miércoles, 19 de septiembre de 2018

MI VIDA EN UNA BOLSA por VALENIA GIL




Me he abierto en canal, como una funda para guardar abrigos, desde mi frente hasta mi pubis como si yo fuera el doctor Víctor Frankestein y mi yo el proyecto de mujer que fui, que soy y que quiero ser.

He dado lo mejor de mí a pasitos de hormiga, a zancadas de gigante, a sorbos, a tragos, a voces, susurros y silencios.

He dado lo peor de mí a cara descubierta, a ojos anegados, de frente, de cerca, sincera, valiente, con nudos marineros en mis intestinos y rodillas sin fuerza pero asumiendo mi imperfección con la seguridad que dan los años, sin tratar de esconder mis pellejos resecos y poco adecuados.

Con cuatro décadas el amor ya no es ciego, ni sordo, ni tonto. Ya no se acelera a trescientos por hora ni en curvas ni en rectas, ya no se tumba en el suelo cual alfombra persa, o española de Alcaraz o Letur y deja que le pasen por encima, ya no espera, ni desespera, ni se disfraza, ni sueña con imposibles adornados de posibles. Con cuatro décadas el amor es gato viejo con más reflejos para evitar ser atropellado.

He vuelto a acelerar mi adrenalina como un sincrotón en su órbita cerrada, a dejar los miedos a volar bajo doce candados y me he tragado las doce llaves negándome a jiñar hasta no estar de vuelta en casa para que ningún miedo se atreva si quiera a empañar mis lentillas.

Mi padre me decía siempre entre carcajadas que ni regalá me querrían, pero padre yo no me regalo, ni me vendo, ni compro, ni miento. No conozco ni quiero conocer estrategias comerciales en esto del amor. A tomar viento las caretas de carnaval y la necesidad de alcanzar diez sobre diez, que yo siempre fui de suficientes e insuficientes en matemáticas y todavía no sé distinguir si me costó cien o mil ni el cambio que me tienen que devolver cada vez que compro algo...

*

Llueve sobre naranjos y tierra seca. Atrás han quedado valles verdes y un sol norteño que brilla más de lo normal a fuerza de no alumbrar casi nunca esa tierra.

En sus manos y en su mirada pierdo la noción del tiempo, de mi propia dimensión. Olvido el hambre, aumenta mi sed, saco mis instintos más primarios a pasear por mi epidermis, articulados en mis manos que utilizan su cuerpo de instrumento musical desgranando en sus cuerdas las melodías mas profundas, arcaicas, penetrantes...

Mis rizos se unen en espirales húmedas que con los minutos se aúnan en una maraña hermosa e imposible de desenredar.

Mis muslos andan con un sinfín de cristales minúsculos adheridos a ese tejido muscular que a pleno rendimiento me recuerda cómo de perfecta es esta naturaleza savia que sabía que a mí quedarme en misiones sin mover ni una sola de mis pestañas no me iba, que a mí me gusta mirar desde arriba, de frente, de lado, de espaldas...

Llueve fuera de este tren de cercanías y todavía cae el recuerdo de los rizos sobre mi frente.

Vienen campos de sequía a rondar mi cama, mis rizos a ser ondas y mis muslos a labrar sus entrañas para seguir fuertes, tan fuertes como ese amor de campaña reclame de mí.

*

Mi vida en una bolsa...escrita en letras impresas, puede que en Times new roman o tal vez en Arial tamaño 11, pero escrita, taladrada, como en verso sin rima, como puño sin tinta, sin alma, sin tacto, sin poder cambiar su discurso, su camino, su significado.

Mi vida en una bolsa y yo con más descomposición que ayer por esos nervios que se pasean chulescos por mis intestinos y los retuercen todavía más recordándome momentos antagónicos en los que esa misma chulería me visitaba pero las endorfinas se me escapaban como chispitas por mis lacrimales.


Suerte o muerte como me dice mi chico en aquella danza de dados lanzados al aire, o en esa mano de cartas con la potra del principiante o la mala baza del gafe.

Hoy me vestiré de rojo sangre, me pondré mis aros de plata, me acicalaré para recibir lo que sea guapa de la hostia y avanzaré las casillas con la fuerza y el brío que se merece la partida.

Mi vida en una bolsa y mis ganas de vivir en excedente para esta y veinte vidas más.


Valenia Gil


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