Las horas las pasaba con viejos discos de pop. Las pasaba, sobre todo, con ganas de escribir sin saber qué exactamente, y entonces me venía un arrebato de abandonar todo en el papel, pero tan terriblemente doloroso que no servía para nada, porque uno, a poco tiempo que le haya dedicado a esto de escribir, se acaba por dar cuenta de que el texto o el poema en exceso triste o eufórico (por el otro lado) no lleva a ninguna parte. Así que lo dejaba, bebía un poco de agua del grifo y me pegaba una ducha caliente como si tuviese el cuerpo de otro (puede que prestado en un equívoco de tintorería lenta). Intentaba, creo, escapar de mí, y caminaba por la calle rápido, como siempre. Porque esa idea flotaba en mi cabeza como un barco diminuto en lo inmenso y feo del mar, un agua sucia sin miradas (que es la tristeza de la suciedad), el deseo de huir con, quizás, los bolsillos llenos de llaves.
Julio César Álvarez, de El tiempo nos va desnudando (Ediciones Magnéticas, 2009).
No hay comentarios:
Publicar un comentario