Jueves de medias nuevas y prendas delicadas
que huyen del olor de las cocinas.
Salen de casa con cuidado de no rozar las paredes
ni dejar la luz del maquillaje atrapada en los espejos.
Caminan deprisa, atrasan el reloj
para sentir la espera impaciente de algún desconocido.
Van a buscar el tesoro imaginado en escaparates de centro comercial,
a cobrar y pagar los buenos días en moneda falsa, a ignorarse
muy de cerca el temblor de las piernas,
a medirse el reflejo en el cristal de las copas,
a encontrar que son otros en los ojos de los otros.
Jueves de ascensores embotados por la química del perfume,
pavimento traspasado de tacón y paso dolorido,
que remonta la jornada hacia la noche de los bares
iluminados como puertos en la lejanía.
Codo con codo, recelo con recelo
se muerden el vientre del sueño, se tientan las dudas,
y protegen, tras un parapeto de sonrisas,
la bisutería que forra las paredes del corazón.
Construyen, a golpes de martillo y clavos,
sus mil futuros imperfectos
con la madera sobrante de la última demolición.
Pasean la espera por los andenes, le sonríen al teléfono
y cada cual sujeta, como puede, todas las bisagras del cuerpo
para no sembrar de astillas las estaciones.
Y vuelven sobre sus pasos gastados
a colgar las llaves junto al espejo de la entrada
como quien olvidó sacar la basura,
rozando las paredes con el bolso,
almas de jueves.
VIAJEROS
Burbujas impermeables de sangre tibia,
carne de caracol,
zapatos convencidos,
en orden los papeles;
la dirección correcta sólo es una:
El respeto de los indicadores,
las flechas de color verde, la ciega obediencia
de los protocolos de seguridad.
La estación es un edificio en movimiento
colgado en un tiempo de paso,
como ese cigarro fumado aprisa
en el viento de una esquina.
Arden las cafeterías,
carne de caracol,
zapatos convencidos,
en orden los papeles;
la dirección correcta sólo es una:
El respeto de los indicadores,
las flechas de color verde, la ciega obediencia
de los protocolos de seguridad.
La estación es un edificio en movimiento
colgado en un tiempo de paso,
como ese cigarro fumado aprisa
en el viento de una esquina.
Arden las cafeterías,
cumplen con el reloj, sacuden la cartera,
el desayuno de los pobres.
Los trenes incesantes cargados de razón
van y vienen; queman por nosotros
las calderas y el salario del fogonero.
Con los labios apretados
callamos de pie,
o sentados con las piernas muy juntas,
para que el aire no anide en la garganta
con sus dudas de pájaro insolente,
porque sabe la carne
que al otro lado de la piel
han vuelto a crecer las alambradas.
Los autobuses remontan la joroba de las ciudades.
En el cuerpo manda el color de la ropa,
la etiqueta con el precio.
Un código de barras trocea los ojos
como faros que despiertan en la lluvia
y aspiran a la luz del mediodía, convictos
de ceguera en libertad condicional.
Somos viajeros.
Pagamos el billete.
Caminamos por nuestra derecha.
No bloqueamos las puertas.
No fumamos en los lavabos.
Hacemos uso de las instalaciones.
Nos limpiamos las manos
y respiramos con cuidado de no impregnar el aire
con ideas homicidas.
Y cada cinco minutos
un pájaro encerrado en el teléfono móvil
nos recuerda que somos felices.
el desayuno de los pobres.
Los trenes incesantes cargados de razón
van y vienen; queman por nosotros
las calderas y el salario del fogonero.
Con los labios apretados
callamos de pie,
o sentados con las piernas muy juntas,
para que el aire no anide en la garganta
con sus dudas de pájaro insolente,
porque sabe la carne
que al otro lado de la piel
han vuelto a crecer las alambradas.
Los autobuses remontan la joroba de las ciudades.
En el cuerpo manda el color de la ropa,
la etiqueta con el precio.
Un código de barras trocea los ojos
como faros que despiertan en la lluvia
y aspiran a la luz del mediodía, convictos
de ceguera en libertad condicional.
Somos viajeros.
Pagamos el billete.
Caminamos por nuestra derecha.
No bloqueamos las puertas.
No fumamos en los lavabos.
Hacemos uso de las instalaciones.
Nos limpiamos las manos
y respiramos con cuidado de no impregnar el aire
con ideas homicidas.
Y cada cinco minutos
un pájaro encerrado en el teléfono móvil
nos recuerda que somos felices.
Toño Benavides, de Gran Sur (Reino de Cordelia, 2014).
https://www.facebook.com/pages/Gran-Sur/297160127138886?ref=hl
http://www.reinodecordelia.es/libro.php?id=156
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