Con paciencia, la condena que imponen a los desahuciados los pretendidos eruditos, puedo escribir las líneas más tristes por la noche... Pero no me da la gana. Prefiero recordar, a los postres este burladero refulge que para qué. Recordar y, de paso, enmendar la memoria. Demostrarme a mí mismo que todavía es factible influir con palabras en mis desaseados estados de ánimo. Por si vale, un ejemplo: ¿Qué pintaba yo en aquella casa en ruinas una tarde de diciembre, leyendo un libro de Musil que no llegaba a abarcar, abrazado casi a A.M., la tortillera tiernísima, mientras oscurecía y, cosa rara, permaneciendo sobrio y sonriente, a punto de ver asomar al Visitante con su perfil ensangrentado que regresaba de abatir corzos o fieras similares? La cuestión no es nimia. ¿Qué pintaba en el lugar de mi niñez y a tales horas? ¿En qué episodio de mi historia volví de puntillas a aproximarme a los paisajes prohibidos, a los envenenados pozos del verano? Y sobre todo, ¿cómo fui capaz de distraer el pasado hasta ese extremo? Verdaderamente, no entiendo... Y si la solución al enigma me es negada quizá fuese por negligencia de Bar-Elemig, el más mangante, que me confundía mucho con sus tramas. Historias de terror con faldas a lo sumo: niños descabezados por una rubia limpiadora de los ferrocarriles de vía estrecha, hombres de enormes glandes amputados expuestos en los bares de Albacete, adolescentes de pezones de doce centímetros y pico paseando las orillas calmosas del Bernesga... Cositas así, lo cotidiano de la calamidad que Bar Lana nos tarareaba cuando estaba en vena. Y aquí mismo, entre nosotros, a estas alturas de la noche, y de mi vida, qué ocurrirá si no vislumbro nada. ¿Qué es lo real y qué lo que nos cuentan? Engorroso menester, a que sí.
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Agregar que las jovencitas, en las jornadas precedentes, parece que han perdido entrega y lustre en la labor. Yo, sentado frente a mi yo flamante y a mi pesar, y ellas, tan encantadoras tantas veces, ramoneando por activa y por pasiva y permitiendo a sus clientes relaciones largas y exitosas, besos mudos de película y poses encomiables. Lo que no consentiría alguien mínimamente cuerdo. Yo lo estoy, o me da esa impresión. El negocio del sexo exagerado es el negocio. Hablar con Charlotte mañana en extenso del asunto. Reconvenir a Laura por no dejarse entusiasmar el otro día. Reparar en los objetos que circundan nuestro dolor como si nada, pero que nos son humildemente necesarios. Ajustar cuentas y vivir tranquilo los meses del otoño, tan adustos y repletos de peligros, tan hechos para dormir con placidez con quien nos quiera.
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Viene ahora lo peor. Lacrar por hoy el cuaderno y terminar de golpe una noche que alguien restará, sin prisas, corazón, de nuestra gruesísima factura en fecha no lejana. Apagar la luz, entornar como cada madrugada los párpados, encender la lámpara de nuevo, pues a uno se le olvida engullir las grageas de colorines y son imprescindibles según afirman los internos residentes; ahora sí, apagar la luz, entornar los párpados, nadie acaricia tu vientre debajo de las sábanas, sabandija... Pensar en una cosa. El mar. El mar del Norte, el ceniciento mar de tus atunes.
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Agregar que las jovencitas, en las jornadas precedentes, parece que han perdido entrega y lustre en la labor. Yo, sentado frente a mi yo flamante y a mi pesar, y ellas, tan encantadoras tantas veces, ramoneando por activa y por pasiva y permitiendo a sus clientes relaciones largas y exitosas, besos mudos de película y poses encomiables. Lo que no consentiría alguien mínimamente cuerdo. Yo lo estoy, o me da esa impresión. El negocio del sexo exagerado es el negocio. Hablar con Charlotte mañana en extenso del asunto. Reconvenir a Laura por no dejarse entusiasmar el otro día. Reparar en los objetos que circundan nuestro dolor como si nada, pero que nos son humildemente necesarios. Ajustar cuentas y vivir tranquilo los meses del otoño, tan adustos y repletos de peligros, tan hechos para dormir con placidez con quien nos quiera.
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Viene ahora lo peor. Lacrar por hoy el cuaderno y terminar de golpe una noche que alguien restará, sin prisas, corazón, de nuestra gruesísima factura en fecha no lejana. Apagar la luz, entornar como cada madrugada los párpados, encender la lámpara de nuevo, pues a uno se le olvida engullir las grageas de colorines y son imprescindibles según afirman los internos residentes; ahora sí, apagar la luz, entornar los párpados, nadie acaricia tu vientre debajo de las sábanas, sabandija... Pensar en una cosa. El mar. El mar del Norte, el ceniciento mar de tus atunes.
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Luis Miguel Rabanal. Extraído de Elogio del proxeneta ( http://lacomunidad.elpais.com/elproxeneta/posts ).
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Estremecedor, afilado y refulgente como una esmeralda en bruto al fondo de un cenagal, el libro/blog de Luis Miguel Rabanal es una de las recomendaciones imprescindibles para los hijos de Satanás en estos primerizos días de otoño. De lo mejor, sin duda, que uno se puede encontrar en la red !!! v.
En la fotografía: Robert Musil.
1 comentario:
a mí, desde luego, me tiene enganchado...
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