Contemplo las luces de terremoto como si fueran
auroras boreales, pero el suelo tiembla aún bajo mis
muslos (rugen cañones enemigos al otro lado del río).
Aquí espero sentada, a la orilla de la gran fisura, una
muerte honorable para mi vida indigna.
Me cuelgan las piernas sobre el acantilado, esas que
separarías con tus manos, y noto salir de él el aroma de
azufre y albahaca.
En realidad todo está contenido en el vacío.
También esas obstinadas ganas de arder en los
rincones más fanáticos de nuestra memoria.
Toso y la luz parpadea.
Me pregunto si habrá muerto alguien al quebrar mi
garganta. Seguramente sea yo el cadáver, aunque
nunca tuve vocación de mártir.
Me quedo aquí contemplando el terremoto por si te
da por acercarte a este puente en llamas y cruzarlo
conmigo en el relámpago.
Sonia San Román, de Esa pequeña víbora disfrazada de diosa (Planeta Clandestino, 2025)
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