero Arias en el televisor Aspes. Hubo caras de regodeo y, cómo no, entre las nenas, caras de una tristeza desbarrada. A las tres y media irrumpieron a clausu­rarnos la Casa por Orden de cierta autoridad gubernati­va y solemne. Y la trancamos, pero de puertas al exterior porque en lo profundo se instruyó una timba agigantada, acaso por aquella esperada orden, o por el novel y adolori­do luto de las ninfas que clamaban con ronca voz en el desierto. Fue lucida, rozagante. Y fui derribado con estrépito, por primera vez en mi existencia, de un taburete que compartí con Justa, cargado de ginebra y ahíto de su aliento de chorba inesperada. Y fracturé el fémur por tres localizaciones desiguales. Qué más decirte, amigo mío. Cómo no voy a recordar con pesadumbre la nefasta fecha del óbito del Hombre Tan grande.


Luis Miguel Rabanal, de Elogio del proxeneta (Ediciones Escalera, 2009).

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