jueves, 4 de abril de 2013

CASTA INVENCIBLE, de KEN KESEY según KIKO AMAT



Extraído de Bendito Atraso
KEN KESEY. Casta invencible (El Aleph Editores)

Parece un ladrillo, y en cierto modo lo es. Un arma arrojadiza. Casta invencible es el segundo libro de Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, reputado freak 60’s, icono contracultural, ilustre pirado, pionero del LSD, capitoste de los Merry Pranksters y héroe personal de Bendito Atraso. Kesey escribió este particular sujetapuertas de 785 páginas en 1964, lo llamó Sometimes a Great Notion, e inmediatamente después de poner el punto final decidió que la novela como formato narrativo estaba obsoleta, y que pa’qué voy a releer ahora todo este berenjenal.Casta invencible, así, merece ser leído con generosidad y también con generosas dosis de contexto. Cómo decirles: es un libro no corregido; publicado a pelo y con un par. Nadie se atrevió a toserle a Kesey lo de las casi ochocientas paginotas (¡eh, vuelve aquí, puto demente!) y si lo hicieron, él ya no estaba por la labor. Se había encaramado a Furthur (autobús de los Pranksters, con Neal Cassady al volante) vestido de Capitán Marvel, subido de STP, y ya quemaba llantas en dirección a Nueva York, donde iba a presentarse la novelaza. Yo me lo he tomado siempre como un libro póstumo, a Casta invencible, como si algún piernas se hubiese encontrado el fajo de folios en un desván y el editor hubiese decidido que la ocasión la pintaban calva. Ken Kesey, el novelista, en cualquier caso, ya había muerto (figurativamente hablando) y entrado en otro plano de trascendencia: la piradez iluminada (él lo llamaba “entropía”), que desde luego debió reportarle muchas más alegrías que las que le había dado encerrarse en un cubículo durante meses para escupir páginas manuscritas. Kesey se montó un Tolstoy, lió un Bill Withers, nos hizo un Alison Statton y nos enseñó un dedo corazón erecto. Se largó, importándole dos pedos lo que pensáramos de él y de sus obligaciones como novelista insustituible del siglo XX, se largó para bailar danzas arapahoes y beber con Ángeles del Infierno y pintarse la cara una y otra vez, y nos dejó esto en el regazo. Esta cosa. Esta cosa que uno no sabe como masticar.

Les he dicho todo lo anterior para que luego no me lloren. Casta invencible es uno de los libros más difíciles que van a leer en su vida, y su lectura un reto que no debe tomarse a la ligera. Casi todas las decisiones de forma y estilo que toma Kesey desafían las convenciones habituales. Es difícil saber qué hacer con ella. Para empezar, es algo experimental. La voz narrativa cambia de un personaje a otro sin avisar (quiero decir sin avisar en absoluto), como si la primera persona fuese una pulga chiflada que anda brincando de un cerebro a otro. Eso ya hace que el libro deba leerse con cierta atención. En segundo lugar, ya lo habrán sospechado, es largo. Oh, sí. Largo como un día sin pan y sin reloj en medio del desierto, enterrado en arena hasta el cuello. No sé ustedes, pero yo no suelo leer libros de 800 páginas. No son lo mío, y La hermandad de la uvatiene 206, cómo se lo explico; esa es mi extensión predilecta (300 si enloquezco). Para más inri, el libro es también algo errático, y Kesey se recrea (igualito que un tipo que anda por el mundo con un gran ciego de ácido, de hecho) en los detalles más nimios. No está pesado ni medido, Casta invencible: unas conversaciones duran media página, otras veinte. Idealmente, una novela debe estar unificada, debe usar a lo largo de la narración unas similares unidades de medida, y ésta desde luego no pasó por el proceso. Kesey se pasó por las nalgas el proceso, fuese el que fuese. Otra cosa: empieza con una descripción de un paisaje y su tiempecito, que como todo el mundo sabe es la destrempada #1 para un lector. Elmore Leonard lo dijo más clarito que el agua: “Never open a book with weather”. Y por si todo esto les parece poco, también abunda el cortinaje, que es como los escritores no-posmodernos y no-metaliterarios denominamos a la sobreabundancia de cursivas. Palabras inclinadas aquí y allá, que indican las cosas más terribles: referencias a libros ajenos, fragmentos oníricos, pensamientos en voz alta, idiomas ajenos al de la novela (franchute, las más de las veces), todo eso. En el caso de Casta invencible se trata, por fortuna, solo de diálogos interiores, pero no por ello deja de ser algo exasperante. Cortinaje: cuanto menos, mejor. En cualquier caso, Kesey también se limpió el trasero con esta idea.

Bien. Hasta aquí todas las razones para no leer la novela. Pero no es eso para lo que les he citado aquí. Esta vez les insto a saltar grácilmente sobre los defectos de Casta invencible y leerlo igualmente. Hagan el favor de confiar en mí. Las recompensas son numerosas. Casta invencible es un libro sobre la testarudez, el coraje y seguir el camino que uno escoge incluso si se te pone en contra el planeta entero. Es un libro sobre el individualismo, sus bondades y sus peligros. ¿Qué haces cuando las opciones vitales a considerar son Individualismo Brutal o Colectivismo Domesticado? La novela cuenta la historia de una familia de leñadores de Wakonda, Oregon, los Stamper, y cómo deciden ponerse en contra de los sindicatos (y el pueblo entero) ignorando una huelga pactada. Se trata, en efecto, de una familia de esquiroles, y ya pueden situarlos en el contexto de la época que, hagan lo que hagan, continuarán siéndolo. En ese sentido, Casta invencible deambula por una senda en apariencia similar a la de The angry silence, el drama inglés de 1960, las preguntas que se hace son las mismas, y también puede (como en la película) tomarse por los lados equivocados. No lo hagan. Kesey no defiende este individualismo demencial, como tampoco defiende cierto tipo de borreguismo colectivista. Van mal dadas por ambos lados, y la simpatía que generan tipos inolvidables como el patriarca de la familia, Henry Stamper, son del tipo Sopranil: menudo hijo de perra, cómo se puede ser tan cabezota, etc. La empatía es resbaladiza, y Kesey nos quita y da esa identificación con los Stamper a su antojo. Los vas odiando y amando todo el rato, como sucede en la vida real con nuestros amigos y familias. Putos paletos, los Stamper, pero qué pelotas tienen, no hay bicho que les doblegue, y así una y otra vez.

Casta invencible también habla de conflicto. De guerras y batallas y luchas extenuantes, antiguas como el planeta. De barricadas inacabables e ínfimo terreno ganado, como en la Guerra del 14. Habla de familias, y lo que sucede en ellas. Son guerras entre los dos hermanos, Hank y Lee, uno el rudo y retaco leñador, el otro el estudiante que regresa al redil familiar para ayudar con la faena; dos visiones del mundo enfrentadas, un diálogo manchado y empañado por años y años de afrentas, rencillas, desdenes y dolores, una conversación imposible en donde el menor desliz abre todas las viejas heridas. También es la guerra de una familia contra El Resto del Mundo: fuck the world. Y otra guerra: el hombre contra la tierra. La naturaleza en Casta invencible no es del tipo En azúcar de sandía, no es la madre tierra benigna y floreada de los sueños hippies, los campos de fresa forever. Esta es la naturaleza de ríos desbordados que se llevan pueblos por delante, es la de los tifones y los huracanes y tsunamis y relámpagos, la que mata personas y arrasa ciudades. Es la naturaleza en rebelión contra las agresiones del hombre; la palmada refleja contra el parásito que está a punto de hincar el aguijón. En eso Kesey, como los Stamper de la novela, fue también incapaz de doblegarse a las expectativas de su público y tiempo. Charles Bowden lo dice bonito en el prólogo: “Kesey era el héroe de la generación tye-dye, y sin embargo sacó un libro gigantesco que hablaba de camisas de franela, sudor, trabajo brutal en los bosques, un libro casi prehistórico en sus rabias y amores y creencias”. Solo por eso ya hay que amar a Kesey. Es una jugada Rowlandiana en todo su esplendor, un zurullo en la cara de las expectativas generadas: tomad, blandengues de la contracultura, freakies pasmados, aquí tenéis un libro atávico y cerril sobre rompehuelgas acabronados e ignorantes luchando contra la comunidad y los árboles. ¿Os gusta? ¿No? Bueno, pues iros a la mierda. Cassady, pon en marcha el autobús, leches. Ken Kesey dijo una vez: “La faena del escritor es no besar culos, no importa lo grandes y sagrados y blancos y tentadores y poderosos que sean”. Kesey no besó un solo culo, y esa es otra razón para amarle, y para amar Casta invencible, su particular coloso en llamas, su Titanic, su golem patoso.

Casta invencible está increíblemente bien escrito, a pesar de los obstáculos antes nombrados, y las frases memorables que les asaltarán (mi copia original en Penguin Classics está hecha un asco, destripada por furibundas cicatrices de subrayado y llena de post-its amarillentos), y los personajes increíbles que amarán-odiarán, compensan por el arduo camino a través de las zarzas. Es un libro lleno de sabiduría y profundidad, que habla como pocos de la condición humana, de las cosas que hacemos, de las batallas que perdemos y las victorias inútiles que nos llevamos al buche. En él hay muerte, dolor, violencia, deseo, esfuerzo y una testarudez sobrehumana. Y leerlo, ya les conté, es una lucha. Una de las buenas, un combate apasionante. En cierto modo encaja que una novela sobre combates extenuantes y sobre la cabezonería de unos cuantos hombres asilvestrados requiera para su lectura una cantidad equivalente de empuje y sufrimiento lector. Casta invencible va, primordialmente, de “¡Jamás cedas un centímetro!” (el lema de los Stamper) y va de luchar por algo. Si ustedes ceden una sola página, si ustedes dejan de luchar, nunca lograran coronar su cima. Esto no es un libro, es una prueba hercúlea, y no todos pueden pasarla. Veamos quién es el jabato que lo termina. Y lo termina bien. 

Kiko Amat

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